El poder de la cocina

Antiguamente y algunos todavía bromean –medio en serio– que la mujer que no aprende a cocinar, no podrá hacer un buen matrimonio. Pero también se dice que la cocina es campo masculino, pues los grandes chefs ganaron fama internacional e histórica. Dentro de cualquiera de las dos posturas, la cocina queda realzada además de arte, como una necesidad vital de relacionamiento humano.
Las redes están llenas de material sobre comida, porque es, a la par del sexo, lo que nos mide en muchos aspectos personales. “Tal como comes, amas”, leí una vez. Ambas cosas nos reflejan, de ahí asociar cómo comemos (desordenado o selectivamente) con las diferentes formas de amar. Y no solo en el ámbito sexual, también en otros aspectos. Choly Berreteaga aconsejaba: “Sra., póngale un poco de amor a su comida, no tire el bife sobre la plancha y listo”.

La vida ajetreada, a toda velocidad, las necesidades económicas, las renuncias en pos de la realización profesional, entre otras razones han dejado a la cocina en silencio, con alguna voz los fines de semana.

A la par de otros derechos, debemos ser conscientes del de comer bien y recuperar el tiempo en familia o con amigos, que más allá de brindar alimento al cuerpo, lo hace al espíritu de comunicación. Si hablamos de la comida, se presta a ricas charlas, desde las políticas mundiales de control de la alimentación, la economía de consumo, la recuperación de la comida nativa, guerra de sexos por quién cocina mejor, empezar un negocio independiente, el hambre en el mundo, y, por supuesto, hasta de cómo hacer una carne o un plato vegetariano, ni qué decir de las dietas, entre otros temas.

En Suiza, por citar uno de los países considerados ideales y soñados, hay departamentos pequeñísimos que no tienen cocina, salvo un espacio para sentarse a tomar café, porque mucha gente mayor, sin familia, come afuera todos los días. Nuestra realidad todavía está lejos de esta postal, aunque cada día hay más personas que optan por comer al paso o comprar comida hecha para engullir y arrojar los restos como se arroja la basura (en casa todo se transforma). Además, tenemos familias enteras que van los domingos a almorzar al centro comercial, no hablan, no se miran. Sé que hay miles de razones para dejar la casa, la principal es el cansancio tras la semana laboral, aunque, paradójicamente, se regresa con pesadez y estresado de esos ambientes repletos de gente y ruido.

Los grupos que defienden la familia tienen que, además de los temas delicados y controversiales, trabajar por la recuperación de la mesa familiar, la defensa de los alimentos naturales y nutritivos, por la conciencia del uso de la tierra.

Definitivamente perder la cocina casera tiene sus consecuencias en la salud, no solo físicas e individuales, también familiares y sociales.

“El que recibe a sus amigos y no presta ningún cuidado a la comida que ha sido preparada, no merece tener amigos”, dice, con potestad, Jean Anthelme Brilliat-Savarín (1755-1826), considerado el filósofo de la gastronomía. Lo mismo podemos aplicar en el hogar, porque dónde no se valora a quien cocina, seguro falta perfeccionar la forma de amar.

Por Lourdes Peralta

 

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