EVANGELIO DEL DOMINGO: AQUELLAS OCHO FORMAS DE FELICIDAD

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo

Cuarto del tiempo ordinario (Mateo 5,1-12), 30 de enero

* * *

Es la gran pregunta y la verdadera cuestión del corazón humano: ser feliz. ¿Quién nos lo podría asegurar y darle cumplimento? Es lo que el Evangelio de este domingo nos propone. Como un nuevo Moisés, Jesús subirá a la montaña para proclamar allí su pro­grama de bendición. Por eso Jesús realiza una nueva creación, porque con su vida y su muerte, con su resurrección, ha posibilitado nuevamente y definitivamente el proyecto del Padre que el pecado humano había frustrado. El sermón de la montaña que escucharemos este domingo, no es sino la primera entrega de este volver a «decirse» de Dios en la boca de su Hijo, el bien-amado que hemos de escuchar.

Produce una sensación extraña ir escuchando estas ocho formas de felicidad que son las bienaventuranzas. Pero ¿puede hablarse hoy de felicidad… de una felicidad ver­dadera y duradera? ¿No hay demasiadas contraindicaciones, demasiados dramas y os­curidades que nos rebozan su desmentido? Jesús hablará de la felicidad de los pobres de espíritu (los humildes en sentido bíblico), de la felicidad de los afligidos, la de los mansos, la de los hambrientos y sedien­tos, de la felicidad de los misericordiosos, de la felicidad de los limpios de corazón, la de los pacíficos, la de los perseguidos por la justicia… Y por si fuera poco provocativo su mensaje, Jesús añadirá todavía una felicidad más desconcertante aún: la de los que su­frirán insultos, persecución y maledicencia porcausa de Él.

 

No es fácil tampoco hoy el sermón de las bienaventuranzas, no porque nuestro corazón no se reconozca en ellas, sino porque nos parecen tan imposibles, tan distantes estamos de ellas, que la Palabra de Jesús nos resulta como nombrar la soga en la casa del ahorcado: o ¿es que no duele su mensaje de humildad, de mansedumbre, de paz, de limpieza, de misericordia… cuando seguimos empeñados -cada cual a su nivel correspondiente- en construir, en fomentar, en subvencionar un mundo que es arrogante, agresivo, violento, sucio, intolerante? Por esto son difíciles de escuchar las bienaventuranzas, porque nos ponen de nuevo ante la verdad para la que nacimos, ante lo más original de nuestro corazón y de nuestras entrañas humanas.

 

Las bienaventuranzas nos esperan, en lo pequeño, en lo cotidiano, en el prójimo más próximo, y nos vuelven a decir: la paz es posible, la alegría no es una quimera, la justicia no es un lujo a negociar. No os engañéis más, no os acostumbréis a lo malo y a lo deforme, porque nacisteis para la bondad y la belleza. Y san Agustín dirá: «nos hiciste, Señor, para ti e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en ti».

 

7 comentarios en “EVANGELIO DEL DOMINGO: AQUELLAS OCHO FORMAS DE FELICIDAD”

  1. Evangelio del domingo: Dios, su tienda en nuestra contienda

    OVIEDO, sábado 1 de enero de 2011 .- Publicamos el comentario al Evangelio del domingo, 2 de enero, segundo de Navidad (Juan 1,1-18), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo.

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    Fue el discípulo amado, el que se recostó en el pecho del Maestro en aquella cena decisiva de intimidades, recuerdos y traiciones. No olvidará las palabras esenciales que escuchó de los labios del Maestro. San Juan nos refiere al comienzo de su Evangelio con estremecedoras palabras, qué es lo que hizo el Hijo de Dios: «la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros» (Jn 1,14). Una imagen que muy bien podría comprender aquél Pueblo que sabía a lo largo de su historia lo que significa vivir a la intemperie y cobijarse en una tienda. La tienda era para el pastor, para el peregrino, para el viajante… un lugar de reposo, de restablecimiento de las fuerzas desgastadas.

    Dios es el que ha querido «acamparse» en el terruño de todas nuestras intemperies, enviando a su propio Hijo como una tienda en la que poder entrar para cobijarnos de todos los descobijos pensables de nuestra vida. De este modo tan inauditoDios ha cambiado de dirección y domicilio viniéndose a nuestro barrio, a nuestra casa. Pese a todos los nobles esfuerzos y a los agotadores intentos de hacer un mundo nuevo, constatamos nuestra incapacidad de diseñar una tierra que sea por todos habitable, una tierra en la que las sombras de guerras, mentiras, corruptelas, tristezas,injusticias, muertes… no eclipsen el fulgor por el que sueñan los ojos de nuestro corazón.

    Dios se ha hecho tienda, se ha acampado, nos ha dirigido su Palabra, nos ha manifestado su Gloria, nos ha regalado su Luz. Creer en la Encarnación de Dios, celebrar su Natividad, es posibilitar desde nuestra realidad personal y comunitaria, que aquel acontecimiento sucedido hace dos mil años siga sucediendo, y nuestra vida cristiana pueda ser un grito o un susurro del milagro de Dios: que los exterminios que hacemos y subvencionamos, con todos nuestros desmanes y pecados de acción y de omisión no tienen la última palabra, porque ésta corresponde a la de Dios que ha querido acamparse.

    ¿Podrán entrever nuestros contemporáneos, que efectivamente Dios no está lejano en su cielo, que se ha acampado muy cerca de nosotros? ¿Qué gestos tendríamos que ofrecer para testimoniar esta verdad, para que a través de nuestro vivir cotidiano tejido de pequeños o grandes momentos, puedan las gentes experimentar en la historia cristiana que Dios es Amor, que es Ternura, que es Verdad, que es Luz, que es Paz? Sólo si nuestra vida sabe a esto, si sabe a lo que sabe la de Dios, si somos tierra abierta para que en nosotros y entre nosotros, Él siga plantando su Tienda en medio de nuestras contiendas.

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    1. Gotas de Paz – 423 Asunción, 31 de diciembre de 2010.
      “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo.” Mt. 2, 2

      La Iglesia celebra en el día 06 de enero la fiesta de la Epifanía del Señor. Esta palabra griega, epifanía, quiere decir manifestación.
      Para nosotros, los humanos, solamente es posible sentir la presencia de Dios cuando él nos da la gracia de su manifestación. Dios es puro espíritu y nosotros somos una unidad de cuerpo y espíritu, por eso para que él pueda participar de nuestras vidas debe siempre encontrar un modo de hacerse sensible a nuestros sentidos, como por ejemplo: el arco iris (Gn 9,14); la zarza ardiente (Ex 3,2); un ángel (Nm 22,31); una brisa suave (1Rs 19,12); una nube (2Cr 5,14); una voz majestuosa (Jb 37,4); el trueno (Sl 29,3); las lenguas de fuego (He 2,3) … Nosotros solamente podemos encontrar a Dios cuando él realiza una epifanía, cuando él se manifiesta. Toda la historia de la salvación es historia de la epifanía de Dios.
      Sin embargo, en este día la Iglesia nos invita a celebrar la más importante manifestación de Dios en la historia, Jesucristo, el Dios encarnado que vino a vivir entre nosotros – “él es la imagen del Dios invisible” – dice san Pablo (Col 1,15).
      Esta fiesta está muy ligada a la fiesta de la Navidad, pues allí en la gruta de Belén empezó la plenitud de la manifestación de Dios. Los magos vieron su estrella y vinieron para adorarlo.
      Sin embargo, la totalidad de la vida de Jesús es epifanía, pues en cada gesto, en cada palabra, en cada señal, en cada sanación, en cada milagro… él fue siempre la maravillosa revelación de Dios – “quien me ve, ve al Padre” (Jn 14,9).
      Por eso, en su origen esta fiesta era celebrada no solo la manifestación a los magos, sino también la gran manifestación del bautismo de Jesús y su primer milagro, la conversión del agua en vino en las bodas de Caná. De hecho una antífona de las Vísperas dice:
      “Veneramos este día santo, honrado con tres prodigios:
      HOY la estrella condujo a los magos al pesebre;
      HOY el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná;
      HOY Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán para salvarnos. Aleluya.”
      De algún modo, la Iglesia nos invita a celebrar los tres eventos que marcan de algún modo el inicio de la epifanía de Jesús.
      Ciertamente nace en nosotros la pregunta: ¿por qué celebrar este inicio? ¿Por qué celebrar una apropiada fiesta que nos recuerda que Dios se revela, que él se manifiesta, que él se hace epifanía en nuestras vidas?
      Encuentro yo una respuesta muy oportuna en el hecho de que la revelación exige alguien que la reciba, que la entienda y que la asuma. Es inútil que Dios se manifieste si nosotros estamos distraídos, u ocupados con muchas otras cosas, o que no le tengamos ningún interés. Los magos vinieron del oriente, estaban atentos a los señales del cielo y estaban dispuestos a ofrecer algo, pero la gente de Jerusalén ni se habían dado cuenta de lo que estaba sucediendo en sus alrededores.
      Celebrar la epifanía del Señor es, entonces, agradecer por lo que él ya manifestó y decidirse a conocer su revelación a fondo, pero es también abrirse, estar atento y disponerse a la acogida actual (HOY), pues el Señor se continua manifestando. Dios continua visitándonos en nuestra historia personal, continua pasando en nuestro camino e insiste en invitarnos al dialogo… Él tiene mucho para decirnos. Tiene la respuesta a nuestras preguntas más intimas. Tiene una propuesta para nuestras encrucijadas más sombrías. Tiene el único amor capaz de saciar plenamente nuestra carencia.
      Por eso te pido, Señor, sana mi ceguera, mi sordez y mi insensibilidad. Yo no quiero perder tu manifestación, pero sé que el pecado me ha dejado debilitado, a veces distraído y hasta con miedo de tu presencia. Te pido aún tengas paciencia conmigo y de insistir aún más cuando te doy la espala. Ayúdame a caminar hacia ti, para adorarte. Ayúdame a ser generoso y darte el único regalo que realmente te interesa: mi corazón.

      El Señor te bendiga y te guarde,
      El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
      El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
      Hno Mariosvaldo Florentino, capuchino

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  2. Cristo, sabiduría de Dios (Mt 5,1-12)
    4º Semana del Tiempo Ordinario – 30 de enero de 2011

    En su primera carta a los Corintios, San Pablo explica por qué el mensaje cristiano que él anuncia no es comprendido por los hombres: «Hablamos de sabiduría…, pero no de sabiduría de este mundo ni de los jefes de este mundo…; sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los jefes de este mundo» (1Cor 2,6-8). ¿Cuál es esa sabiduría de Dios? El mismo apóstol ya lo había dicho en términos más concretos: «Nosotros predicamos a Cristo crucificado,… que es para los llamados… fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1Cor 1,23.24).

    En el Evangelio de hoy Jesús proclama bienaventurado al que es pobre de espíritu, es decir, al que es manso de corazón, al que llora ante la maldad, al que tiene hambre y sed de justicia, al que es misericordioso, al que es limpio de corazón, porque es incapaz de pensar mal del prójimo, al que trabaja por la paz, al que es perseguido por causa de la justicia. Pero todo esto es como un fiel retrato de Cristo crucificado. Por eso Jesús las resume todas en esta última: «Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa».

    Si miramos con atención cada una de las bienaventuranzas observamos que todas ellas encuentran su cumplimiento más pleno en Cristo crucificado. Ellas son entonces una expresión concreta de esa sabiduría de Dios, que «no es de este mundo ni de los jefes de este mundo». Por eso no nos debe extrañar que, no obstante su claridad literal y la belleza de su expresión literaria, las bienaventuranzas sigan siendo una enseñanza oculta, «desconocida a los jefes de este mundo» y sólo revelada a «los llamados». Esta enseñanza «está destinada por Dios para gloria nuestra -dice San Pablo- desde antes de los siglos», es decir, desde antes de la creación del mundo.

    Todos sabemos que «la sabiduría del mundo y de los jefes de este mundo» tiene sus propias bienaventuranzas, que son diametralmente opuestas a las del Evangelio. La sabiduría del mundo proclama felices a los ricos, a los que mandan, a los que ríen, a los que comen, beben y se divierten. Todo esto se resume hoy día con la expresión «pasarlo bien», que es el mandamiento supremo de esa sabiduría mundana.

    Al considerar este domingo las bienaventuranzas de Cristo, no las del mundo, debemos examinarnos para verificar si Dios nos ha dado «su sabiduría», es decir, si somos capaces de comprenderlas, si estamos de acuerdo con Cristo, que las formuló. Debemos tener en cuenta que ellas rigen para nuestra vida en esta tierra, porque el desenlace final está más allá; está en la gloria celestial: «De ellos es el Reino de los Cielos». Ya dijimos que San Pablo las entendió bien; él las expresa así: «Anhelo tener comunión con los padecimientos de Cristo, ser hecho semejante a él en su muerte, para tener comunión con él en su resurrección» (Fil 3,10-11). Es como decir: «Bienaventurado el que sufre con Cristo, porque resucitará con Cristo y tendrá parte en su gloria». Por esto, ¡feliz él!

    + Felipe Bacarreza Rodríguez
    Obispo de Los Angeles (Chile)

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  3. Ante los falsos valores, Benedicto XVI presenta las bienaventuranzas El programa de vida para el cristiano, aclara
    CIUDAD DEL VATICANO.- Benedicto XVI presentó este domingo las Bienaventuranzas como el programa de vida de los cristianos ante los falsos valores del mundo.

    Fue la propuesta que dejó al rezar la oración mariana del Ángelus, junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro, con quienes comentó el pasaje evangélico de la liturgia de este día, el sermón que Jesús pronunció en el Lago de Galilea para proclamar «bienaventurados» a los pobres de espíritu, los afligidos, los misericordiosos, los que tienen hambre de justicia, los limpios de corazón, los perseguidos.

    «No se trata de una nueva ideología, sino de una enseñanza que procede de lo alto y que toca a la condición humana, que el Señor, al encarnarse, quiso asumir para salvarla» explicó el pontífice desde la ventana de su estudio.

    Ahora bien, según el obispo de Roma, las Bienaventuranzas no son algo para el pasado; «el sermón de la montaña se dirige a todo el mundo, en el presente y en el futuro».

    «Las Bienaventuranzas son un nuevo programa de vida para liberarse de los falsos valores del mundo y abrirse a los verdaderos bienes presentes y futuros», subrayó.

    «Cuando Dios consuela, sacia el hambre de justicia, enjuga las lágrimas de los afligidos, significa que, ademas de recompensar a cada uno de manera sensible, abre el Reino de los Cielos», aseguró.

    Las Bienaventuranzas, aclaró, «reflejan la vida del Hijo de Dios que se deja perseguir, despreciar hasta la condena a muerte para dar a los hombres la salvación».

    Benedicto XVI comentó el Evangelio de las Bienaventuranzas ·con la historia misma de la Iglesia, la historia de la santidad cristiana, pues –como escribe san Pablo– ‘Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale'».

    Por este motivo, concluyó, «la Iglesia no tiene miedo de la pobreza, el desprecio, la persecución en una sociedad con frecuencia atraída por el bienestar material y por el poder mundano».

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  4. IV DOMINGO – TIEMPO ORDINARIO

    Citaciones di
    So 2,3: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9aeulzb.htm

    3,12-13: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9asrrlc.htm

    1Co 1,26-31: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9bigqpa.htm

    Mt 5,1-12: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abttke.htm

    Las lecturas que la liturgía de la Palabra nos ofrece este domingo estan relacionadas con el común tema del pobre, entendido no solamente como aquel que es indigente, sino, sobre todo, como aquel que funda toda su seguridad y esperanza sólo en Dios.

    La primera lectura presenta al pobre, como aquel que a pesar de ser pisoteado de la iniquidad de los poderosos y de las injustícias, no pierde la esperanza, mira con confianza a Dios y sólo en Él apóya su perseverancia.

    En la segùnda lectura San Pablo insíste, en que las decisiones tomadas por Dios no síguen las lógicas del mundo: Dios no apunta sobre los hombres de éxito, sino que escoge los más pequeños, los pobres, Dios prefiére a los más débiles, aquellos que a los ojos del mundo no tienen ningún tipo de valor y de poder, porque dice el Apóstol: «Ningún hombre puede presumir delante de Dios» y sea claro, por lo tanto, que los logros no se obtiénen por poderes o virtudes humanas, sino sólo y esclusivaménte por el Señor. Este es el escandalo permanente en el mundo, llamado a una conversión de frente a lo aparente ilógico de la lógica divina. Es un escándalo, osea, el obstáculo de todos los cristianos que aún no han conseguído entender el misterio y el drama de la Encarnación del Verbo.

    Por ùltimo, en el Evangelio de las Bienaventuranzas, el pobre aparéce como el protagonísta privilegiado del discurso, difinitivamente el verdadero protagonísta de la história.

    Los primeros protagonístas de las Bienaventuranzas son de hecho, «los pobres de espíritu», es una expresión que tiene por objeto indicar a los que tienen el corazón y la conciencia íntimamente orientados al Señor.

    Ellos son expresión del justo provado por el sufrimiento y la dificultad. Sin embargo son llamados benditos, felices, porque presisamente sobre ellos se fija con placer la miráda compasiva e misericordiósa de Dios. Este es el pobre, como lo expone realmente el texto bíblico. Los pobres en la Bíblia son «curvos», los anawîm, aquellos que portan un peso sobre la espalda. Ellos son alcanzados por la gracia de Dios y por esto, la palabra los indíca como justos, mansos, humildes. Todas categorías comprendidas dentro de las ocho bienaventuranzas evangelicas. Aparece así, el verdadero significado del pobre justo: él es primero de todo, aquel que no confia principalmente en sí mismo, si no en Dios; se desprende concreta e interiormente de la posesión de las personas y de las cosas y sobre todo de sí mismo; es aquel que no funda su propia seguridad en los bienes del mundo, sobre el éxito, sobre el poder y sobre el orgullo.

    Por este motivo se conviérte en motivo de escandalo para el mundo, porque da testimónio que se puede fundar la vida en Dios, con la segura certeza de su constante presencia y afirma en tal modo que Dios existe y obra.

    Cada uno de nosotros es invitado a verificar en que cosa realmente se apoya la propia certeza y sobre cuanto nuestra cotidiana existencia proclame, en los héchos, la preséncia eficáz de Dios en el mundo.

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  5. Un difícil y constante aprendizaje

    «Viendo la multitud subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos.
    Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:…» Mateo 5,1-12

    El conocido ‘sermón de la montaña’ nos introduce en la enseñanza de Jesucristo hacia nosotros/as, hay una multitud y discipulado que se acerca a Él con la expectativa de ser alcanzados por aquella salvación que Dios ha prometido a su pueblo. Hoy, con la misma expectativa, nos acercamos a este relato, predisponiéndonos a que se nos revele el misterio que guarda el propósito de Dios -en medio nuestro- a través de Jesús.

    Una parte fundamental o primordial en el ministerio de Jesús es la enseñanza, y una característica elemental de esta enseñanza es el esclarecimiento de aquello que se vuelve preocupante y relevante para Dios, por lo cual va a señalar el camino donde se producirá el encuentro entre Dios y lo humano. Del estado al que llegó la convivencia humana -según este discurso de Jesús en la montaña- para Dios es preocupante la pobreza en espíritu, el dolor de situaciones que llevan al llanto o lamento, la persecución y vituperación, el decir toda clase de mal y la mentira; también vemos que pasa a ser relevante para Él la mansedumbre o paciencia, el deseo de justicia, la misericordi a, la limpieza del corazón y el trabajo por la paz. Lo interesante aquí es la relación entre estas cuestiones preocupantes y relevantes para Dios, y que están reunidas para reflexionarlas juntas y no por separado. Es decir, para Dios es relevante la mansedumbre, siempre que esté inserta en medio de una situación de pobreza de espíritu; es relevante el deseo de justicia siempre que esté inserto en medio de una situación de llanto o lamento; es relevante la misericordia, siempre que esté inserta en medio de una situación de persecución; es relevante la limpieza de corazón y el trabajo por la paz, siempre que estén insertas en medio de situaciones de vituperación y mentiras.

    El camino de encuentro entre Dios y lo humano, es un camino angosto y difícil de transitar, dado que es fácil ser manso y paciente con los que creemos que merecen nuestra paciencia y mansedumbre, pero nos resulta muy difícil serlo con los que consideramos que no merecen nuestra paciencia; al igual que es fácil desear justicia cuando se trata de justicia para mí o para los que yo considero que merecen justicia, pero se hace difícil desear justicia ante el llanto o lamento de otras personas que están más allá del marco de nuestro interés (por algún motivo que no deja de ser humano); resulta fácil ser misericordioso con los que tienen misericordia con nosotros/as, mas es difícil sentir misericordia con los que nos persiguen u hosti gan; y por último nos resulta fácil demostrar limpieza de corazón, sinceridad y dedicación al trabajo por la paz, cuando estoy con los que considero amigos, pero ¿cuánto nos dura la limpieza de corazón cuando nos deja de caer bien alguien? ¿Cuánto nos durará la sinceridad cuando perdemos la capacidad de dialogar? Trabajar por la paz es algo que suena muy bien, pero nos cuesta mucho trabajar por la paz de Dios, dado que para ello debemos prescindir de armas, violencia de cualquier tipo, persecuciones, hostigamientos y mentiras.

    Hoy nos volvemos a acercar a ese Jesús, revelado por el evangelio, que se dedica a enseñarnos el camino del encuentro con Dios, camino de mansedumbre con los pobres en espíritu, camino de deseos de justicia ante el llanto de otros/as, camino de misericordia ante los que nos persiguen, camino de limpieza de corazón y trabajo por la paz ante la vituperación y mentiras que son practicadas y dichas con la finalidad de hacernos algún mal. La fortaleza que viene de Dios nos capacita para poder hacer esto, para poder educar nuestros sentimientos ‘levantando la mirada de nuestros ombligos’ y comprender que el propósito de Dios es salvar a toda su creación, y no solo a la parte de ella que a nosotros nos parece que tiene que ser salvada.

    Nuestro bautismo y pertenencia a una comunidad de fe, nos lleva a asumir un constante y difícil desafío: aprender a ir re-direccionando lo asumido como normal, bueno y verdadero, re-encausando la convivencia hacia una expectativa constante sobre lo que Dios tiene para enseñarnos-educarnos en cada situación que nos toque enfrentar, como personas, como familias, como pueblo. Estas situaciones tendrán una tensión -de la que debemos ser consientes- entre nuestra tendencia a mirar nuestros ombligos y la enseñanza de Dios para levantar nuestra mirada y ver el alcance de su propósito.

    Fabián Paré.

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  6. “Felices los puros de corazón, porque verán a Dios.” Mt. 5, 8

    La Iglesia nos ofrece en este IV domingo del tiempo ordinario el evangelio de las bienaventuranzas que son sin dudas, una de las páginas más bellas del nuevo testamento y son también un verdadero programa de vida para quien quiere de verdad ser un cristiano. Ciertamente cada una de las bienaventuranzas merecería una profunda meditación. En otras veces que ya tuvimos oportunidad de meditar sobre este evangelio, hoy intentamos profundizar uno de sus aspectos, la sexta bienaventuranza – como nos dice Jesús en el evangelio, Felices los puros de corazón, porque verán a Dios.
    Generalmente interpretamos la pureza del corazón que nos habla esta bienaventuranza como conexa al aspecto sexual de nuestra vida, asociamos esta pureza a la castidad, a la búsqueda de vencer los deseos carnales y al control de nuestros impulsos sensuales. Sin embargo, en una sociedad tan erotizada como la nuestra, donde por todos los poros somos bombardeados con toda especie de propagandas de contenido sexual, muchas veces nos sentimos frustrados e incapaces de conseguir alcanzar esta pureza de corazón, que es la condición para poder ver a Dios.
    Sin negar esta interpretación, es importante entender que en la época de Jesús, y en los primeros siglos del cristianismo, estas palabras, pureza del corazón, no eran comprendidas e interpretadas con relación a la sexualidad, sino que mucho más a la recta intención, a la sinceridad, a la coherencia, a la honestidad.
    Una persona que tiene la pureza del corazón, es entonces una persona que no hace las cosas solo para aparecer, solo para ser vista y notada, sino que lo hace porque le nace del corazón, y aunque nadie lo viera lo haría con la misma pureza.
    El puro de corazón es aquel que actúa sin segundas intenciones, que no está calculando los resultados. Es aquel que se recusa a aprovecharse de los demás. Es aquel que no apuñala a nadie por las espaldas. Es aquel que no hace de su vida un teatro de apariencias, un juego de papeles, un recitado. Es aquel que no quiere vivir con mascaras, que no desea aparentar lo que no es.
    La pureza del corazón es entonces lo contrario de la hipocresía, de la superficialidad, de la manipulación de los demás. Es tener tanto respecto por quien se tiene delante, que uno se presenta lo más realistamente posible.
    La pureza de corazón es el no ser doblez, es el no tener dos caras, es la búsqueda de honestidad en las relaciones personales.
    El puro de corazón es aquel a quien podemos conocer y confiar.
    Es por eso que el puro de corazón puede ver a Dios, pues no tiene sus ojos tapados por la falsedad. Quien no tiene la pureza de corazón solo consigue verse a si mismo, y solo ve a los demás en modo torcido.
    Creo que nuestro mundo, hoy vive una gran carencia de personas puras de corazón. También en nuestros ambientes eclesiales muchas veces nos preocupamos demasiado con las apariencias y nos olvidamos de la autenticidad. Pidamos al Señor que arranque de nuestros corazones la hipocresía, la falsedad y la simulación.
    Dios no exige que seamos perfectos, pero sí que seamos honestos. Solo puede ver a Dios, conocerlo, quien sabe asumir sus propios limites, quien reconoce ser un necesitado. Los orgullosos, los soberbios, los convencidos no conseguirán jamás ver a Dios, porque él es amor y misericordia.

    El Señor te bendiga y te guarde,
    El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
    El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
    Hno Mariosvaldo Florentino, capuchino.

    Gotas de paz – 427 Roma, 28 de enero de 2011.

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