EVANGELIO: DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

Este es el domingo en el cual la gran puerta del la semana santa se abre de frente a la vida de cada cristiano. Hoy, el tiempo se hace verdaderamente más breve y el discípulo esta llamado a seguír con paso más firme al señor Jesús que entra en Jerusalén.

La identificación con los discípulos de Cristo puede ciertamente ayudárnos a comprender lo que la liturgia del día nos invita a contemplar. Ellos, como los habitantes de la ciudad santa, habían sido testigos de los milagros que Jesús había cumplido en los días precedentes y de como Aquel que de meses seguían con interés había de hecho resucitado un hombre de entre los muertos, Lázaro de Betania. Si en un tiempo, al escuchar el proposito de Jesús de dirigirse a Jerusalén, habían sentído temor y desconcierto, ahora, a guiar sus pasos era la euforia que perdía el sentimiento del la gente, sorprendida por el cumplimiento de las promesas reveladas por los profetas.

Pero como acabamos de escuchar, el clima,  esta destinado a cambiar rapidamente y, el titulo mesianico de «Hijo de David» (Mt. 21,9) –apesar de revelarse en su personalidad real: «Rey de los Judios» (Mt. 27,29-37) – se convierte en motivo de burla por parte de los soldados.

Sin embargo, el Señor Jesús, hasta en la hora de la agonia más atroz , mientras fue abandonado por todos, no sede a  la tentanción de “apartar de Él” el cáliz que el Padre desea que Él beba. De hécho, es precisamente en aquel momento que se manifiésta lo que el profeta Isaías había pre anunciado a travéz de uno de los cuatro poemas del siervo, propuesto en la primera lectura: en esto surge por lo tanto, el estilo que cada uno de nosotros debería de asumir: «Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche» (Is. 50,4). El “escuchar” para los pueblos semitas  no es diferente del “seguir” ; y es precisamente el tema del “seguimiento” a ser como el hilo rojo que enlaza todos los textos de la Sagrada Escritura que hoy hemos escuchado: un seguimiento que cuando no es negado como en el caso de los discípulos que «lo abandonaron y escaparon» (Mt. 26,56), es signo inequívoco del amor de Dios Padre, única posibilidad para amar verdaderamente a los hermanos.

Es sólo a travéz del “seguimiento de Cristo” que se actúa nuestra redención: la vida del Señor Jesús ha sido toda definida por la escucha de la voluntad del Padre. No nos debe sorprender, por lo tanto, si la Iglesia nos propone también uno de los textos más antiguos que hablan de Jesús, un pasaje de la carta a los Filipenses que en seis versículos logra diseñar de frente a nosotros la vida de Cristo a travéz del camino de la obediencia.

No existe otra posibilidad, para nosotros, si no aquella de entrar en la contemplación de estos días de Pasión a travéz del “seguimiento de Cristo”: vivamos estos días buscando su presencia en las llagas de nuestra história –en el trabajo, con la familia, con los amigos- ; sigamoslo por los caminos de Jerusalén, teniendo cuidado de regresar a Él  cada vez que, durante esta semana nos demos cuenta de haberlo traicionado, abandonado, perdido de vista; subamos con Él hasta el Calvario y pidamosle que, Su abandono total a la muerte de cruz, nos permita reconocerlo como Aquel que es el único que puede cambiar nuestra vida,  así como hizo el Centurión que antes se había burlado de Él: «verdadermente éste era  Hijo de Dios» (Mt. 27,54)

Año A

Citaciones

Mt 21,1-11: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abtnfu.htm

Is 50,4-7: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9aggyjbr.htm

Ph 2,6-11: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9ajjvpb.htm

Mt 26,14-27,66: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9arif20.htm

25 comentarios en “EVANGELIO: DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR”

  1. ¿Por qué «adorar» la cruz?
    Reflexiones para profundizar nuestros gestos religiosos.
    Autor: P. Lic. José Antonio Marcone,V.E. | Fuente: apologetica.org

    Un amigo me hizo las siguientes preguntas: “Dado que la adoración es un acto específico que la creatura dirige sólo a la divinidad, ¿porqué entre los ritos del Viernes Santo está el de la adoración de la Cruz? ¿No se configura como un acto de idolatría? Entonces, ¿porqué usar esta terminología, que aparece como blasfema, contra el clarísimo primer mandamiento de la Biblia? ¿Porqué usar esta terminología que podría desviar a aquella parte del pueblo de Dios que no tiene instrumentos culturales suficientes para comprender que no se trata, en definitiva, de un culto dirigido a un objeto de madera? ¿Cómo nació este uso en la Iglesia Católica? ¿A qué época se remonta? Cada vez que participo en la celebración del Viernes Santo siempre afloran de nuevo estas preguntas. Mentalmente las resuelvo siempre diciéndome que se trata de un acto de veneración”. Para responder estos interrogantes he escrito este pequeño artículo.

    1. ¿Qué entendemos por ´adoración´?

    Quiero, ante todo, aclarar la terminología. La palabra adoración es genérica. Deriva del latín ad-orare, cuyo primer sentido es elevar una súplica. Después significa tener veneración por alguien, y de aquí, adorar. Ahora bien, como sucede con toda cosa genérica, requiere la especificación. Cuando la veneración se dirige a Aquel que tiene la excelencia absoluta, es decir, a Dios esta adoración se llama adoración de latría.

    Por otro lado, Dios comunica su excelencia a algunas creaturas, aunque no según igualdad con Él, sino según cierta participación. Por eso veneramos a Dios con una veneración particular que llamamos latría, y a ciertas excelentes creaturas con otra veneración que llamamos dulía. Pero es necesario estar muy atentos, porque el honor y la reverencia son debidos solamente a la creatura racional. Por lo tanto, la dulía corresponde solamente a la creatura racional.

    En consecuencia, en sentido estricto, tenemos una adoración de latría que es sólo para Dios y una adoración de dulía, para las creaturas. Vemos entonces que el sentido vulgar de la palabra adoración (que coincide con el último sentido de la palabra latina) se identifica con aquello que hemos llamado, con Santo Tomás de Aquino, ´adoración de latría´.

    2. ¿Debemos adorar la cruz de Jesús con adoración de latría?

    Santo Tomás se hace esta misma pregunta[1]. Nos referimos a la misma cruz de Jesús, aquella en la cual fue clavado. Esta es la respuesta: la adoración de latría solamente debe ser dirigida a Dios. La dulía (proviene de la palabra griega doûlos que significa siervo) debe ser dirigida solamente a las creaturas racionales. Pero a las creaturas materiales (´insensibles´, dice Santo Tomás) podemos presentarle honor y obsequio en razón de la naturaleza racional. Esto podemos hacerlo de dos modos: el primer modo es en cuanto la creatura insensible representa a la naturaleza racional; el segundo es en cuanto la creatura insensible está unida a la naturaleza racional.

    “De ambos modos debe ser venerada por nosotros la cruz de Jesús -dice Santo Tomás. Del primer modo, en cuanto representa para nosotros la figura de Cristo extendido sobre la cruz. Del segundo modo, a causa del contacto que tuvo la cruz con los miembros de Cristo y porque fue bañada con su sangre. Por lo tanto -continúa diciendo Santo Tomás- de ambos modos la cruz es adorada con la misma adoración que recibe Cristo, es decir, adoración de latría”.

    Debemos estar atentos a aquello que dice Santo Tomás. No damos a la cruz (objeto de madera) el culto de latría en cuanto objeto de madera sino en cuanto representa a Cristo y en cuanto estuvo en contacto con su cuerpo y con su sangre, es decir, en razón de Cristo. Esto quiere decir que la adoración de latría va dirigida a Cristo y no a un pedazo de madera. Dice el P. Fuentes respecto a esto: “Evidentemente el concepto clave es aquí la distinción, dentro de la adoración de latría (…), entre latría absoluta y latría relativa: latría absoluta es la que se da a una cosa en sí misma (por ejemplo, a Dios, a Jesucristo, etc.); latría relativa es la que se da a una cosa no por sí misma sino en orden a lo que es representado por ella (las imágenes). Por tanto, si bien la cruz no es adorada con culto de latría absoluta, sí lo es con el de latría relativa”[2].

    Ahora bien, ¿qué sucede con las cruces que nosotros tenemos ahora? Estas cruces son imitaciones de la ´vera cruz´ de Jesús, cruces hechas de piedra, de madera o metal. La respuesta a esta pregunta pienso que aclarará un poco más nuestro tema.

    3. ¿Debemos adorar las imágenes de Cristo con adoración de latría?

    Partimos del punto que estas cruces de las cuales hablamos no son otra cosa que imágenes de Jesús, es decir, tratan de representar pictóricamente al Dios encarnado, al Verbo hecho hombre. Exponemos la doctrina de Santo Tomás respecto a la actitud que nosotros debemos tener hacia las imágenes pictóricas de Cristo.

    Podemos considerar las imágenes en general en dos sentidos. Primero, en cuanto es una cierta cosa, hecha con un material determinado. Segundo, en cuanto es imagen de una realidad, la cual se configura como ejemplar o modelo de dicha imagen. En el primer sentido, esto es, en cuanto es una cosa cualquiera, a las imágenes de Cristo (y también a las cruces hechas actualmente; por ejemplo, de madera esculpida o pintada), no se les debe dar ninguna reverencia, porque solamente debemos dar reverencia a la creatura racional. Por lo tanto, a las imágenes de Cristo (y también a las de los santos), tomadas en este primer sentido, no debe brindárseles ni adoración de latría, ni dulía, ni siquiera veneración.

    En el segundo sentido la cosa es diferente. Porque cuando yo me dirijo a una imagen en cuanto representa otra realidad y me la recuerda, no me estoy dirigiendo a la imagen misma sino a la realidad que representa. Es en este sentido que nosotros presentamos honor y obsequio a las imágenes de Cristo (y a las cruces). Por eso, en este sentido, damos a las imágenes de Cristo la misma reverencia y veneración que damos a la persona de Cristo. Y dado que a Cristo lo adoramos con adoración de latría, en consecuencia a su imagen debemos adorarla también con adoración de latría. Para ser más exactos digamos que también a las imágenes de Cristo las adoramos con latría relativa. Esto lo dice San Juan Damasceno bellamente: “Imaginis honor ad prototypum pervenit”, esto es, “el honor dado a una imagen se dirige y llega hasta el prototipo”.

    Resumiendo: adoramos las imágenes de Cristo y las cruces en cuanto son símbolos de una realidad ulterior y divina. Por eso dice el Libro Ceremonial de los Obispos: “Entre las imágenes sagradas, la figura de la cruz ´preciosa y vivificante´ ocupa el primer lugar, porque es el símbolo de todo el misterio pascual. Ninguna imagen más estimada ni más antigua para el pueblo cristiano. Por la Santa Cruz se representa la pasión de Cristo y su triunfo sobre la muerte, y al mismo tiempo anuncia la segunda y gloriosa venida, según la enseñanza de los Santos Padres” (n. 1011).

    4. Respuesta puntual a las preguntas

    Podemos ahora responder puntualmente a las preguntas puestas al principio de este pequeño artículo.

    1) “Dado que la adoración es un acto específico que la creatura dirige sólo a la divinidad, ¿porqué entre los ritos del Viernes Santo está el de la adoración de la Cruz?” Porque la Iglesia quiere que, a través de la cruz, que representa a Cristo y estuvo en contacto con Él, adoremos al que es hombre y Dios. Ella es el “símbolo por antonomasia de la pasión de Jesucristo” y “representa al mismo Jesucristo en el acto de su inmolación. Por eso debe ser adorada con una acto de adoración de ´latría relativa´ en cuanto imagen de Cristo y por razón del contacto que con Él tuvo”[3].

    2) “¿No se configura como un acto de idolatría?” No, porque el culto de latría no va dirigido al pedazo de madera sino a Cristo.

    3) “Entonces, ¿porqué usar esta terminología, que aparece como blasfema, contra el clarísimo primer mandamiento de la Biblia?” Esta terminología, teológicamente hablando, es correctísima. Se puede decir con toda propiedad ´adoración de la cruz´ porque se puede dar culto de latría relativa a un objeto insensible en razón de Cristo, que es Dios.

    Respecto al problema bíblico es verdad que el primer mandamiento dice: “No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto” (Éx.20,4-5). Pero en realidad “ese precepto no prohíbe hacer alguna escultura o imagen, sino que prohíbe hacerlas para ser adoradas. Por eso se agrega inmediatamente: ´No te postrarás ante ellas ni les darás culto´ (Éx.20,5). Y dado que el movimiento de adoración que se dirige a la imagen es el mismo que va dirigido y termina en la cosa, al prohibir la adoración de las imágenes lo que se prohíbe es la adoración de la cosa, semejanza de la cual es la imagen. Por lo tanto debe entenderse que ese precepto prohíbe la fabricación y la adoración de las imágenes que los gentiles hacían para adorar a sus dioses, es decir, a los demonios. Por eso, en el mismo paso de la Escritura, antes se dice: ´No habrá para ti otros dioses delante de mi´ (Éx.20,3)”[4]. Esto que acabamos de decir queda confirmado por el mismo Yahveh cuando manda a Moisés hacer la escultura de dos ángeles para que adornen el arca de la Alianza: “Harás dos querubines de oro macizo; los pondrás en los dos extremos del propiciatorio” (Éx.25,18). Si la prohibición fuese de hacer imágenes en absoluto, el primero en quebrantar dicha prohibición hubiese sido el mismo Dios. El mismo Dios, según vemos en este texto, manda hacer dos esculturas para ser veneradas.

    Además hay que tener en cuenta que en el Antiguo Testamento esta prohibición de hacer y adorar imágenes adquiría un sentido especial porque el verdadero Dios se había revelado como un ser espiritual e incorpóreo y, por lo tanto, no era posible hacer alguna imagen corporal que expresara adecuadamente a ese Dios incorpóreo. “Pero dado que en el Nuevo Testamento Dios se hizo hombre, puede ser adorado en su imagen corporal”[5]. Por lo tanto, vemos que ni en el acto de adoración de la cruz ni en la terminología usada para expresarlo hay algo que se oponga a la revelación del Antiguo o del Nuevo Testamento. Al contrario, el Nuevo Testamento, al revelarnos la encarnación de Dios, nos autoriza a adorarlo en su imagen corporal.

    4) “¿Porqué usar esta terminología que podría desviar a aquella parte del pueblo de Dios que no tiene instrumentos culturales suficientes para comprender que no se trata, en definitiva, de un culto dirigido a un objeto de madera?” El problema no es la terminología que, como dijimos, es correcta. Tanto la terminología como el tema en sí mismo podría explicarse de tal manera que todos lo entiendan, aún aquellos que tienen menos ´instrumentos culturales´. Hay muchos misterios en nuestra religión que no son fáciles de entender en el primer intento. Necesitan una explicación llena de ciencia y caridad, es decir, con la capacidad de adaptarse a las condiciones del oyente. Esa es la tarea de los pastores. Precisamente, uno de los problemas más graves de nuestro tiempo, como ya lo hacía notar el Papa Pablo VI[6], es el dramático alejamiento y posterior ruptura entre Evangelio y cultura. Por eso hace falta afrontar una evangelización profunda, que llegue hasta los fundamentos culturales de las distintas sociedades.

    5) “¿Cómo nació este uso en la Iglesia Católica? ¿A qué época se remonta?” Pienso, junto con Santo Tomás, que este uso nació de los mismos apóstoles. Lo que Santo Tomás dice respecto a las imágenes de Cristo se puede aplicar, y con mayor razón, a la cruz misma de Cristo. Dice este santo: “Los Apóstoles, por el familiar instinto del Espíritu Santo, transmitieron ciertas cosas a las iglesias para que sean conservadas que no dejaron en sus escritos, sino que las han entregado a la sucesión de los fieles para que sean ordenadas como precepto de la Iglesia. Por eso dice San Pablo: ´Manteneos firmes y conservad las tradiciones en las cuales fuisteis instruidos, sea por medio de nuestra viva voz (es decir, oralmente), sea por medio de nuestra carta (es decir, transmitido por escrito)´ (2Tes.2,15). Y entre estas tradiciones recibidas oralmente está la de la adoración de la imagen de Cristo. De hecho se dice que San Lucas evangelista (que fue compañero de los apóstoles) pintó una imagen de Cristo, que se encuentra en Roma”[7].

    Sin duda que ya las primeras comunidades cristianas adoraban la cruz, como es testigo aquel antiquísimo cántico que se dirige a la cruz como si fuese una persona y le atribuye poder para dar la salvación: O Crux, ave, spes unica. Hoc passionis tempore, auge piis iustitiam, reisque dona veniam. “Ave, oh Cruz, esperanza única. En este tiempo de pasión aumenta la justicia de los santos y a los culpables dales el perdón”. Los Santos Padres de los primeros siglos, como San Agustín y San Juan Damasceno, hablan del rito de la adoración de la cruz como algo ya consolidado en la Iglesia.

    En el siglo IV Santa Elena, la madre del emperador Constantino, impulsada por esta devoción a la cruz de Cristo, se empeña en buscarla y la encuentra. Sin duda que este hallazgo de la ´vera cruz´ habrá estimulado muchísimo la devoción a ella.

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    Notas

    [1] S. TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III Parte, cuestión 25, artículo 4.

    [2] FUENTES, M. A., El teólogo responde, Ediciones del Verbo Encarnado, San Rafael, 2001, p. 169.

    [3] FUENTES, M. A., ibidem.

    [4] S. TOMÁS DE AQUINO, idem, III, c. 25, a. 3, respuesta 1.

    [5] “Sed quia in Novo Testamento Deus factus est homo, potest in sua imagine corporali adorari” (S. TOMÁS DE AQUINO, ibidem).

    [6] Cf. Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, n. 20.

    [7] S. TOMÁS DE AQUINO, idem, III, c. 25, a. 3, respuesta 4.

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  2. La cruz de Cristo, cita con el amor y la verdad

    por P. Humberto Villalba

    Una sociedad secularizada, como la nuestra, sigue ofreciendo, con fuerza sicodélica, la ilusión de paraísos perdidos. Por eso la cruz, en nuestra cultura, sigue siendo “motivo de escándalo”. ¡Hay que destruirla porque se atreve a ser conciencia del mundo, un alegato permanente contra desafueros y deshumanizaciones! Nada de pensar en los que sufren, en los más de 23 millones de seres humanos que mueren de hambre cada año.

    La honestidad y los controles morales son lujos innecesarios en un país del Tercer Mundo.

    Que cada uno se arregle como pueda. Aún así, la cruz de Cristo seguirá siendo la conciencia del mundo. Claro que se trata de la cruz vencedora, la única que puede ser izada en una perspectiva de vida y de fecundidad. Nunca de muerte.

    La cruz de Cristo que es, esencialmente, una cita con el amor y la verdad. Los dos valores que constantemente zarandean la conciencia de la humanidad. Sin estas dos confrontaciones la cruz se vacía de contenido, pues la cruz no se ama por sí misma.

    El sufrimiento desarraigado de la cruz es una maldición perversa. La cruz o nace del amor o es, apenas, dos palos cruzados. La crucifixión no es historia antigua. Aparece en los periódicos de hoy: El “New York Times“, el “Clarín” de Buenos Aires, el “ABC Color” de Asunción… la tienen en primera plana de cada tirada.

    Son los crucificados de todo el mundo, los protagonistas que diariamente la actualizan: los drogadictos, los sidosos, los perversos que esperan la última estación de su “vía crucis“, sentados en las veredas de la calle 42 de Nueva York, los latinoamericanos, con “cara de indio“, a quienes no les alcanza su nacionalidad tercermundista y por eso tienen que vivir escondidos como ratas, para no ser “deportados” a sus países, donde no tienen pan.

    Nuestros campesinos sin rostros, que deambulan como seres sin patria y sin bandera. Ellos, como semillas, han brotado de la tierra, han vivido en esa tierra y ahora tienen hambre porque se han quedado sin tierra. ¿Qué pasó con esa tierra que por tanto tiempo acicalaron con surcos ondulantes, a la que volvieron fecunda y pródiga con el riego abundante del sudor de sus frentes curtidas por el sol y a la que emperejilaban como a una novia, cubriéndola de blancos capullos?

    Aparecieron los “dueños” y, así mismo como hicieron con la túnica de Jesús, se la repartieron generosamente entre ellos. La cruz es una realidad que está mucho más del pequeño jardín de nuestra piedad arrodillada, y si no nos dejamos “herir” por esta realidad, lo mismo tendremos nuestra “calle del dolor“; pero el gran ausente será precisamente él, el único que le da sentido a la dimensión infinita de la cruz.

    La sombra que proyecta la cruz no tiene límites. Debajo de ella hay lugar para todos: para el abuelito enfermo, el que ya es una carga, y por eso fue desplazado “hacia el fondo“; la madre soltera que pide ayuda y solamente encuentra desprecio; la mujer de la plaza Uruguaya que es apedreada en su dignidad por sus propios clientes; la “churera” que vive sola en Cateura y se alimenta del pan que ha caído de la mesa del rico; las que son rechazadas y despreciadas porque “son diferentes”.

    La cruz no solamente proyecta la medida de nuestra capacidad y fortaleza, de la solidez de nuestro andamiaje interior. La cruz de Cristo es, sobre todo, la cita con el amor y la verdad.

    *Sacerdote redentorista

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  3. Viernes Santo: Veneración de la Santa Cruz

    por Hno. Mariosvaldo Florentino

    Después del hallazgo de la sagrada reliquia de la cruz de Cristo en Jerusalén (hacia el año 320), en el Viernes Santo se desarrolló un especial ritual en torno a tan venerable reliquia. El obispo de Jerusalén ponía la sagrada reliquia de la cruz sobre una mesa y dos diáconos se quedaban a los costados custodiándola, mientras las personas inclinándose sobre la mesa la besaban. Tal vez, de este gesto de besar la cruz nació la denominada “adoración de la cruz”, pues la palabra adorar (ad oris) significa llevar a la boca.

    Este ritual rápidamente se esparció en Oriente y Occidente; inicialmente donde tenían una reliquia de la cruz, y más tarde sencillamente se tomaba una cruz que hacía las veces de aquella. La veneración por lo tanto era siempre al leño de la cruz y no a una imagen de Cristo crucificado. De hecho los textos litúrgicos exaltan la propia cruz: “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”; “Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa Resurrección alabamos y glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero”. Fue en el medioevo con la tendencia de dramatizar los ritos litúrgicos que se empezó a hacer una entrada solemne, con una cruz velada que entre aclamaciones va siendo presentada al pueblo.

    Soneto a Cristo crucificado
    (autor anónimo)

    No me mueve, mi Dios, para quererte
    el cielo que me tienes prometido;
    ni me mueve el infierno tan temido
    para dejar por eso de ofenderte.

    Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
    clavado en una cruz y escarnecido;
    muéveme ver tu cuerpo tan herido;
    muévenme tus afrentas y tu muerte.

    Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera
    que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
    y aunque no hubiera infierno, te temiera.

    No tienes que me dar porque te quiera,
    pues aunque cuanto espero no esperara,
    lo mismo que te quiero te quisiera.

    La locura de la Cruz

    La cruz es una locura para muchos, nos dice San Pablo.

    De hecho creer que Dios esté así crucificado, desnudo, lleno de heridas, desfigurado y muerto es realmente difícil, o por lo menos muy extraño. Dentro de la idea de Dios que tenemos, es mucho más cómodo pensarlo bien vestido, bien adornado y con símbolos de poder y fuerza. A nuestros ojos parece incoherente pensar un Dios que sufre, pues seguramente todos ya pensamos: “Ah, si yo fuera Dios, evitaría este sufrimiento”. Sin embargo, ciertamente la cruz es la cumbre de la revelación de Dios. Como ya se dijo, la cruz es el resumen de todo el Evangelio. Nadie jamás podría haber entendido hasta qué punto llega el amor de Dios si él no se hubiera dejado clavar en la cruz.

    “Dios no mandó a su Hijo a este mundo para condenar al mundo”. Y esto lo confirmamos: cuando encontramos a Jesús comiendo con los pecadores, en la casa de los publicanos; cuando lo vemos acoger a la prostituta que le lava los pies; cuando lo escuchamos absolver a una adúltera que estaba por ser apedreada; cuando lo contemplamos lavando los pies de sus apóstoles; cuando lo oímos defender a los discípulos que comían con las manos impuras o entonces arrancaban espigas en día de sábado… Pero mucho más patente es la misión salvadora de Jesús cuando lo contemplamos clavado en una cruz. Allí no es tan solo un gesto, o una simple palabra. Es el amor que llega hasta el extremo.

    “Dios no mandó a su Hijo a este mundo para condenar al mundo”. La cruz de Cristo es la prueba de que Dios hizo, hace y hará todo lo posible para que ninguno de sus hijos se pierda. Dios no quiere condenar a nadie. Dios no se conforma en perder ni siquiera uno solo de sus amados hijos, mismo que haya 6.999.999.999 que estén salvados. El lo buscará, se entregará en su lugar, pagará su cuenta para poder traerlo de nuevo. Pero él no traerá a nadie a la fuerza, debemos estar atentos a no dejar que el pecado petrifique nuestros corazones, y lleguemos a decir: no quiero ser salvo, no necesito de Dios, yo me basto a mí mismo, no deseo la misericordia de nadie!!!

    “Dios no mandó a su Hijo a este mundo para condenar al mundo”. En la cruz encontramos a un hombre herido por causa de los pecados, pero con un poder fortísimo para sanar nuestras propias heridas. Como la serpiente de bronce levantada en el desierto, sanaba a todos los mordidos por una víbora que la mirasen, también Cristo crucificado puede sanar todas nuestras heridas provocadas por el pecado, siempre que lo miremos con confianza. “En sus heridas nosotros fuimos sanados” (1Pe 2,24). El crucificado es medicina para todos los que experimentan la debilidad de la carne.

    “Por él ha de salvarse el mundo”. Cristo crucificado es la fuente de la salvación para todos nosotros. No solo porque él en la cruz pagó por nuestros pecados, sino también porque allí él es el mejor ejemplo de cómo ser auténtico cristiano. Como nos enseñó Santa Clara de Asís: él es para nosotros nuestro espejo, donde debemos mirarnos cada día para saber adecuarnos a lo que significa amar de verdad.

    ¿Qué sentido tiene ayunar?

    El Viernes Santo es tradicionalmente día de ayuno. Sin embargo, muchos se preguntan: ¿Por qué ayunar? ¿Cuál es su sentido? ¿Aun hoy lo debemos hacer? En nuestros días se hace muy difícil predicar sobre el ayuno, pues inmersos en una cultura hedonista, que busca desfrenadamente solo las cosas que dan placer, proponer una penitencia voluntaria motivada desde la fe y que nos hace sufrir, como es el caso del ayuno, resulta algo muy extraño y para muchos criticable. Aunque, muchos por motivos puramente estéticos hagan grandes ayunos, sin que esto perturbe a nadie.

    Sin embargo, nuestra tradición religiosa sabe bien cuánto es importante que cada persona sepa dominar su cuerpo, sus instintos, sus pasiones, si es que quiere vencer en la vida. En tal caso la práctica del ayuno es una escuela, donde despacito, aprendemos a tener en las manos las riendas de nuestro cuerpo. El ayuno cristiano es renunciar voluntariamente durante un determinado tiempo a satisfacer el hambre corporal y ser capaz de soportar los fastidios que esto provoca. Esta experiencia de fe da al cristiano la capacidad de proclamar en su cuerpo la victoria del espíritu, y lo capacita a rechazar las tentaciones en las varias situaciones de la vida. El ayuno voluntario misteriosamente da al hombre la capacidad de tomar posesión de sí mismo, de ser su propio dueño.

    No nos olvidemos que el primer pecado está de hecho relacionado con el no ser capaz de renunciar a una comida. Además, la oración que sale de un cuerpo que está ayunando es una oración mucho más sentida, que lleva consigo toda la densidad del fastidio que el fiel prueba. El cristiano en el ayuno se transforma, él mismo, en un sacrificio viviente, en oferta agradable a Dios y su oración penetra en los cielos.

    En la Iglesia de Roma, el ayuno de los cristianos en estos días era practicado del siguiente modo: durante todo el día ellos no comían nada hasta la misa de la tardecita. El pan eucarístico era entonces el primer alimento de aquella jornada. Después de la celebración ellos cenaban, y al día siguiente repetían el ayuno. El hambre corporal ayudaba a los cristianos a desear cada día saciarse con el pan celestial.

    “Este es el cordero de Dios”

    Más que nunca en este día podemos entender la afirmación de Juan Bautista: Este es el cordero de Dios (Jn 1,36). Jesús fue muerto justamente en la misma hora en que en el templo los sacerdotes estaban matando los corderos para el ritual de la Pascua judaica.

    Aceptar que Jesús es el “cordero de Dios” significa entender que él es el único camino de salvación para nosotros. Esto es, que no existe ningún otro medio elegido por Dios para ayudarnos a encontrar la vida verdadera fuera de Cristo.

    Los juegos, los adivinadores, las cartas, las “filosofías”, los programas… nada de esto pueden dar lo que nos da Cristo a través de los sacramentos. Es por eso que Juan nos dijo: Ese es el cordero de Dios. Tantas veces nos equivocamos de camino. Queremos el bien para nosotros y para los nuestros, pero lo buscamos donde no se lo puede encontrar. No nos dejemos engañar con propuestas fáciles de felicidad. Solamente en Jesús, regalo del propio Dios, encontramos la fuente de todo bien.

    Oración del día:

    Tú que con la Pasión de Cristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, nos libraste de la muerte, que heredamos todos a consecuencia del primer pecado, concédenos, Señor, a cuantos por nacimiento somos pecadores, asemejarnos plenamente, por tu gracia, a Jesucristo, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.

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  4. Jueves Santo: la eucaristía y el sacerdocio

    El Jueves Santo es un día muy especial para la fe católica. En él celebramos la última cena de Jesús, la institución de la eucaristía y del sacerdocio. Por la mañana, en las iglesias catedrales, el obispo con todo su presbiterio celebran la misa crismal en la cual todos los sacerdotes renuevan las promesas que hicieron en el día de la ordenación. Por la tarde, se celebran la misa de la cena del Señor y reviven lavando los pies. Después la eucaristía se queda en un lugar para que los fieles puedan vigilar con el Señor, acompañándolo en su angustia en el Getsemaní y contemplando el gran don de su presencia eucarística.
    por Hno. Mariosvaldo Florentino

    La eucaristía: pan vivo, bajado del cielo

    La eucaristía es ciertamente uno de los dones más grandes que Jesús hizo a la Iglesia, por eso es siempre muy oportuno meditar sobre ella, pues así podremos aprovechar mejor de sus frutos, y nunca es demasiado, pues aun el más completo libro sería incapaz de agotar la riqueza de este misterio.

    Jesús es el “Pan Vivo”. No es un pan como los demás. Siempre que agregamos este adjetivo “vivo” a un nombre estamos hablando de una característica muy importante. Si es una persona, un animal o una planta, entonces queremos decir que no está muerto, pero si es de una cosa inanimada entonces estamos hablando de una cualidad especial que le da fuerza. Por ejemplo: la cal viva, que puede carcomer la mano del albañil, el agua viva del mar, que te hace picar la piel, o a la brasa viva que es capaz de quemar, de cocinar y mucho más. Por lo tanto la eucaristía, no es solo un alimento corporal. El es el “Pan Vivo bajado del cielo”. El tiene fuerza. Es capaz de transformar.

    Sería lindo preguntarse: ¿Qué puede suceder conmigo si comiese un Pan Vivo? Este “Pan Vivo” no es una idea o una sencilla metáfora, él es una realidad en la Iglesia, él es la eucaristía, verdadero cuerpo de Cristo. Este “Pan Vivo-Eucaristía” es Jesús (el mismo ayer, hoy y siempre) y por eso tiene la misma fuerza, la misma gracia, el mismo poder del Jesús histórico. Fue El quien quiso quedarse en nuestro medio de ese modo.

    Como en su época muchos no pudieron disfrutar de su presencia y de su gracia, porque no creían que el simple Hijo del carpintero podría ser Dios, hecho carne y estar habitando en medio de ellos. Tal vez hoy, muchos no disfrutan de la fuerza de la eucaristía, porque no creen que este “pancito” tan sencillo sea capaz de tanta maravilla.

    La eucaristía es una escuela de vida que nos lleva al reino. Si la vivimos intensamente ella puede ir transformando nuestras mentalidades y dándonos nuevos criterios para vivir la vida personal, familiar y social. Ella es un llamado a compartir lo que somos y tenemos con los demás.

    La eucaristía nos da el sentido para existir. Ella es una invitación permanente para no perderse en las cositas del mundo, y mirar siempre más allá. Ella nos llama a no vivir solo por vivir, a tener una dirección, y a buscar la plenitud de nuestras vidas, o mejor, ella misma es un proyecto de vida. Es Dios que se hace alimento, Dios que se deja consumir, y que espera también, la misma disposición en nosotros.

    La eucaristía es medicina. Puede sanar a los enfermos. Son tantos testimonios de personas que fueron sanadas cuando recibieron el cuerpo de Cristo, o cuando participaron de una adoración, de la procesión con el Santísimo. (En el Santuario de Lourdes, Francia, la mayoría de los milagros acontecen en la procesión con el Santísimo Sacramento).

    La eucaristía es terapia: puede sanar los recuerdos; puede ayudar a perdonar las ofensas. Aún las heridas más profundas, no resisten a un “tratamiento eucarístico”. La participación asidua, la comunión reverente, la oración profunda son capaces de renovarnos completamente. Hasta los vicios mismos pueden ser vencidos, cuanto más consigamos tornarnos dependientes de Jesús. La eucaristía es fuerza. Ella es capaz de hacer de los débiles, vencedores. Nuestras malas inclinaciones, nuestras debilidades encuentran en ella la fuerza de transformación. Ella es fuerza revolucionaria y aquello que para el mundo es despreciable, ella transforma en precioso a los ojos de Dios. Ella hace de simples mortales, sagrarios vivos del autor de la vida.

    Por todo eso, la eucaristía debe ser aprovechada, ella es una oportunidad privilegiada de un encuentro con Dios. Ojalá tomemos conciencia de lo grande que ella es y de lo que puede hacer con nosotros.

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  5. La Verdad de la Resurrección

    La palabra griega “pistis” es la que se traduce como “fe” en el “Nuevo Testamento” y significa “firme convicción… confianza absoluta”. La FE entonces no debería de ser “ciega” en el sentido de creer por creer solamente aún teniendo todas las evidencias en contra. La FE es certeza (Hebreos 11:1).

    En este sentido podemos leer a Lawrence O. Richards, autor de un diccionario de términos bíblicos, dice: “Pistis y sus derivados hacen referencia a relaciones establecidas a partir de la confianza y preservadas por la fiabilidad”. Confiamos en algo cuando tenemos razones para confiar y evidencias que justifican y respaldan nuestras confianzas.

    “Una afirmación no es verdadera por el simple hecho de que creamos en ella ni deja de serlo porque no creamos. Tenemos que evaluar las evidencias y razones que respaldan esa verdad, luego vemos si esas afirmaciones tienen un fundamento sólido y finalmente llegamos a confiar, llegamos a la experiencia de la fe basándonos en el peso de la evidencia” (“Apologética Cristiana” pág. 11).

    Los apóstoles y los primeros cristianos tenían este tipo de fe, ellos sabían y estaban convencidos por la evidencia de lo que creían. Veamos lo que escribe Lucas en Lc. 1:1-4:“Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido” y Juan en 1 Juan. 1:1-3 dice: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo”. Evidentemente la fe cristiana estaba basada en un fundamento confiable y comprobable.

    Vemos también al apóstol Pablo haciendo una defensa (apología) del fundamento de la fe cristiana (la resurrección) como algo comprobable, fiable y verdadero. En 1 Corintios 15:1-8; 12-20 dice: “Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí…”, “…Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó.

    Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados”. Este es uno de los fragmentos más antiguos de los escritos por Pablo lo cual nos indica de que este credo fue enseñado y difundido desde la primera hora. Muy probablemente Pablo haya recibido esta enseñanza inmediatamente después de su conversión como unos tres años después de la crucifixión de Cristo.

    El gran apologista cristiano Josh Mc Dowell declaró: “Si la resurrección de Cristo es el punto “débil” del cristianismo (por lo sobrenatural o antinatural de su hecho) ¿por qué los apóstoles lo declaraban como el fundamento de su fe? Sabían que si el cristianismo era verdad debía de sustentarse en hechos”.

    En Hechos 17:16-34 encontramos a el apóstol Pablo en Atenas en el Areópago, en la cuna y nata de la filosofía antigua delante de creyentes paganos griegos defendiendo la fe cristiana de la resurrección de Cristo, sobre esto nos dice el libro “Apologética Cristiana” pág. 17,18 lo siguiente; “Pablo argumentó a favor de la fe en dos maneras: El primero es que Pablo habló de algo que tenían en común que era la creencia en un Dios (varios en el caso de los griegos). El problema que planteó Pablo a los atenienses no era que no creían en nada, sino que creían en algo falso. Su religión tenía muchos huecos. Como Pablo sabía todos los errores y las inconsistencias de su religión presento al cristianismo como un sistema de creencias en el cual el poder creador y sustentador del universo es coherente con la idea de justicia”.

    En segundo lugar, Pablo basó su investigación en hechos que podían ser investigados por cualquier persona que estuviera interesada. Pablo hablaba de una persona real que hizo y dijo cosas en un tiempo y en un lugar determinado. Era posible encontrar a los que fueron testigos de la vida y las enseñanzas de Jesús para interrogarlos.

    La realidad de Jesús y de su resurrección es el fundamento del cristianismo. Sin ella no hay cristianismo. Pablo estaba tan convencido de este fundamento que llegó al extremo de señalar la afirmación más vulnerable de la fe cristiana como su defensa más solida y su punto más fuerte. Tan convencido estaba el apóstol de la resurrección de Cristo que exponía este punto como el más fuerte delante de los escépticos.

    Pablo estaba exponiendo estas afirmaciones para que prueben si era verdad o no como casi un desafío. Las afirmaciones del cristianismo se pueden investigar y se pueden poner a prueba. Este desafío no tiene paralelo en otras religiones; ningún otro texto sagrado explica como destruir sus propias afirmaciones”.

    “La resurrección es tan importante a la hora de argumentar a favor del cristianismo porque, si fue real, convalida las enseñanzas de Jesús, ya que queda demostrada que su autoridad provenía de Dios. Las enseñanzas de Jesús no solo trataban de cuestiones éticas y morales sino que, a menudo, se refería a su propia identidad” (“Apologética Cristiana” pág. 267).

    Jesús mismo profetizó y habló de su resurrección en más de una oportunidad; “Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días” Marcos 8:31. Ver también Juan 2:19-32.

    Si Jesús no resucitó o estaba mintiendo o era un lunático y no habría porque creer todo lo que enseñó ya que no cumplió su mayor promesa, la resurrección. Pero Jesús dijo que resucitaría y si resucitó significa que todo lo que dijo; sus promesas, su segunda venida, su identidad, la salvación que prometió, la resurrección de los muertos y la vida eterna son también verdad.

    Diego Enciso
    emilioaguero.com

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  6. En el Día del Amor Fraterno

    Por pa’í Oliva – http://www.paioliva.blogspot.com

    Estamos hoy en el Día del Amor Fraterno. Y, por favor, no lo confundamos con el comercializado día de San Valentín. Hoy no se trata de regalar cosas, sino de algo mucho más profundo.

    Hoy algunos caen en la cuenta por primera vez en su vida. Otros, recordamos lo ya sabido y lo cumplimos. Se trata de ese sentido superior de vivir en el que consideramos a todo ser humano viviente como nuestro hermano, al que le debemos mucho, desde respeto hasta el amor más elevado, pasando por el servicio de cada día.

    Amor fraterno que sobrepasa lo humano y llega a la Madre Naturaleza en todas sus manifestaciones existentes, aun las más humildes.

    Hoy es el Día de toda la Creación, recordado con esa última Cena de Jesús de Nazaret, cuando se despidió de sus amigos y nos dejó el mandamiento del amor y su presencia como alimento espiritual y real en un trozo de pan o en un poco de vino.

    Por lo tanto, día de fiesta, de alegría, de gozo, porque sabemos el sentido del vivir, y de inmensa felicidad, según aquellas palabras del Señor, que no están en el Evangelio, pero Pablo de Tarso nos las recuerda: «Más feliz es el que da que el que recibe».

    Desde esta perspectiva me uno a todos mis hermanos creyentes y no creyentes para quienes el Amor es el motor de sus vidas. Y a todos desearía hoy darles un gran abrazo.

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  7. Sábado Santo, el silencio de María
    Por monseñor Juan del Río Martín*

    MADRID.- El sentido litúrgico, espiritual y pastoral del Sábado Santo es de una gran riqueza. El venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, recordaba en la Carta Apostólica Dies Domini que “los fieles han de ser instruidos sobre la naturaleza peculiar del Sábado Santo” (nº4). Este día no es un día más de la Semana Santa. Su singularidad consiste en que el silencio envuelve a la Iglesia. De ahí, que no se celebre la eucaristía, ni se administre otros sacramentos que no sean el viático, la penitencia y la unción de enfermos. Únicamente el rezo de la Liturgia de las Horas llena toda la jornada.

    Sin embargo, nada impide que pueda tenerse una Liturgia de la Palabra en torno al misterio del día o que se expongan en las iglesias las imágenes de Cristo crucificado o en el sepulcro y de la Virgen Dolorosa para que los fieles puedan rezar delante de ellas. (cf. SC nº7). Ahora bien, “las costumbres y las tradiciones festivas vinculadas a este día, en el que durante una época se anticipaba la celebración pascual, se deben reservar para la noche y el día de Pascua” (CCD, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, Roma 2001, nº 146).

    Sellado el sepulcro y dispersados los discípulos sólo “María Magdalena y la otra María estaban allí, sentadas frente al sepulcro” (Mt 27,61). El discípulo amado acompaña a la Virgen en su soledad, mientras que los judíos celebraban el Sabbat, día que recuerda el descanso de Dios en la semana de la creación. En la nueva alianza que se ha dado en el Calvario, el sábado será el día de la Madre que, unida con toda la Iglesia, “permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos y esperando en la oración y en el ayuno su Resurrección” (DD nº 73). Mientras el Hijo redime las entrañas de la humanidad, María vive esos momentos en un silencio contemplativo, reflexionando sobre las experiencias que “guardaba en su corazón” (Lc 2,61).

    Pero ¿De qué soledad y silencio estamos hablando cuando nos referimos a la Madre del Señor? Se trata de la soledad por la ausencia del “Amado” (Cant 5,6-8), del “Primogénito del Padre”, de su hijo según la carne. Es la soledad fecunda de la fe, nada desesperanzadora y profundamente corredentora. El silencio que conlleva, brota de sentirse desbordada por la Gracia divina que la constituyo Madre del Autor de de nuestra Salvación. ¡Ante la Palabra Encarnada sobra la palabrería humana! Sólo cabe el amor y la adoración.

    Ésta es la soledad y el silencio que descubrimos cada Sábado Santo en la Hora de la Madre, cuando Ella, mirando al sepulcro donde está su Hijo muerto, ve hechas realidad sus palabras: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto” (Jn 12, 24). La contemplación silenciosa y orante de esos instantes de dolor y sufrimiento de la Virgen nos conmueven el alma y nos impulsan a dejar la levadura vieja del pecado y convertirnos en “panes pascuales de la sinceridad y de la verdad” (I Cor 5,8). Así, en cada Vigilia Pascual, como “centinelas en la noche”, toda la Iglesia junto con María espera la luz del grano de trigo que es el Resucitado.

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    *Monseñor Juan del Río Martín es el arzobispo castrense de España

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  8. LA NEGACIÓN DE PEDRO

    Conteniendo a duras penas sus lágrimas y su tristeza, Pedro se había acercado a la lumbre del atrio, silencioso y ensimismado. Pero entre los que alardeaban de su mal trato hacia Jesús y contaban sus gestas, su silencio y su tristeza lo hacían sospechoso. La portera se acercó al fuego escuchando las conversaciones y entonces, mirando a Pedro abiertamente, le dijo: «Tú estabas también con Jesús el Galileo.» Pedro, asustado, temiendo ser maltratado por aquellos hombres groseros, respondió: «Mujer, yo no lo conozco; no sé por qué dices eso.»

    Entonces se levantó y queriendo apartarse de aquella compañía, se dirigió hacia el patio: en ese momento el gallo cantaba en la ciudad. No recuerdo haberlo oído, pero me parece que así fue. Cuando Pedro se iba, otra criada lo miró y dijo a los que estaban cerca: «Éste estaba también con Jesús de Nazaret», y los que habían junto a ella dijeron también: «Es cierto. ¿No eres tú uno de sus discípulos?» Pedro, cada vez más alarmado, replicó de nuevo, y dijo: «Yo no era su discípulo; no conozco a ese hombre.»

    Atravesando el primer patio llegó al patio exterior. Lloraba y su angustia y su pena eran tan grandes, que apenas se acordaba de lo que acababa de decir. En el patio exterior había mucha gente, algunos se habían subido sobre la tapia para oír algo. Había allí también algunos amigos y discípulos de Jesús a quienes la inquietud había hecho salir de las cavernas de Hinnón.

    Se acercaron a Pedro y le hicieron preguntas; pero éste estaba tan agitado que les aconsejó en pocas palabras que se retirasen, porque corrían peligro. En seguida se alejó de ellos, y ellos se fueron a su vez para volver a sus refugios. Eran dieciséis y, entre ellos reconocí a Bartolomé, Natanael, Saturnino, Judas Barnabás, Simeón (que fue después obispo de Jerusalén), Zaqueo y Manahén, el ciego de nacimiento curado por Jesús.

    Pedro no podía hallar reposo y su amor a Jesús lo llevó de nuevo al patio interior que rodeaba el edificio. Lo dejaban entrar porque José de Arimatea y Nicodemo lo habían introducido al principio. No entró en el atrio, sino que torció a la derecha y entró en la sala ovalada de detrás del Tribunal, en donde la chusma paseaba a Jesús en medio del griterío.

    Pedro se acercó tímidamente y, aunque vio que lo observaban como a un hombre sospechoso, no pudo evitar mezclarse con la gente que se agolpaba a la puerta para mirar.

    Jesús llevaba su corona de paja sobre la cabeza y miró a Pedro con tal tristeza y severidad que a éste se le partió el corazón. Pero no había superado su miedo y como oía decir a algunos «¿Quién es este hombre?», se volvió perturbado al patio; como allí también lo observaban, se acercó a la lumbre del atrio y se sentó un rato junto al fuego. Pero algunas personas que habían observado su agitación, se pusieron a hablarle de Jesús en términos injuriosos.

    Una de ellas le dijo: «Tú eres también uno de sus partidarios; eres galileo, tu acento te delata.» Cuando Pedro procuraba retirarse, un hermano de Maleo, acercándosele, le dijo: «¿No eres tú el que estaba con ellos en el huerto de los Olivos, el que le ha cortado la oreja a mi hermano?» Pedro, casi enloquecido de terror, empezó a balbucear jurando que no conocía a aquel hombre, y se fue corriendo del atrio al patio interior. Entonces el gallo cantó de nuevo, y Jesús, que en ese momento era conducido a la prisión a través del patio volvió a mirar a su apóstol con pena y compasión.

    Esa mirada le llegó a Pedro hasta lo más hondo, y recordó entonces las palabras de Jesús: «Antes de que el gallo cante dos veces tú me negarás tres veces.» Había olvidado sus promesas de morir antes que negarlo, y había olvidado sus advertencias; pero, cuando Jesús lo miró, sintió cuán enorme era su culpa y su corazón se consumió de tristeza. Había negado a su Maestro cuando estaba siendo ultrajado, cuando había sido entregado a jueces inicuos, mientras sufría en silencio y con paciencia todos sus tormentos. Abatido por el arrepentimiento, volvió al patio exterior, con la cabeza cubierta, llorando amargamente.

    Ya no temía que le interpelaran; en esos momentos hubiera dicho a todo el mundo quién y cuán culpable era. ¿Quién, en medio de tantos peligros, de la aflicción, la angustia, entregado a una lucha tan violenta entre el amor y el miedo, exhausto, asediado por el miedo y una pena enloquecedora, con una naturaleza ardiente y sencilla como la de Pedro, se atreve a decir que hubiese sido más fuerte que él? Nuestro Señor lo dejó abandonado a sus propias fuerzas y Pedro fue débil, como todos los que olvidan sus palabras: «Velad y orad para que no caigáis en la tentación.»

    La amarga Pasión de Cristo
    Según las visiones de Ana Catalina Emmerich

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  9. Triduo Pascual
    Jueves Santo: La visita al lugar de la reserva. Viernes Santo: La procesión; Representación de la Pasión; Virgen de los Dolores. Sábado Santo: La «Hora de la Madre»
    Autor: Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos | Fuente: http://www.vatican.va

    Triduo pascual

    140. Todos los años en el «sacratísimo triduo del crucificado, del sepultado y del resucitado» o Triduo pascual, que se celebra desde la Misa vespertina del Jueves en la cena del Señor hasta las Vísperas del Domingo de Resurrección, la Iglesia celebra, «en íntima comunión con Cristo su Esposo», los grandes misterios de la redención humana.

    Jueves Santo

    La visita al lugar de la reserva

    141. La piedad popular es especialmente sensible a la adoración del santísimo Sacramento, que sigue a la celebración de la Misa en la cena del Señor. A causa de un proceso histórico, que todavía no está del todo claro en algunas de sus fases, el lugar de la reserva se ha considerado como «santo sepulcro»; los fieles acudían para venerar a Jesús que después del descendimiento de la Cruz fue sepultado en la tumba, donde permaneció unas Cuarenta horas.

    Es preciso iluminar a los fieles sobre el sentido de la reserva: realizada con austera solemnidad y ordenada esencialmente a la conservación del Cuerpo del Señor, para la comunión de los fieles en la Celebración litúrgica del Viernes Santo y para el Viático de los enfermos, es una invitación a la adoración, silenciosa y prolongada, del Sacramento admirable, instituido en este día.

    Por lo tanto, para el lugar de la reserva hay que evitar el término «sepulcro» («monumento»), y en su disposición no se le debe dar la forma de una sepultura; el sagrario no puede tener la forma de un sepulcro o urna funeraria: el Sacramento hay que conservarlo en un sagrario cerrado, sin hacer la exposición con la custodia.

    Después de la media noche del Jueves Santo, la adoración se realiza sin solemnidad, pues ya ha comenzado el día de la Pasión del Señor.

    Viernes Santo

    La procesión del Viernes Santo

    142. El Viernes Santo la Iglesia celebra la Muerte salvadora de Cristo. En el Acto litúrgico de la tarde, medita en la Pasión de su Señor, intercede por la salvación del mundo, adora la Cruz y conmemora su propio nacimiento del costado abierto del Salvador (Cfr. Jn 19,34).

    Entre las manifestaciones de piedad popular del Viernes Santo, además del Vía Crucis, destaca la procesión del «Cristo muerto». Esta destaca, según las formas expresivas de la piedad popular, el pequeño grupo de amigos y discípulos que, después de haber bajado de la Cruz el Cuerpo de Jesús, lo llevaron al lugar en el cual había una «tumba excavada en la roca, en la cual todavía no se había dado sepultura a nadie» (Lc 23,53).

    La procesión del «Cristo muerto» se desarrolla, por lo general, en un clima de austeridad, de silencio y de oración, con la participación de numerosos fieles, que perciben no pocos sentidos del misterio de la sepultura de Jesús.

    143. Sin embargo, es necesario que estas manifestaciones de la piedad popular nunca aparezcan ante los fieles, ni por la hora ni por el modo de convocatoria, como sucedáneo de las celebraciones litúrgicas del Viernes Santo.

    Por lo tanto, al planificar pastoralmente el Viernes Santo se deberá conceder el primer lugar y el máximo relieve a la Celebración litúrgica, y se deberá explicar a los fieles que ningún ejercicio de piedad debe sustituir a esta celebración, en su valor objetivo.

    Finalmente, hay que evitar introducir la procesión de «Cristo muerto» en el ámbito de la solemne Celebración litúrgica del Viernes Santo, porque esto constituiría una mezcla híbrida de celebraciones.

    Representación de la Pasión de Cristo

    144. En muchas regiones, durante la Semana Santa, sobre todo el Viernes, tienen lugar representaciones de la Pasión de Cristo. Se trata, frecuentemente, de verdaderas «representaciones sagradas», que con razón se pueden considerar un ejercicio de piedad. Las representaciones sagradas hunden sus raíces en la Liturgia. Algunas de ellas, nacidas casi en el coro de los monjes, mediante un proceso de dramatización progresiva, han pasado al atrio de la iglesia.

    En muchos lugares, la preparación y ejecución de la representación de la Pasión de Cristo está encomendada a cofradías, cuyos miembros han asumido determinados compromisos de vida cristiana. En estas representaciones, actores y espectadores son introducidos en un movimiento de fe y de auténtica piedad. Es muy deseable que las representaciones sagradas de la Pasión del Señor no se alejen de este estilo de expresión sincera y gratuita de piedad, para convertirse en manifestaciones folclóricas, que atraen no tanto el espíritu religioso cuanto el interés de los turistas.

    Respecto a las representaciones sagradas hay que explicar a los fieles la profunda diferencia que hay entre una «representación» que es mímesis, y la «acción litúrgica», que es anámnesis, presencia mistérica del acontecimiento salvífico de la Pasión.

    Hay que rechazar las prácticas penitenciales que consisten en hacerse crucificar con clavos.

    El recuerdo de la Virgen de los Dolores

    145. Dada su importancia doctrinal y pastoral, se recomienda no descuidar el «recuerdo de los dolores de la Santísima Virgen María». La piedad popular, siguiendo el relato evangélico, ha destacado la asociación de la Madre a la Pasión salvadora del Hijo (cfr. Jn 19,25-27; Lc 2,34ss) y ha dado lugar a diversos ejercicios de piedad entre los que se deben recordar:

    – el Planctus Mariae, expresión intensa de dolor, que con frecuencia contiene elementos de gran valor literario y musical, en el que la Virgen llora no sólo la muerte del Hijo, inocente y santo, su bien sumo, sino también la pérdida de su pueblo y el pecado de la humanidad.

    – la «Hora de la Dolorosa», en la que los fieles, con expresiones de conmovedora devoción, «hacen compañía» a la Madre del Señor, que se ha quedado sola y sumergida en un profundo dolor, después de la muerte de su único Hijo; al contemplar a la Virgen con el Hijo entre sus brazos – la Piedad – comprenden que en María se concentra el dolor del universo por la muerte de Cristo; en ella ven la personificación de todas las madres que, a lo largo de la historia, han llorado la muerte de un hijo. Este ejercicio de piedad, que en algunos lugares de América Latina se denomina «El pésame», no se debe limitar a expresar el sentimiento humano ante una madre desolada, sino que, desde la fe en la Resurrección, debe ayudar a comprender la grandeza del amor redentor de Cristo y la participación en el mismo de su Madre.

    Sábado Santo

    146. «Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos y esperando en la oración y el ayuno su Resurrección».

    La piedad popular no puede permanecer ajena al carácter particular del Sábado Santo; así pues, las costumbres y las tradiciones festivas vinculadas a este día, en el que durante una época se anticipaba la celebración pascual, se deben reservar para la noche y el día de Pascua.

    La «Hora de la Madre»

    147. En María, conforme a la enseñanza de la tradición, está como concentrado todo el cuerpo de la Iglesia: ella es la «credentium collectio universa». Por esto la Virgen María, que permanece junto al sepulcro de su Hijo, tal como la representa la tradición eclesial, es imagen de la Iglesia Virgen que vela junto a la tumba de su Esposo, en espera de celebrar su Resurrección.

    En esta intuición de la relación entre María y la Iglesia se inspira el ejercicio de piedad de la Hora de la Madre: mientras el cuerpo del Hijo reposa en el sepulcro y su alma desciende a los infiernos para anunciar a sus antepasados la inminente liberación de la región de las tinieblas, la Virgen, anticipando y representando a la Iglesia, espera llena de fe la victoria del Hijo sobre la muerte.

    Se recomienda la lectura del documento completo: DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA. PRINCIPIOS Y ORIENTACIONES

    Sagrada Congregación para el Culto Divino
    y la Disciplina de los Sacramentos, 17 de diciembre de 2001

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  10. Procesión “atea“ calienta los ánimos de los españoles

    Se trata de una «procesión atea» que el Jueves Santo quieren realizar varias asociaciones y colectivos para protestar contra la Iglesia católica. La iniciativa ha sido prohibida por la Delegación del Gobierno en Madrid. Y en medio de la polémica, sus organizadores esperan ahora que la Justicia se pronuncie a favor del recurso que presentaron contra el veto. Es un «acto lúdico y folclórico, con batucadas y grupos musicales» para hacer una crítica pero con respeto a todas las creencias religiosas, sostienen los organizadores, que quieren celebrar su «procesión» en el madrileño barrio de Lavapiés, no muy lejos de los lugares que recorren las procesiones del Jesús del Gran Poder y Jesús el Pobre, dos de las más conocidas de la ciudad. dpa

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  11. El diablo anda suelto

    por Ramona Marecos

    El secuestro del niño menonita Javan Ray Yoder y la muerte de monseñor Julio César Alvarez, sin dudas, son muestras incuestionables de lo fácil que resulta a los delincuentes, jugar y acabar con la vida de otro ser humano. Es aberrante saber que en cualquier momento cualquiera de nosotros podríamos ser los siguientes en la lista de estos seres que no respetan a nada ni a nadie y viven a costa de la vida del otro, sin importar las consecuencias. El pequeño Javan Ray Yoder, de tan solo 10 años, vivía en una comunidad donde el respeto, la sencillez, el trabajo y sobre todo la fe en Dios han sido siempre el modo de vida de su familia y el de su congregación.

    Donde la ayuda al prójimo formaba parte del quehacer diario de sus padres y hermanos que jamás se imaginaron que seres cobardes podrían aprovecharse de la inocencia de un niño. Javan Ray, por un milagro fue liberado por sus captores que le quitaron su tranquilidad, su seguridad y su deseo de seguir confiando en el ser humano, pero lo que nunca le quitaron, ni a él ni a sus familiares y amigos es la fe en Dios sobre todas las cosas.

    Al día siguiente del secuestro y liberación de Javan Ray, monseñor Julio César Alvarez fue encontrado muerto en su habitación, en la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, del barrio Estación de la ciudad de Villarrica, con signos evidentes de tortura violenta, que habla de la bajeza y la frialdad de aquellos que se aprovecharon de la hora de descanso y soledad del sacerdote para quitarle la vida. Monseñor Alvarez era una persona útil a la sociedad, carismática y sobre todo con fe de que se podría lograr un mundo mejor trabajando unidos como cristianos y hermanos. Los criminales que tomaron la vida de este sacerdote buscaban cosas materiales, mientras que Alvarez durante toda su vida luchó por los valores, como el respeto, el trabajo, la humildad y el amor. Monseñor Alvarez, sin dudas, deja en el corazón de toda la comunidad guaireña, caazapeña y caaguaceña sus enseñanzas de amor y solidaridad.

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  12. Jesús, divino tesoro

    por Delfina Acosta

    Fue un arte extremo, un terrible arte de la humanidad, tu muerte en el madero, Jesucristo. ¿Tenías o no, miedo? Yo no lo sé, pero el caso es que debía concretarse tu martirio para que después los hombres entendieran, que solamente somos gente desamparada, hija de la fe encontrada a la vera del camino.

    Ay, tu Padre, el Dios de los mortales, que nos creó a su imagen y semejanza. Si tan solo por unos momentos dejara de esconder su rostro entre la abundancia de las hierbas en el sembrado. De entre la maleza salta la liebre, cubriendo un ángulo, y también las aves de coloridos plumajes, con sus chistidos que provocan susto en el corazón desprevenido. Pero tu Padre no asoma el rostro. Somos muchos quienes queremos saber cuál es su perfil. El nos muestra los rayos con sus gérmenes de luces en una noche de tormenta espantosa, y nos hace oír el llamado a guerra de los truenos, mas no arrima sus mejillas rosáceas.

    Dios creó los cielos y la tierra.

    Y te creó a ti, Jesús. Y tú, hablabas con la multitud, y obrabas con prodigios, pues sanabas a los enfermos de sus pústulas.

    Te seguían los oprimidos.

    Creían en ti. Pero también te delataron. Fue Judas a quien escogiste para que cumpliera en el escenario el personaje de traidor. “¿No he escogido yo a vosotros doce, y uno de vosotros es diablo?”, ironizaste. Judas Iscariote quien luego se ahorcó, arrepentido de haberte vendido por treinta dineros.

    Yo no sé…

    Yo no sé, Jesús, qué bella locura has hecho, para que mi corazón te busque en los días de desazón y de amargura.

    Los poetas no tienen, no tuvieron las palabras que decir al hombre. Y hasta ahora no la encuentran.

    Tú sí. Y las dijiste sabiendo que eran luz de lámpara que alumbra durante las noches en vela y las fiestas de casorio.

    Muchos te olvidan, Jesucristo. Y no los culpo. Es tan pesada la vida, y es tan agria la existencia cuando el dolor llama todas las mañanas a la puerta del hogar donde la olla está vacía y la mesa es solo una metáfora.

    Tu ministerio fue llevado a los extremos.

    Suelo oír a los pastores nombrarte, y hablar en lenguas.

    ¿Cómo era tu padre? ¿Te mostraba los trigales del cielo? ¿Te hacía escuchar los compases de lo que luego sería “El himno a la alegría” de Beethoven, a través del sonido que provoca el viento en las varas del bambú?

    Juntaste la humanidad sobre tus espaldas. Nadie tan grande como tú. Sarna hay en la lengua de quien te ofende.

    Tus discípulos te abandonaron en la hora suprema. Pero estaba escrito que así debía ser, pues somos polvo y (también ) criaturas asustadas ante un mundo que no nos merecemos.

    El corazón del hombre está hecho de amargura, de vicios, de egoísmo, y de un poco, solo un poco de amor, cuando la projimidad toca a su puerta..

    Vuelve tus ojos sobre esta humanidad desamparada que es hija, a veces, del absurdo.

    Ayúdanos a levantarnos, pues el dolor nos arrastra.

    Eres hijo de Dios.

    Nadie como tú, tan grande.

    Tu palabra es toda la poesía del universo.

    Tienes la sal. Y la luz. Y todo cuanto de ti emana, es madera buena y sana para nuestro templo.

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  13. La Última Cena tuvo lugar un miércoles

    La última comida que, según la Biblia, compartió Jesucristo con sus doce apóstoles en la noche del Jueves Santo tuvo lugar en realidad un miércoles, según afirma un experto británico de la Universidad de Cambridge (Reino Unido). Colin Humphreys asegura haber resuelto no de los grandes misterios del Nuevo testamento de la Biblia tras descubrir que la llamada «Última Cena» tuvo lugar el miércoles 1 de abril del año 33. Los detalles de su teoría se publican en un libro titulado The Mystery of the Last Supper («El misterio de la última cena»).

    En 1983, Humphreys llevó a cabo una investigación con Graeme Waddington, astrofísico de Oxford, en la que llegó a la conclusión de que la crucifixión de Jesús se produjo el 3 de abril del año 33, un viernes, por la mañana. Si la última cena con los discípulos hubiese tenido lugar el jueves, sería materialmente imposible que se produjeran en el transcurso de una única noche todos los eventos que sucedieron antes de su ejecución: arresto, interrogatorio, además de los juicios separados de Poncio Pilato y Herodes, que por si fuera poco tuvieron lugar en varias zonas de Jerusalén.

    En los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas se dice que la Última Cena fue una comida pascual, mientras que en el evangelio de Juan se establece que tuvo lugar antes de la Pascua. De acuerdo con Humphreys, Jesús se ajustó a un viejo calendario judío en lugar de basarse en el calendario lunar oficial, que estaba muy desarrollado en los años de su muerte. De este modo, el investigador concluye «que ambas versiones tienen razón pero se refieren a dos calendarios diferentes», y que son compatibles con la teoría de que la Última Cena se celebró en realidad en miércoles.

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  14. Eucaristía

    Te vaciaste todo
    sin retener nada para Ti.
    Ya desnudo, total despojo,
    te nos das hecho pan
    que sostiene
    y vino que reconforta.
    Eres Luz y Verdad
    Camino y Esperanza
    Eres Amor
    Crece en nosotros, Señor!

    Julia Esquivel
    Guatemala

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  15. JESÚS ES CONDUCIDO DE ANÁS A CAIFÁS

    La casa de Anás quedaba a unos trescientos pasos de la de Caifás. El camino, flanqueado por paredes y casas bajas, todas ellas dependencias del Tribunal del Sumo Pontífice, estaba iluminado con faroles y abarrotado de judíos que vociferaban y se agitaban. Los soldados a duras penas podían abrirse paso entre la multitud. Los que habían ultrajado a Jesús en casa de Anás, repetían sus ultrajes delante del pueblo, y Nuestro Señor fue vejado y maltratado durante todo el camino. Yo vi a hombres armados haciendo retroceder a algunos grupos que parecían compadecerse de Nuestro Señor y dar dinero a los que más se distinguían por su brutalidad con Él y dejarlos entrar en el patio de Caifás.

    Para llegar al Tribunal de Caifás hay que atravesar un primer patio exterior y se entra después en otro patio interior que rodea todo el edificio.

    La casa es rectangular. En la parte de delante hay una especie de atrio descubierto rodeado de tres tipos de columnas, que forman galerías cubiertas. A continuación, detrás de unas columnas bajas, hay una sala casi tan grande como el atrio, donde están las sillas de los miembros del Consejo sobre una elevación en forma de herradura a la que se llega tras muchos escalones. La silla del Sumo Sacerdote ocupa en el medio el lugar más elevado. El reo permanece en el centro del semicírculo. A uno y otro lado y detrás de los jueces hay tres puertas que comunican con una sala ovalada rodeada de sillas, donde tienen lugar las deliberaciones secretas.

    Entrando en esta sala desde el Tribunal se ven a derecha e izquierda puertas que dan al patio interior. Saliendo por la puerta de la derecha, se llega al patio, por la de la izquierda, a una prisión subterránea que está debajo de esta última sala. Todo el edificio y los alrededores estaban iluminados por antorchas y lámparas y había tanta luz como si fuese de día. En medio del atrio se había encendido un gran fuego en un hogar cóncavo de cuyos lados partían los conductos para el humo.

    Alrededor del fuego se apiñaban soldados, empleados subalternos, testigos de la más ínfima categoría, comprados con dinero. Entre ellos había también mujeres que daban de beber a los soldados un licor rojizo y cocían panes que luego vendían.

    La mayor parte de los jueces estaban ya sentados alrededor de Caifás, los otros fueron llegando sucesivamente. Los acusadores y los falsos testigos llenaban el atrio. Había allí una inmensa multitud a la que había que contener con fuerza para que no invadieran la sala del Consejo.

    Un poco antes de la llegada de Jesús, Pedro y Juan, vestidos como mensajeros, habían conseguido entrar camuflados entre la multitud y se hallaban en el patio exterior. Juan, con la ayuda de un empleado del Tribunal a quien conocía, pudo penetrar hasta el segundo patio, cuya puerta cerraron detrás de él a causa de la mucha gente. Pedro, que se había quedado un poco rezagado, se encontró ya la puerta cerrada, y no quisieron abrirle. Allí se hubiera quedado a pesar de los esfuerzos de Juan, si Nicodemo y José de Arimatea, que llegaban en aquel instante, no le hubiesen hecho entrar con ellos.

    Los dos apóstoles, despojados ya de los vestidos que les habían prestado, se colocaron en medio de la multitud que llenaba el vestíbulo, en un sitio desde donde podían ver a los jueces. Caifás estaba sentado en medio del semicírculo, rodeado por los setenta miembros del Sanedrín. A ambos lados de ellos estaban los funcionarios públicos, los escribas, los ancianos, y, detrás, los falsos testigos. Había soldados colocados desde la entrada hasta el vestíbulo, a través del cual Jesús debía ser conducido.

    La expresión de Caifás era solemne en extremo, pero su gravedad iba acompañada de indicios de sorpresiva rabia y siniestras intuiciones. Iba ataviado con una capa larga de color oscuro, bordada con flores y ribeteada de oro, sujeta sobre el pecho y los hombros con unos broches de brillante metal. Iba tocado con una especie de mitra de obispo, de cuyas aberturas laterales pendían unas tiras de seda. Caifás llevaba allí algún tiempo, esperando junto a sus consejeros. Su impaciencia y su rabia eran tales, que sin poderse contener, bajó los escalones y, a grandes zancadas, se fue hasta el atrio para preguntar con ira si Jesús no llegaba. Viendo la procesión que se acercaba, Caifás volvió a su sitio.

    La amarga Pasión de Cristo
    Según las visiones de Ana Catalina Emmerich

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  16. “NO HAGAS UN ESFUERZO PORQUE LAS MEJORES COSAS SUCEDEN CUANDO MENOS LAS ESPERAS. CUANTO MÁS LO PLANEES MÁS DURO SERÁ EL DESTINO CONTIGO”
    EL SECRETO
    El Secreto
    Un día, una amiga le pregunto a otra, ‘¿Porque tu siempre te vez feliz?
    Tienes tanta energía, y nunca te vez decaída.’

    Con sus ojos y una sonrisa, ella contestó, ‘¡ Yo tengo un secreto!’
    ‘¿Cual es el secreto?’
    Ella contestó, ‘Yo te diré mi secreto, pero tienes que prometerme, que compartirás ese Secreto con otros.’

    ‘El Secreto’ es este: He aprendido que es muy poco lo que puedo hacer en mi vida que me haga muy feliz.
    Yo tengo que depender de Dios para ser Feliz y llenar mis necesidades.
    Cuando tengo una necesidad en mi vida,
    Yo debo de confiar en Dios que suplirá conforme a sus Riquezas.
    He aprendido en todo este tiempo que no necesito ni la mitad de lo que creo necesitar.
    El nunca me ha abandonado, ‘Desde que aprendí ese secreto’, Soy Feliz.’

    Lo primero que pensé, fue, ‘¡Eso es muy Simple!’
    Pero reflexionando en su propia vida ella recuerda como pensó en una casa mas grande la haría muy feliz, pero no fue así!
    Ella pensó en un mejor trabajo que pagara más, la haría feliz, pero no ha sido así.
    ¿Cuando ella pensó en su mayor felicidad?
    Sentada en el piso con sus nietos, jugando, comiendo pizza o leyéndoles una historia, un simple regalo de Dios.

    ¡Ahora tú lo sabes también!
    No podemos depender de otros para ser Feliz.
    Solamente Dios en su gran sabiduría puede hacer eso.
    ¡Confía en El!
    ¡Y ahora Te paso El Secreto a Ti!
    Cuando tu lo recibas, ¿Que debes hacer?

    ¡TU TIENES QUE DECIRLE EL SECRETO A OTRO!
    ¡Que DIOS en su Sabiduría, tomará cuidado de TI!
    Pero realmente no es un secreto…
    Nosotros solamente tenemos que creerlo y hacerlo…
    ¡CONFIA EN DIOS DE VERDAD!
    Cuando te sientas decaído porque no obtuviste lo que deseabas, solamente siéntate, descansa y se Feliz, porque Dios ha pensado en darte algo mejor de lo que tu esperas. El es Dios, PODEROSO!
    Una bendición viene hacia ti. No hagas preguntas, solo envíe este correo a amigos y confía en Dios.

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  17. A – Domingo de Ramos
    Primera: Is 50, 4-7; Salmo 21; Segunda: Fil 2, 6-11; Evangelio: Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo
    Autor: P. Octavio Ortíz | Fuente: Catholic.net

    Sagrada Escritura

    Primera: Is 50, 4-7
    Salmo 21
    Segunda: Fil 2, 6-11
    Evangelio: Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

    Nexo entre las lecturas

    En este domingo se tiene la procesión simple o solemne que conmemora el ingreso de Jesús en Jerusalén. El evangelio que se proclama al inicio de la procesión pone de relieve que Jesús es el “Hijo de David”, importante título mesiánico, y subraya que éste es un Rey humilde, justo y victorioso que restaurará la ciudad de Jerusalén. El clima de la procesión es festivo y es una anticipación profética del triunfo definitivo de Cristo sobre el pecado y la muerte en su misterio pascual.

    Las lecturas de la Misa, en cambio, nos exponen las condiciones que serán necesarias para que Cristo alcance este triunfo. La primera lectura nos presenta al Siervo doliente con sus sufrimientos y su admirable disponibilidad ante el sacrificio (1L). El himno cristológico de la carta a los Filipenses hace hincapié en la humildad y en la obediencia filial, hasta la muerte en Cruz, de Jesús (2L). Finalmente el relato de la pasión según san Mateo muestra a un Cristo lleno de majestad que reina, pero que ha sido rechazado por el pueblo y sus dirigentes y es conducido a la muerte. Sin embargo, a pesar de ser rechazado, Él es la piedra angular sobre la que se levanta el edificio de la Iglesia naciente (EV). Obediencia filial hasta la muerte por amor es aquello que unifica y sobresale en la liturgia de este día.

    Mensaje doctrinal

    1. La procesión. La cuaresma ha sido un camino de conversión que la Iglesia ha realizado con Cristo-cabeza en su ascensión hacia la ciudad de Jerusalén. Ahora llega el momento de hacer el ingreso solemne en la ciudad santa. Cristo mismo está presente en la procesión por medio de la cruz que precede el caminar de los fieles; está presente en el evangelio que se proclama al inicio mismo de la procesión; está presente, finalmente, en quien preside la liturgia procesional. Esta procesión es un símbolo hermoso de cómo Cristo camina con cada uno de los hombres en su peregrinar hacia la patria definitiva. La promesa bíblica encuentra también aquí un hermoso significado: “Yo estaré con vosotros”.

    Al mismo tiempo, la procesión de los fieles se dirige hacia Cristo que se inmolará en el altar. La proclamación de la pasión según san Mateo nos hará ver el camino de afrentas que Jesús tuvo que soportar por amor de nosotros, hombres pecadores. La mirada de los fieles, por lo tanto, se dirige con amor a Cristo, amigo de nuestras almas, cordero inmolado que ha dado su vida en rescate nuestro. San Bernardo comenta que en la procesión se representa la gloria celeste, mientras que en la Misa se hace claro cuál es el camino para llegar a ella. Si en la procesión vemos con claridad la meta hacia la que debemos llegar, es decir, la patria del cielo, la pasión nos hace ver el camino y las condiciones que son necesarias: la persecución, la obediencia humilde, la pasión dolorosa. El ideal sería descubrir ambas realidades: patria celesta y camino para llegar a ella, en su dimensión cristológica. Cristo que camina con nosotros, Cristo que camina delante de nosotros abriéndonos la puerta de los cielos, Cristo que camina y sufre y padece en nosotros que somos su cuerpo.

    2. La fe en Cristo en la pasión de San Mateo. En Mateo descubrimos una perspectiva cristológica. Jesús afirma claramente ante el Sumo Sacerdote que Él es el Mesías, el Señor y que en él se cumplen las promesas del Reino y se instaura una nueva alianza. (26,64) Él se muestra dueño de su acciones y se ofrece libremente al sacrificio por amor. En Getsemaní podría llamar una legión de ángeles (26, 53), pero no lo hace, va libremente a cumplir la voluntad del Padre. La corona de espinas, el manto de púrpura, el bastón puesto en su mano pondrán de relieve, paradójicamente, su majestad y realeza. En su pasión Cristo es rey y reina. A través de sus sufrimientos es Rey y salva a los hombres. ¡Cristo Rey nuestro!

    Sólo Mateo presenta los eventos de la pasión en términos escatológicos: el temblor de tierra, la obscuridad, los sepulcros abiertos… La cortina del templo se rasga simbolizando que los sacrificios de la antigua alianza han sido superados por un sacrificio excelente y que ha sido constituida la nueva alianza entre Dios y los hombres por la sangre de Cristo. Esa cruz que está en el centro de la historia es al mismo tiempo el fin de la historia.

    Sugerencias pastorales

    1. La vida humana es un camino en el que descubrimos el valor de la cruz. El ingreso festivo de Jesús en Jerusalén sugiere a nuestra reflexión muchos momentos de la existencia humana. Momentos de alegría, de plenitud, de amistad sincera, de realización personal. Momentos en los que se experimenta más vivamente el amor de Dios, la cercanía y cariño de los seres queridos, la belleza de la vida. Sin embargo, en este caminar de la existencia humana advertimos también momentos de tristeza, de pérdida, de dolor, de fracaso. Una enfermedad, la muerte de un ser querido, una pena moral, una incomprensión…

    Todo ello nos indica que nuestra patria definitiva no se encuentra aquí, sino que esta vida, que es en sí misma bella y digna de ser vivida, no es sino el inicio de una vida que ya no conocerá el dolor. Todo esto nos recuerda que somos peregrinos hacia la posesión eterna de Dios y que debemos siempre seguir caminando sin rendirnos ante el cansancio, la fatiga, las penas o los pecados de esta vida. Caminar siempre, avanzar siempre para alcanzar la felicidad eterna que, de algún modo, ha ya iniciado en esta tierra por la fe en Cristo Jesús. No rendirnos ante el tedio de la vida, sino asumir con paz que el camino de la felicidad pasa por la cruz; pero no por cualquier cruz, sino aquella que se vive por Cristo, con Cristo y en Cristo. Se trata de saber descubrir en nuestra vida los “ingresos festivos” en Jerusalén para ensanchar nuestro corazón y caminar por las vías del Señor. Pero al mismo tiempo, disponer el alma para vivir la cruz de cada día, los dolores domésticos, las penas cotidianas con amor, con serenidad, unidos a Cristo.

    2. La educación de la infancia. Una segunda reflexión se sugiere al ver a los “niños hebreos” que agitan los ramos al paso de Jesús. Se trata de considerar la importancia de educar en la fe y en los valores cristianos a nuestra niñez. Quizá las generaciones jóvenes están hoy más expuestas que en otras épocas, al influjo negativo de los medios de comunicación. Vivimos en una cultura de la imagen que imprime sellos indelebles en el alma de los pequeños: imágenes de violencia, de injusticias, de lucha entre los hombres, de terror… van dejando sin duda una huella.

    Cada cristiano debe sentirse responsable ante esta situación, debe sentir el anhelo de imprimir en el corazón de los que vienen detrás, no sólo imágenes positivas que les ayuden a vivir y esperar, sino también contenidos de fe, de esperanza de amor que los sostengan cuando lleguen a la edad madura. Esta tarea es responsabilidad principalísima de los padres de familia, que forman su hogar como una iglesia doméstica donde se aprende la fe. Cada niño es como un tesoro que pertenece a Dios y que el mismo Dios ha puesto bajo el cuidado y protección de sus padres. Sin embargo, se trata de una responsabilidad en la que participan también todos los que intervienen en el proceso educativo: los profesores, los catequistas, los párrocos…

    Dediquemos, como lo hacía el Cura de Ars, una parte no indiferente de nuestro tiempo a la catequesis infantil porque ésos, que hoy son los niños que agitan los ramos de olivo en el atrio de nuestras iglesias, serán los que mañana predicarán el evangelio, formarán comunidades cristianas, entregarán su vida en consagración a Dios, educarán hijos y transmitirán la fe y los valores. Arte de las artes es educar un niño. Eduquemos a los niños como lo hacía Jesús: dirijámoslos por las sendas de la virtud, por el amor a la verdad superando toda mentira, por el camino del desprendimiento personal para que sepan darse a los demás.

    Un peligro no pequeño de nuestra sociedad es un excesivo individualismo y egocentrismo que recluye a la persona en sí y le impide ser feliz y realizarse en la vida. Aprendamos a valorar los recursos infantiles: ellos, los pequeños, constituyen un ejército de apóstoles por su sencillez, por su amistad íntima y espontánea con Jesús, por su capacidad de lanzarse a grandes empresas sin temor. Los mayores también tenemos que aprender grandes cosas de esos pequeños que agitan traviesos sus ramos en medio de nuestras parroquias y son la preocupación, pero también la felicidad, de sus padres.

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  18. EL EVANGELIO DEL DOMINGO |
    En el Domingo de Ramos

    «Venid, y al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia su venerable y dichosa pasión, para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres» (San Andrés de Creta).

    Jesús sale muy de mañana de Betania. Allí, desde la tarde anterior, se habían congregado muchos fervientes discípulos suyos; unos eran paisanos de Galilea, llegados en peregrinación para celebrar la Pascua; otros eran habitantes de Jerusalén, convencidos por el reciente milagro de la resurrección de Lázaro. Acompañado de esta numerosa comitiva, junto a otros que se le van sumando en el camino, Jesús toma una vez más el viejo camino de Jericó a Jerusalén, hacia la pequeña cumbre del monte de los Olivos.

    Las circunstancias se presentaban propicias para un gran recibimiento, pues era costumbre que las gentes saliesen al encuentro de los más importantes grupos de peregrinos para entrar en la ciudad entre cantos y manifestaciones de alegría. El Señor no manifestó ninguna oposición a los preparativos de esta entrada jubilosa. Él mismo elige la cabalgadura: un sencillo asno que manda traer de Betfagé, aldea muy cercana a Jerusalén. El asno había sido en Palestina la cabalgadura de personajes notables ya desde el tiempo de Balaán.

    El cortejo se organizó enseguida. Algunos extendieron su manto sobre la grupa del animal y ayudaron a Jesús a subir encima; otros, adelantándose, tendían sus mantos en el suelo para que el borrico pasase sobre ellos como sobre un tapiz, y muchos otros corrían por el camino a medida que adelantaba el cortejo hacia la ciudad, esparciendo ramas verdes a lo largo del trayecto y agitando ramos de olivo y de palma arrancados de los árboles de las inmediaciones. Y, al acercarse a la ciudad, ya en la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los que bajaban, llena de alegría, comenzó a alabar a Dios en alta voz por todos los prodigios que había visto, diciendo: ¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el Cielo y gloria en las alturas!

    Jesús hace su entrada en Jerusalén como Mesías en un borrico, como había sido profetizado muchos siglos antes. Y los cantos del pueblo son claramente mesiánicos. Esta gente llana –y sobre todo los fariseos– conocían bien estas profecías, y se manifiesta llena de júbilo. Jesús admite el homenaje, y a los fariseos que intentan apagar aquellas manifestaciones de fe y de alegría, el Señor les dice: Os digo que si estos callan gritarán las piedras.

    Con todo, el triunfo de Jesús es un triunfo sencillo, «se contenta con un pobre animal, por trono. No sé a vosotros; pero a mí no me humilla reconocerme, a los ojos del Señor, como un jumento: como un borriquito soy yo delante de ti; pero estaré siempre a tu lado, porque tú me has tomado de tu diestra (Sal 72, 2324), tú me llevas por el ronzal» (San Josemaría).

    Jesús quiere también entrar hoy triunfante en la vida de los hombres sobre una cabalgadura humilde: quiere que demos testimonio de Él, en la sencillez de nuestro trabajo bien hecho, con nuestra alegría, con nuestra serenidad, con nuestra sincera preocupación por los demás. Quiere hacerse presente en nosotros a través de las circunstancias del vivir humano. También nosotros podemos decirle en el día de hoy: Ut iumentum factus sum apud te… «Como un borriquito estoy delante de Ti. Pero Tú estás siempre conmigo, me has tomado por el ronzal, me has hecho cumplir tu voluntad; et cum gloria suscepisti me, y después me darás un abrazo muy fuerte» (San Josemaría). Ut iumentum… como un borrico soy ante Ti, Señor…, como un borrico de carga, y siempre estaré contigo. Nos puede servir de jaculatoria para el día de hoy.

    El Señor ha entrado triunfante en Jerusalén. Pocos días más tarde, en esa ciudad, será clavado en una cruz.

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  19. Evangelio según San Mateo, capítulo 26, versículos del 14-75 al 27, 1-54
    17 de Abril de 2011

    Domingo de Ramos
    Judás vende al maestro

    14. Entonces uno de los Doce, el llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes,
    15. y dijo: «¿Qué me dais, y yo os lo entregaré?» Ellos le asignaron treinta monedas de plata.
    16. Y desde ese momento buscaba una ocasión para entregarlo.

    La última cena

    17. El primer día de los Azimos, los discípulos se acercaron a Jesús, y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»
    18. Les respondió: «Id a la ciudad, a cierto hombre, y decidle: «El Maestro te dice: Mi tiempo está cerca, en tu casa quiero celebrar la Pascua con mis discípulos».
    19. Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.
    20. Y llegada la tarde, se puso a la mesa con los Doce.
    21. Mientras comían les dijo: «En verdad, os digo, uno de vosotros me entregará».
    22. Y entristecidos en gran manera, comenzaron cada uno a preguntarle: «¿Seré yo, Señor?»
    23. Mas Él respondió y dijo: «El que conmigo pone la mano en el plato, ese me entregará.
    24. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel hombre, por quien el Hijo del hombre es entregado! Más le valdría a ese hombre no haber nacido».
    25. Entonces Judas, el que le entregaba, tomó la palabra y dijo: «¿Seré yo, Rabí?» Le respondió: «Tú lo has dicho».

    26. Mientras comían, pues, ellos, tomando Jesús pan, y habiendo bendecido partió y dió a los discípulos diciendo: «Tomad, comed, éste es el cuerpo mío».
    27. Y tomando un cáliz, y habiendo dado gracias, dió a ellos, diciendo: «Bebed de él todos,
    28. porque ésta es la sangre mía de la Alianza, la cual por muchos se derrama para remisión de pecados.
    29. Os digo: desde ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día aquel en que lo beba con vosotros, nuevo, en el reino de mi Padre».

    Jesús predice a Pedro su negación

    30. Y entonado el himno, salieron hacia el Monte de los Olivos.
    31. Entonces les dijo Jesús: «Todos vosotros os vais a escandalizar de Mí esta noche, porque está escrito: «Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño».
    32. Mas después que Yo haya resucitado, os precederé en Galilea».
    33. Respondióle Pedro y dijo: «Aunque todos se escandalizaren de Ti, yo no me escandalizaré jamás».
    34. Jesús le respondió: «En verdad, te digo que esta noche, antes que el gallo cante, tres veces me negarás».
    35. Replicóle Pedro: «¡Aunque deba contigo morir, de ninguna manera te negaré!». Y lo mismo dijeron también todos los discípulos.

    Agonía de Jesús

    36. Entonces, Jesús llegó con ellos al huerto llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos: «Sentaos aquí, mientras voy allí y hago oración».
    37. Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse.
    38. Después les dijo: «Mi alma está triste, mortalmente; quedaos aquí y velad conmigo».
    39. Y adelantándose un poco, se postró con el rostro en tierra, orando y diciendo: «Padre mío, si es posible, pase este cáliz lejos de Mí; mas no como Yo quiero, sino como Tú».
    40. Y yendo hacia los discípulos, los encontró durmiendo. Entonces dijo a Pedro: «¿No habéis podido, pues, una hora velar conmigo?
    41. Velad y orad, para que no entréis en tentación. El espíritu, dispuesto (está), mas la carne, es débil».
    42. Se fue de nuevo, y por segunda vez, oró así: «Padre mío, si no puede esto pasar sin que Yo lo beba, hágase la voluntad tuya».
    43. Y vino otra vez y los encontró durmiendo; sus ojos estaban, en efecto, cargados.
    44. Los dejó, y yéndose de nuevo, oró una tercera vez, diciendo las mismas palabras.
    45. Entonces, vino hacia los discípulos y les dijo: «¿Dormís ahora y descansáis?». He aquí que llegó la hora y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores.
    46. ¡Levantaos! ¡Vamos! Mirad que ha llegado el que me entrega».

    La Divina Víctima es presa y llevada ante el Sanhedrin

    47. Aun estaba hablando y he aquí que Judas, uno de los Doce, llegó acompañado de un tropel numeroso con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo.
    48. El traidor les había dado esta señal: «Aquel a quien yo daré un beso, ése es; sujetadle».
    49. En seguida se aproximó a Jesús y le dijo: «¡Salud, Rabí!», y lo besó.
    50. Jesús le dijo: «Amigo, ¡a lo que vienes!». Entonces, se adelantaron, echaron mano de Jesús, y lo prendieron.
    51. Y he aquí que uno de los que estaban con Jesús llevó la mano a su espada, la desenvainó y dando un golpe al siervo del sumo sacerdote, le cortó la oreja.
    52. Díjole, entonces, Jesús: «Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que empuñan la espada, perecerán a espada.
    53. ¿O piensas que no puedo rogar a mi Padre, y me dará al punto más de doce legiones de ángeles?
    54. ¿Mas, cómo entonces se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?».
    55. Al punto dijo Jesús a la turba: «Como contra un ladrón habéis salido, armados de espadas y palos, para prenderme. Cada día me sentaba en el Templo para enseñar, ¡y no me prendisteis!
    56. Pero todo esto ha sucedido para que se cumpla lo que escribieron los profetas». Entonces los discípulos todos, abandonándole a Él, huyeron.

    57. Los que habían prendido a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde los escribas y los ancianos estaban reunidos.
    58. Pedro lo había seguido de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote, y habiendo entrado allí, se hallaba sentado con los satélites para ver cómo terminaba eso.
    59. Los sumos sacerdotes, y todo el Sanhedrín, buscaban un falso testimonio contra Jesús para hacerlo morir;
    60. y no lo encontraban, aunque se presentaban muchos testigos falsos. Finalmente se presentaron dos,
    61. que dijeron: «Él ha dicho: «Yo puedo demoler el templo de Dios, y en el espacio de tres días reedificarlo».
    62. Entonces, el sumo sacerdote se levantó y le dijo: «¿Nada respondes? ¿Qué es eso que éstos atestiguan contra Ti?» Pero Jesús callaba.
    63. Díjole, pues, el sumo sacerdote: «Yo te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios».
    64. Jesús le respondió: «Tú lo has dicho. Y Yo os digo: desde este momento veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo sobre las nubes del cielo».
    65. Entonces, el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, y dijo: «¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ahora mismo, vosotros habéis oído la blasfemia.
    66. ¿Qué os parece?». Contestaron diciendo: «Merece la muerte».
    67. Entonces lo escupieron en la cara, y lo golpearon, y otros lo abofetearon,
    68. diciendo: «Adivínanos, Cristo, ¿quién es el que te pegó?».

    Negación de Pedro

    69. Pedro, entretanto, estaba sentado fuera, en el patio; y una criada se aproximó a él y le dijo: «Tú también estabas con Jesús, el Galileo».
    70. Pero él lo negó delante de todos, diciendo: «No sé qué dices».
    71. Cuando salía hacia la puerta, otra lo vió y dijo a los que estaban allí: «Éste andaba con Jesús el Nazareno».
    72. Y de nuevo lo negó, con juramento, diciendo: «Yo no conozco a ese hombre».
    73. Un poco después, acercándose los que estaban allí de pie, dijeron a Pedro: «¡Ciertamente, tú también eres de ellos, pues tu habla te denuncia!».
    74. Entonces se puso a echar imprecaciones y a jurar: «Yo no conozco a ese hombre». Y en seguida cantó un gallo,
    75. y Pedro se acordó de la palabra de Jesús: «Antes de que el gallo cante, me negarás tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente.

    Fin del Traidor

    1. Llegada la madrugada, todos los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo tuvieron una deliberación contra Jesús para hacerlo morir.
    2. Y habiéndolo atado, lo llevaron y entregaron a Pilato, el gobernador.

    3. Entonces viendo Judas, el que lo entregó, que había sido condenado, fue acosado por el remordimiento, y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos,
    4. diciendo: «Pequé, entregando sangre inocente». Pero ellos dijeron: «A nosotros ¿qué nos importa? tú verás».
    5. Entonces, él arrojó las monedas en el Templo, se retiró y fue a ahorcarse.
    6. Mas los sumos sacerdotes, habiendo recogido las monedas, dijeron: «No nos es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre».
    7. Y después de deliberar, compraron con ellas el campo del Alfarero para sepultura de los extranjeros.
    8. Por lo cual ese campo fue llamado Campo de Sangre, hasta el día de hoy.
    9. Entonces, se cumplió lo que había dicho el profeta Jeremías:
    «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio del que fue tasado, al que pusieron precio los hijos de Israel,
    10. y las dieron por el Campo del Alfarero, según me ordenó el Señor».

    Jesús ante Pilato

    11. Entretanto, Jesús compareció delante del gobernador, y el gobernador le hizo esta pregunta: «¿Eres Tú el rey de los judíos?». Jesús le respondió: «Tú lo dices».
    12. Y mientras los sumos sacerdotes y los ancianos lo acusaban, nada respondió:
    13. Entonces, Pilato le dijo: «¿No oyes todo esto que ellos alegan contra Ti?».
    14. Pero Él no respondió ni una palabra sobre nada, de suerte que el gobernador estaba muy sorprendido.

    Pospuesto a un ladrón

    15. Ahora bien, con ocasión de la fiesta, el gobernador acostumbraba conceder al pueblo la libertad de un preso, el que ellos quisieran.
    16. Tenían a la sazón, un preso famoso, llamado Barrabás.
    17. Estando, pues, reunido el pueblo, Pilato les dijo: «¿A cuál queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el que se dice Cristo?»,
    18. porque sabía que lo habían entregado por envidia.
    19. Mas mientras él estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: «No tengas nada que ver con ese justo, porque yo he sufrido mucho hoy, en sueños, por Él».
    20. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos persuadieron a la turba que pidiese a Barrabás, y exigiese la muerte de Jesús.
    21. Respondiendo el gobernador les dijo: «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?». Ellos dijeron: «A Barrabás».
    22. Díjoles Pilato: «¿Qué haré entonces con Jesús, el que se dice Cristo?». Todos respondieron: «¡Sea crucificado!».
    23. Y cuando él preguntó: «Pues ¿qué mal ha hecho?», gritaron todavía más fuerte, diciendo: «¡Sea crucificado!».
    24. Viendo Pilato, que nada adelantaba, sino que al contrario crecía el clamor, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo diciendo: «Yo soy inocente de la sangre de este justo. Vosotros veréis».
    25. Y respondió todo el pueblo diciendo: «¡La sangre de Él, sobre nosotros y sobre nuestros hijos!».
    26. Entonces, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuese crucificado.

    Coronación de espinas

    27. Entonces, los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor de Él toda la guardia.
    28. Lo despojaron de los vestidos y lo revistieron con un manto de púrpura.
    29. Trenzaron también una corona de espinas, y se la pusieron sobre la cabeza, y una caña en su derecha; y doblando la rodilla delante de Él, lo escarnecían, diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!»;
    30. y escupiendo sobre Él, tomaban la caña y lo golpeaban en la cabeza.
    31. Después de haberse burlado de Él, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y se lo llevaron para crucificarlo.

    Crucifixión

    32. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, de nombre Simón; a éste lo requisaron para que llevara la cruz de Él.
    33. Y llegados a un lugar llamado Gólgota, esto es, «del Cráneo»,
    34. le dieron a beber vino mezclado con hiel; y gustándolo, no quiso beberlo.
    35. Los que lo crucificaron se repartieron sus vestidos, echando suertes.
    36. Y se sentaron allí para custodiarlo.
    37. Sobre su cabeza pusieron por escrito, la causa de su condenación: «Este es Jesús el rey de los judíos».
    38. Al mismo tiempo crucificaron con Él a dos ladrones, uno a la derecha, otro a la izquierda.
    39. Y los transeúntes lo insultaban meneando la cabeza y diciendo:
    40. «Tú que derribas el Templo, y en tres días lo reedificas, ¡sálvate a Ti mismo! Si eres el Hijo de Dios, ¡bájate de la cruz!».
    41. De igual modo los sacerdotes se burlaban de Él junto con los escribas y los ancianos, diciendo:
    42. «A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: baje ahora de la cruz, y creeremos en Él.
    43. Puso su confianza en Dios, que Él lo salve ahora, si lo ama, pues ha dicho: «De Dios soy Hijo».
    44. También los ladrones, crucificados con Él, le decían las mismas injurias.

    Muerte de Jesús

    45. Desde la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora nona.
    46. Y alrededor de la hora nona, Jesús clamó a gran voz, diciendo: «¡Elí, Elí, ¿lama sabactani?», esto es: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?».
    47. Al oír esto, algunos de los que estaban allí dijeron: «A Elías llama éste».
    48. Y en seguida uno de ellos corrió a tomar una esponja, que empapó en vinagre, y atándola a una caña, le presentó de beber.
    49. Los otros decían: «Déjanos ver si es que viene Elías a salvarlo».
    50. Mas Jesús, clamando de nuevo, con gran voz, exhaló el espíritu.

    Prodigios

    51. Y he ahí que el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra, se agrietaron las rocas,
    52. se abrieron los sepulcros y los cuerpos de muchos santos difuntos resucitaron.
    53. Y, saliendo del sepulcro después de la resurrección de Él, entraron en la Ciudad Santa, y se aparecieron a muchos.
    54. Entretanto, el centurión y sus compañeros que guardaban a Jesús, viendo el terremoto y lo que había acontecido, se llenaron de espanto y dijeron: «Verdaderamente, Hijo de Dios era éste».

    COMENTARIO

    Cap. 26

    14. Iscariote, es decir, hombre de Kariot, que significa aldea y es también el nombre propio de una población de Idumea. Véase la profecía de Abdías que es toda contra Edom. Cf. v. 24; S. 59, 11; 75, 11; Is. 63, 1 ss.; Habac. 3, 3; Apoc. 19, 13 ss.

    17. Los ázimos son panes sin levadura, que los judíos comían durante la Octava de la Fiesta de Pascua. El día era un jueves, ese mismo en que ellos anticipadamente debían comer el cordero pascual (Luc. 22, 8; Juan 18, 28 y nota).

    25. Tú lo has dicho: Jesús pronunció estas palabras en voz baja, de modo que los otros discípulos no las entendieron, como se ve en Juan 13, 28 – 29 . La traición de Judas no es solamente fruto de su avaricia, sino también de la falsa idea que tenía del Mesías. Para él un Mesías humilde y doliente era un absurdo, porque no comprendía que Jesús quiso poner a prueba la fe de sus discípulos, con su humildad, que también estaba anunciada por los profetas lo mismo que los esplendores de su reino (Is. 49, 7 s.; 53, 1 ss.; 61, 1 ss.). Véase Luc. 24, 46 y nota.

    26. Cf. Luc. 22, 20 y nota. Merk cita aquí Ex. 24, 8; Jer. 31, 31; Zac. 9, 11; Hebr. 9, 12 y 20 . El texto de Jeremías es el que S. Pablo reproduce ampliamente en Hebr. 8, 8 ss., donde trata del sacerdocio de Cristo. Véase Marc. 14, 14 y nota. La Iglesia Católica Apostólica Romana profesa la fe de que, diciendo: «éste es el cuerpo mío», Jesús convirtió la substancia del pan en su Cuerpo, así como después la substancia del vino en su Sangre. Con esto no sólo quedó instituido el sacramento de la Eucaristía, sino también el sacrificio de la Santa Misa, en que Jesús se ofrece constantemente al Padre. Véase los lugares paralelos.

    31. Cf. v. 56 y nota; Juan 16, 32; Zac. 13, 7 .

    35. Dios nos deja en este pasaje una lección insuperable de desconfianza en nosotros mismos. Cf. v. 75; 21, 28 ss. y notas.

    36. Que ellos se sienten, mientras Él va a postrarse en tierra. Lo que sigue muestra cómo respondieron ellos… y nosotros.

    42. Esto es: quiero que tu voluntad de salvar a los hombres, para lo cual me enviaste (Juan 6, 38 – 40), se cumpla sin reparar en lo que a Mí me cueste. Ya que ellos no aceptaron mi mensaje de perdón (Marc. 1, 15; Juan, 1, 11; Mat. 16, 20 y nota), muera el Pastor por las ovejas (Juan 10, 11 y nota). Aquí se ve la libre entrega de Jesús como víctima «en manos de los hombres» (17, 12 y 22) para que no se malograse aquella voluntad salvífica del Padre. ¿Acaso no le habría Éste mandado al punto más de doce legiones de ángeles? (v. 53). «Esta voz de la Cabeza es para salud de todo el cuerpo porque es ella la que ha instruido a los fieles, inflamado a los confesores, coronado a los mártires» S. León.

    45. ¿Dormís ahora y descansáis? Véase Marc. 14, 41 y nota.

    50. No le pregunta Jesús a qué ha venido, sino que le manifiesta conformidad con que lleve adelante su propósito, como cuando le dijo: lo que haces hazlo cuanto antes (Juan 13, 27).

    51. s. Fue S. Pedro (Juan 18, 10). Cf. Gén. 9, 6; Apoc. 13, 10 y nota.

    53. Véase v. 42 y nota. La bondad del divino Maestro no excluye a Judas (v. 50). Cf. Juan 13, 27 .

    54. Véase Is. 53, 7 – 10 .

    56. ¡Todos! Véase Marc. 14, 50 y nota. Es muy digno de observar el contraste entre esta fuga y la escena precedente (v. 51 – 54). Allí vemos que se intenta una defensa armada de Jesús, es decir, que si Él la hubiese aceptado, obrando como los que buscan su propia gloria (Juan 5, 43), los discípulos se habrían sin duda jugado la vida por su caudillo (Juan 11, 16; 13, 37). Pero cuando Jesús se muestra tal cual es, como divina Víctima de la salvación, en nuestro propio favor, entonces todos se escandalizan de Él, como Él se lo tenía anunciado (v. 31 ss.), y como solemos hacer muchos cuando se trata de compartir las humillaciones de Cristo y la persecución por su Palabra (13, 21). Algo análogo había de suceder a Pablo y Bernabé en Listra, donde aquél fue lapidado después de rechazar la adoración que se les ofrecía creyéndolos Júpiter y Mercurio (Hech. 14, 10 – 18).

    60. Eran dos falsos testigos, que tampoco estaban acordes en su testimonio, como vemos en Marc. 14, 59 .

    65. La blasfemia consiste, a los ojos de los sanhedrinitas, en el testimonio que Jesús da de Sí mismo, confesando la verdad de que Él es el Hijo de Dios. Cf. Lev. 24, 16 .

    75. Pedro cayó, porque presumió de sus propias fuerzas, según se lo advirtió el mismo Cristo. Si hubiera pensado, como David, que sólo la gracia nos da la constancia y fortaleza, no habría caído ciertamente.

    Cap. 27

    5. Mientras Pedro llora contrito, Judas se suicida, porque le falta la confianza en la misericordia de Dios, que a todos perdona. Es la diferencia entre el solo remordimiento, que lleva a la desesperación, y el arrepentimiento, que lleva al perdón. Cf. 21, 28 y nota.

    9. Véase Zac. 11, 12 s.; Jer. 32, 6 ss.

    18. Por envidia: se refiere a los sacerdotes (Marc. 15, 10), contra cuya maldad apelaba Pilato ante el pueblo. Marcos (15, 11) reitera lo que aquí vemos en el v. 20 sobre la influencia pérfida con que aquellos decidieron al pueblo, que tantas veces había mostrado su adhesión a Jesús, a servirles de instrumento para saciar su odio contra el Hijo de Dios, hasta el punto de persuadirlo a que lo pospusiese a un criminal (Luc. 23, 18; Juan 18, 40). San Pedro recuerda al pueblo esta circunstancia en Hech. 3, 14 – 17 .

    19. Según una tradición piadosa, se llamaba Claudia Prócula. La Iglesia griega la venera como santa.

    24. Pilato dice este justo, confesando así públicamente la inocencia de Jesús; y sin embargo, lo condena a morir en una cruz. Vemos aquí el tipo del juez inicuo, que por política y cobardía abusa de su poder y viola gravemente los deberes de su cargo. Sus vacilaciones se prolongan por largo rato; pero puede más lo que él cree su interés, que la voz de su conciencia y la previsión de su mujer (v. 19). Véase Marc. 15, 2 ss.; Luc. 23, 3 ss.; Juan 18, 33 ss.

    27. Nótese que no son obra directa del pueblo judío, como suele creerse, las atrocidades cometidas en la Pasión de Cristo. Los que azotan a la divina Víctima, le colocan la corona de espinas, le escarnecen y le crucifican son los soldados romanos (Juan 19, 2 ss.), a cuya autoridad Jesús había sido entregado por los jefes de la Sinagoga (v. 18 y nota).

    32. Esta obra de caridad valió a Simón la gracia de convertirse. Murió, según una antigua tradición cristiana, como Obispo de Bosra. Sus hijos Alejandro y Rufo aparecen en el Evangelio de San Marcos como cristianos (Marc. 15, 21). Cf. Rom. 16, 13 .

    35. Cf. S. 21, 19 . Los que lo crucificaron… «El Evangelio está hecho para poner a prueba la profundidad del amor, que se mide por la profundidad de la atención prestada al relato: porque no hay en él una sola gota de sentimentalismo que ayude a nuestra emoción con elementos de elocuencia no espiritual. Por ejemplo, cuando llegan los evangelistas a la escena de la crucifixión de Jesús, no solamente no la describen, ni ponderan aquellos detalles inenarrables, sino que saltan por encima, dejando la referencia marginal indispensable para la afirmación del hecho. Dos de ellos dicen simplemente: Y llegaron al Calvario donde lo crucificaron. Otro dice menos aún: Y habiéndolo crucificado, dividieron sus vestidos. ¡Y cuidado con pensar que hubo indiferencia en el narrador! Porque no sólo eran apóstoles o discípulos que dieron todos la vida por Cristo, sino que es el mismo Espíritu Santo quien por ellos habla».

    45. Hora sexta: mediodía. Hora nona: a media tarde.

    46. Véase S. 21, 2; Marc. 15, 34 y nota.

    51. Según S. Jerónimo, al rasgarse milagrosamente el velo del Templo que separaba el «Santo» del «Santo de los Santos», Dios quiso revelar que los misterios antes escondidos iban a ser en Cristo manifestados a todos los pueblos. Según S. Pablo, el velo figuraba la carne de Cristo que al romperse nos dio acceso al Santuario Celestial (Hech. 6, 19; 9, 3; 10, 20 – 22).

    52. s. «El abrirse los sepulcros tuvo sin duda relación con el terremoto y con el hendirse de las rocas, y se efectuó a la vez que estos dos fenómenos. En cuanto a la resurrección de los muertos, estuvo indudablemente relacionada con su aparición en la ciudad, lo cual aconteció después de haber resucitado Jesucristo. Estos «santos» eran justos insignes del Antiguo Testamento, venerados de manera especial de los judíos, de los contemporáneos de Jesucristo y de aquellos a quienes se aparecieron, y fallecidos con la fe puesta en el Redentor prometido. Su resurrección, etc. (v. 53) tenía por objeto dar fe de la de Cristo en Jerusalén y hacer patente que mediante la muerte redentora de Jesucristo había sido vencida la muerte, y que su gloriosa Resurrección encerraba la prenda segura de la nuestra. Cf. Hebr. 2, 14 s.; Juan 5, 25; 11, 25 s.; I Cor. 15, 14 – 26 y 54 s.; Col. 1, 18; 2, 15; I Pedr. 1, 3 y 21; Apoc. 5, 5″ (Schuster Holzammer). Véase la nota I Cor. 15, 26 . A estos santos parece referirse S. Ignacio de Antioquía cuando dice: «Cómo podríamos nosotros vivir fuera de Él, a quien hasta los profetas, sus discípulos en espíritu esperaban como a su Maestro. Por eso Él, después de su venida – por ellos justamente esperada – los resucitó de entre los muertos» (carta a los Magnesios 9).

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  20. «Pasión de nuestro Señor Jesucristo» (Mateo 26, 14-75; 27, 1-54)
    Domingo de Ramos – 17 de abril de 2011

    El Evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén introduce la Semana Santa. El sacerdote camina rodeado por los fieles con palmas en las manos hasta el altar donde se hará presente el mismo misterio de la muerte y resurrección de Cristo que él, entrando en Jerusalén, iba a consumar. Por eso, en la liturgia de la Palabra se proclama la Pasión.

    «Cuando se aproximaron a Jerusalén…». Esta es la meta del camino. Aquí tiene que concluir Jesús su misión, que consiste en ofrecer su vida en sacrificio por la salvación del género humano. Pero no entra en Jerusalén de cualquier manera, sino entre aclamaciones. Era necesario aclarar que esa muerte que él iba a padecer era una entrega voluntaria; que la asumía movido por su amor al Padre, a quien iba a ofrecer satisfacción por todos los pecados del mundo, y por su amor a todos los hombres y mujeres, que así quedaban reconciliados con Dios. Entre todos los sacrificios antiguos ofrecidos a Dios este es el único que le fue grato y que obtuvo su perdón. Es lo que explica la epístola a los Hebreos: «Es imposible que sangre de toros y machos cabríos borre pecados. Por eso, Cristo, al entrar en este mundo, dice: ‘Sacrificio y oblación no quisiste, pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo… a hacer, oh Dios, tu voluntad!'» (Heb 10,4-7).

    «¡He aquí que vengo…!». Viene no sólo al mundo, sino a Jerusalén, donde su decisión de «hacer la voluntad de Dios» iba a alcanzar su punto culminante. El relato del ingreso a Jerusalén menciona el Huerto de los Olivos. Desde aquí Jesús mandó a dos de sus discípulos a traerle un asna y su pollino para entrar montado en ellos. Entra a Jerusalén poniendo un signo claro. En efecto, así estaba anunciado que entraría el Rey esperado, el Hijo de David: «He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en un asna y un pollino…». Por eso, a su paso la gente lo aclamaba: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!». Según el Evangelio de Mateo, Jesús entraba por primera vez a Jerusalén. Por eso, algunos preguntaban: «¿Quién es este?». Y los que habían oído hablar de él respondían: «Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea».

    Muy distinta fue la situación pocos días después en ese mismo Huerto de los Olivos. Allí sufrió Jesús su lucha más dura. Después de haber anunciado sacramentalmente su muerte como sacrificio redentor: «Esto es mi cuerpo entregado por vosotros… esta es mi sangre derramada por vosotros», debía cumplirlo. Esa misma noche se dirigió al Huerto de los Olivos y «rostro en tierra, suplicaba así: ‘Padre mio, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú… Padre mio, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hagase tu voluntad'» (Mt 26,39.42). También esa noche entró en Jerusalén viniendo desde el Huerto de los Olivos, pero esta vez no iba escoltado por gritos de júbilo que lo aclamaban como Rey y profeta, sino por un grupo de guardias armados de es-padas y palos que lo tratan como a un malhechor.

    En la cruz ambas líneas se tocan: está muriendo condenado como un malhechor, pero sobre su cabeza está escrita su verdadera identidad: «Este es Jesús, el Rey de los judíos» (Mt 27,37). El que ofreció su vida en sacrificio es de condición divina, es el Rey prometido a Israel, pero «se despojó de sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz» (Fil 2,8). En estos días santos veremos cómo ocurrió este misterio de amor y cómo «Dios lo exaltó y le concedió el ‘Nombre sobre todo nombre'» (Fil 2,9).

    + Felipe Bacarreza Rodríguez
    Obispo de Los Angeles (Chile)

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  21. Solo Cristo eleva al hombre a las alturas del amor y la libertad de Dios, dice el Papa

    VATICANO, 17 Abr. 11 (ACI/EWTN Noticias).-Al presidir esta mañana la Misa de Domingo de Ramos con la que se inicia la Semana Santa, el Papa Benedicto XVI señaló que solo Cristo es capaz de elevar al hombre al amor, la verdad y la auténtica libertad de Dios, con lo que vence a las fuerzas del egoísmo, la mentira y el mal que «jalan hacia abajo» al ser humano.

    Ante miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro para la Eucaristía, especialmente jóvenes de Roma y otras diócesis en ocasión de la 26° Jornada Mundial de la Juventud como antesala al encuentro de Madrid en agosto, el Santo Padre recordó que los Papas «han dicho que el hombre se encuentra en el punto de intersección entre dos campos de gravedad».

    «Ante todo, está la fuerza que le atrae hacia abajo, hacía el egoísmo, hacia la mentira y hacia el mal; la gravedad que nos abaja y nos aleja de la altura de Dios. Por otro lado, está la fuerza de gravedad del amor de Dios: el ser amados de Dios y la respuesta de nuestro amor que nos atrae hacia lo alto».

    El hombre, continuó el Papa, «se encuentra en medio de esta doble fuerza de gravedad, y todo depende del poder escapar del campo de gravedad del mal y ser libres de dejarse atraer totalmente por la fuerza de gravedad de Dios, que nos hace auténticos, nos eleva, nos da la verdadera libertad».

    La posibilidad que tiene el hombre de llegar a la altura de Dios, la ha ganado Cristo a través de su entrega en la Cruz. Él «sabe que le espera una nueva Pascua, y que él mismo ocupará el lugar de los corderos inmolados, ofreciéndose así mismo en la cruz. Sabe que, en los dones misteriosos del pan y del vino, se entregará para siempre a los suyos, les abrirá la puerta hacia un nuevo camino de liberación, hacia la comunión con el Dios vivo».

    «Es un camino hacia la altura de la Cruz, hacia el momento del amor que se entrega. El fin último de su peregrinación es la altura de Dios mismo, a la cual él quiere elevar al ser humano».

    La procesión del Domingo de Ramos, continuó Benedicto XVI, «quiere ser imagen de algo más profundo, imagen del hecho que, junto con Jesús, comenzamos la peregrinación: por el camino elevado hacia el Dios vivo. Se trata de esta subida. Es el camino al que Jesús nos invita».

    El Santo Padre dijo luego que la fuerza de gravedad «que nos tira hacia abajo es poderosa», pero lo es más la fuerza de Dios que supera las limitaciones humanas: «basta pensar en las catástrofes que en estos meses han afligido y siguen afligiendo a la humanidad».

    Seguidamente explicó que la liturgia de hoy recuerda que el hombre está llamado a «levantar el corazón», pero «repito: nosotros solos somos demasiado débiles para elevar nuestro corazón hasta la altura de Dios. No somos capaces».

    «Precisamente la soberbia de querer hacerlo solos nos derrumba y nos aleja de Dios. Dios mismo debe elevarnos, y esto es lo que Cristo comenzó en la cruz. Él ha descendido hasta la extrema bajeza de la existencia humana, para elevarnos hacia Él, hacia el Dios vivo. Se ha hecho humilde, dice hoy la segunda lectura. Solamente así nuestra soberbia podía ser superada: la humildad de Dios es la forma extrema de su amor, y este amor humilde atrae hacia lo alto».

    Pese a los grandes adelantos de la técnica humana, el hombre aún necesita purificarse para llegar a Dios, «tener las manos inocentes y el corazón puro» para así llega a la verdad, «en busca de Dios mismo, y nos dejamos tocar e interpelar por su amor. Todos estos elementos de la subida son eficaces sólo si reconocemos humildemente que debemos ser atraídos hacia lo alto; si abandonamos la soberbia de querer hacernos Dios a nosotros mismos. Lo necesitamos».

    «Él nos atrae hacia lo alto, sosteniéndonos en sus manos –es decir, en la fe– nos da la justa orientación y la fuerza interior que nos eleva. Tenemos necesidad de la humildad de la fe que busca el rostro de Dios y se confía a la verdad de su amor».

    El Papa dijo luego que la pregunta sobre cómo llegar a lo alto siempre ha cuestionado al hombre. San Agustín, uno de los muchos filósofos que quiso responder a este asunto, dijo que «habría perdido la esperanza en sí mismo y en la existencia humana, si no hubiese encontrado a aquel que hace aquello que nosotros mismos no podemos hacer; aquel que nos eleva a la altura de Dios, a pesar de nuestra miseria: Jesucristo que, desde Dios, ha bajado hasta nosotros, y en su amor crucificado, nos toma de la mano y nos lleva hacia lo alto».

    Finalmente Benedicto XVI dijo que buscamos el corazón puro y las manos inocentes, buscamos la verdad, buscamos el rostro de Dios. Manifestemos al Señor nuestro deseo de llegar a ser justos y le pedimos: ¡Llévanos Tú hacia lo alto! ¡Haznos puros! Haz que nos sirva la Palabra que cantamos con el Salmo procesional, es decir que podamos pertenecer a la generación que busca a Dios, ‘que busca tu rostro, Dios de Jacob’. Amén».

    Para leer la homilía completa ingrese a: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/27242.php?index=27242&lang=sp e ingrese a «Traduzione in lingua spagnola».

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  22. EL CÁLIZ Y LA ÚLTIMA CENA

    El cáliz que los apóstoles cogieron de casa de Verónica, tenía una apariencia hermosísima y misteriosa. Había estado depositado mucho tiempo en el Templo, entre otros objetos preciosos, y era muy antiguo, tanto, que su origen y uso habían sido olvidados.

    Eso mismo ha pasado en la Iglesia cristiana, donde muchas joyas antiguas consagradas se han ido olvidando y cayendo en desuso. Muchas veces, enterradas en el polvo del Templo, han sido encontradas, vasijas antiguas y joyas, que se han recompuesto y vendido. De este mismo modo, y porque Dios así lo quiso, se encontró este cáliz santo que nunca se ha podido fundir debido a que no se sabe de qué material está hecho. Fue hallado por los sacerdotes en el tesoro del Templo, entre otros objetos que habían sido vendidos como antigüedades.

    Serafia lo compró, y había sido utilizado ya muchas veces por Jesús en las celebraciones; desde el día de la Ultima Cena pasó a ser custodiado por la sagrada comunidad cristiana. Este cáliz no siempre había tenido el mismo aspecto; y quizá en esa ocasión de la Cena, habían reunido las diferentes piezas que lo componían. Colocaron el gran cáliz sobre una bandeja, rodeado por seis pequeñas copas. El cáliz contenía a su vez un recipiente menor sobre un plato, todo ello cubierto con una tapadera redonda. En el cáliz había insertada una cuchara que podía sacarse con facilidad.

    Todos estos diferentes vasos estaban envueltos en paños y metidos en una bolsa de cuero, si no estoy equivocada. El gran cáliz se compone de la copa y del pie, que seguramente fue añadido con posterioridad, pues las dos partes son de distinto material. La copa tiene forma de pera, es maciza y oscura y muy bruñida; tiene adornos dorados y dos pequeñas asas para sujetarla. El pie es de oro puro, finamente labrado.

    En él está representada la figura de una serpiente y hay también un racimo de uva; en todo él se han engastado piedras preciosas. El gran cáliz quedó depositado en la iglesia de Jerusalén, cerca de Santiago el Menor, y veo que todavía está allí; aparecerá un día, como ya apareció antes. Otras iglesias se repartieron las pequeñas copas que lo rodeaban; una de ellas está en Antioquía, otra en Éfeso. Pertenecían a los patriarcas, que bebían en ellas un misterioso brebaje antes de dar o recibir la bendición; yo lo he visto muchas veces.

    El gran cáliz perteneció a la casa de Abraham; Melquisedec lo llevó consigo desde la tierra de Semíramis a la tierra de Canaán, donde fundó algunos asentamientos en el lugar donde después se edificaría Jerusalén. Lo utilizó en el sacrificio, cuando ofreció pan y vino en presencia de Abraham, después volvió a dejarlo en manos de este sagrado patriarca. El mismo cáliz estuvo asimismo en el Arca de Noé.

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  23. Inicia la Semana Santa.

    El Domingo de Ramos
    La palma y el ramo de olivo se conservan, ante todo, como un testimonio de la fe en Cristo, rey mesiánico, y en su victoria pascual
    Autor: Churchforum | Fuente: Churchforum

    La liturgia de la Semana Santa comienza con la bendición de las palmas y una procesión el Domingo, con una solemne proclamación de la narración de la Pasión según San Mateo en la misa.

    La procesión de Ramos viene evidentemente del recuerdo de lo que pasó en la vida de Jesús días antes de su pasión y muerte. En los primeros siglos, en Jerusalén se comenzó a venerar los lugares donde había sucedido algún acontecimiento en la vida de Jesús.

    «Por eso el domingo anterior al Viernes Santo todo el pueblo se reunía en el Monte de los Olivos junto con el obispo y desde allí se dirigían a la ciudad con ramos en las manos y gritando Viva, como habían hecho los contemporáneos de Jesús».

    La famosa monja peregrina española, Egeria, nos cuenta como se celebraba el Domingo de Ramos y nos detalla que el obispo de Jerusalén, representando a Cristo, se montaba en un burro y que la gente llevaba a sus recién nacidos y a los niños a la procesión.

    Pero cada Iglesia fue tomando esta costumbre y celebrándola en particular. En Roma para el siglo IV se le llamaba a este día «Domingo de la Pasión» y en él se proclamaba solemnemente la Pasión del Señor, haciendo ver que la cruz es el camino de la resurrección. Sólo hasta el siglo XI se comenzó allí también la costumbre de la procesión. Se nos dice que en Egipto la cruz era cargada triunfalmente en esta procesión. En Francia y en España en el siglo VII se habla de la bendición de ramos y de la procesión.

    Tras el concilio de Trento se quiso que en todas partes de la Iglesia Latina se celebrara de la misma manera este domingo y entonces se juntó lo que se hacía en Jerusalén (procesión de Ramos) con lo que se hacía en Roma (celebración de la pasión, como si fueran cosas distintas, ya que cada una se celebraba con ornamentos de distinto color y con oraciones iniciales y finales propias.

    Con las reformas que hizo el Papa Paulo VI a las celebraciones de Semana Santa después del Concilio Vaticano II, se unificó la celebración con oraciones y ornamentos comunes haciendo ver mas claramente que en ella se vive el único misterio pascual de vida y muerte y que una y otra de sus partes se relacionan y se enriquecen mutuamente: no hay verdadera celebración del Domingo de Ramos sin procesión y sin lectura solemne de la Pasión en Una misma Eucaristía.

    «La procesión que conmemora la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén tiene un carácter festivo y popular. A los fieles les gusta conservar en sus hogares, y a veces en el lugar de trabajo, los ramos de olivo o de otros árboles, que han sido bendecidos y llevados en la procesión.

    Sin embargo es preciso instruir a los fieles sobre el significado de la celebración, para que entiendan su sentido. Será oportuno, por ejemplo, insistir en que lo verdaderamente importante es participar en la procesión y no simplemente procurarse una palma o ramo de olivo; que estos no se conserven como si fueran amuletos, con un fin curativo o para mantener alejados a los malos espíritus y evitar así, en las casas y los campos, los daños que causan, lo cual podría ser una forma de superstición.

    La palma y el ramo de olivo se conservan, ante todo, como un testimonio de la fe en Cristo, rey mesiánico, y en su victoria pascual.» (Directorio sobre la Piedad Popular y los Sacramentos. Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, 17 de diciembre de 2001)

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  24. Querido Jesús:
    Se acerca un aniversario más de tu muerte en la cruz y que nosotros llamamos “Semana Santa”. Es tan lindo aprovechar el tiempo este para juntarnos con amigos y hermanos para recordarte otra vez, entregado como siempre al servicio de nuestra salud integral. Porque eso es la salvación que nos das.
    Te confieso que no me pasa como a los demás, que en esos días peregrinan de Iglesia en Iglesia o recorren virtualmente paso a paso los hechos que rodearon tu horrible crucifixión con el corazón oprimido por la angustia y la tristeza en el recuerdo de tu dolor. Sí, reconozco que es humano, natural y comprensible… y me parece bien que lo hagan…
    Pero a mí no me pasa y me siento rara, diferente y hasta insensible porque no puedo sumirme en esa tristeza que a cualquiera desarmaría y arrancaría lágrimas y pesar por lo que ocurrió en aquellos días…
    Pero a mí no me pasa y no me animo a decirlo en voz alta porque me avergüenza no mostrar pena y desaliento, como si yo fuera dura, ingrata y fría ante tamaño sacrificio por tu parte. Pero creeme que no soy nada de eso, cómo no voy a saber de tu dolor si en circunstancias menos graves y violentas nuestros sufrimientos se magnifican y no nos son ajenos la miseria, el miedo y la soledad.
    No me pasa…
    ¿Sabés qué? Es que yo ya sé de tu historia, sé cómo transcurrieron aquellos días y aquellas escenas y sé, Dios sea loado, sé cómo culminó esa dramática semana. Recorro los pasajes bíblicos a sabiendas de tu triunfo, leo lentamente y casi con alegría cada versículo sin dejarme vencer por tanta injusticia y maldad porque sé que no te pudieron… Leo cada párrafo en voz alta y vibrante porque sólo espero llegar al final del relato para decir “Alleluyah!”, repito palabra por palabra con ansia infantil segura de lo que voy a encontrar al final de aquél sepulcro: la piedra removida, el ángel en la entrada conteniendo a las mujeres dá ndoles el privilegio de ser las que protagonicen por primera vez en la historia el principal papel de este drama increíble pero cierto.
    Qué querés que te diga, a mí no me pasa…
    No puedo estar triste porque ya sé el final que es el principio de vida y salud; me traiciona la felicidad de saberte vivo y vencedor… Me traiciona la emoción feliz de saber que yo también comparto tu triunfo y la vida para siempre.
    Venciste todo aquello que me daba miedo y me ataba a la desesperación, me diste la seguridad de que soy importante y amada a los ojos de Dios y que jamás me dejarás, más aún, serás siempre mi camino para ser feliz y me mostrarás la gloria de Dios.
    No me siento culpable por no estar triste en esos días y ahora todos sabrán por qué… ¿Quién lo estaría sabiendo lo que sé?
    ¡¡¡¡¡¡Feliz Semana Santa para todos!!!!!!

    salwa azzam
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