Nuestra región ya no quiere el autoritarismo

El renunciante presidente de Bolivia, Evo Morales –en el poder desde 2006– se ha presentado para un cuarto periodo presidencial, pisoteando la Constitución de su país e inclusive desconociendo un plebiscito que él mismo convocó, en el que una mayoría de bolivianos le dijo no a su reelección. Así, fraudulentamente, se presentó para un nuevo mandato y se proclamó ganador tras unos cuestionados escrutinios, que inclusive en un momento dado fueron interrumpidos abruptamente. El resultado oficial de las elecciones, según el organismo electoral funcional al mandatario boliviano, favoreció a Morales, lo que no fue aceptado por la oposición y gran parte de la población, que realizaron masivas manifestaciones de repudio. La Organización de los Estados Americanos (OEA) realizó una auditoría de las elecciones y concluyó que hubo varias “muy graves irregularidades”, que harían “estadísticamente improbable” el triunfo del mandatario en primera vuelta y recomendó una nueva elección. Morales habló primero de “golpe cívico-político-policial”, luego convocó a nuevas elecciones conforme a la recomendación de la OEA, pero finalmente decidió renunciar al perder el apoyo de los policías y militares que le recomendaron apartarse del cargo para poner fin a la violencia. La intención de continuar el proyecto político autoritario se desplomó así como castillo de naipes.

Como es habitual, sus partidarios bolivarianos, entre ellos Luiz Inacio Lula da Silva, Nicolás Maduro y Dilma Rousseff, hablaron de “golpe de Estado”, apuntalando la afirmación del boliviano. Este agregó un condimento más: que era perseguido por su condición de indígena, olvidando que entre quienes reclamaban su renuncia figuraban millares de sus compatriotas que llevaban la misma sangre nativa.

Evo Morales es el típico líder que se cree “predestinado” y que tiene que permanecer por las buenas o por las malas en el poder. “Muchos de ustedes ya me hicieron creer. Me han dicho que la vida de Evo no es de Evo; la vida de Evo es del pueblo. Estoy obligado a someterme a ustedes para seguir trabajando por nuestra querida Bolivia”, había afirmado con petulancia, invocando una supuesta “voluntad popular”, una apelación que tan bien conocemos en el Paraguay. La gran ironía es que este autoritario gobernante, que tras la muerte de Hugo Chávez y el fracaso político de Lula, en Brasil, y Rafael Correa, en Ecuador, se convirtió en un ícono del socialismo bolivariano, se ha visto “obligado” a renunciar a su cargo, junto con el vicepresidente Álvaro García Linera.
Lo que la opinión pública boliviana e internacional se pregunta en estos momentos es qué será ahora del depuesto gobernante, habida cuenta de que en el pináculo de su poder había exclamado con sarcástica arrogancia: “No estoy preparado para irme a casa”, con lo que pasó por encima de la Constitución e intentó un cuarto mandato presidencial.

Atendiendo el rumbo que el entonces presidente boliviano venía siguiendo ya en esos momentos, nuestro diario publicó un editorial el 28 de julio de 2014, titulado “Evo Morales y Stroessner, un solo corazón”, en el que recordó la semejanza del discurso del mandatario boliviano con el utilizado en su tiempo por el dictador Alfredo Stroessner, quien hacia el fin de cada sucesivo mandato presidencial se aprestaba para el siguiente periodo diciendo: “Si el pueblo me lo pide, no puedo negarme a ir por otro mandato presidencial”, o “yo no he movido un dedo con ese propósito”, entre otras chabacanerías populistas por el estilo. El editorial de nuestro diario terminaba con una premonición: que como Stroessner, el día menos pensado Morales iba a ser defenestrado con un golpe de Estado encabezado por las fuerzas armadas de su país. No se llegó a eso, felizmente, pero las fuerzas armadas bolivianas, sin duda alguna, rehusaron ser cómplices de un nuevo robo de la voluntad popular, como ya lo fue cuando el mandatario renunciante desconoció el resultado del plebiscito en que los bolivianos, por mayoría, le decían que ya no querían tenerlo por un nuevo periodo presidencial.

Hay otra lección más que debemos recoger nosotros los paraguayos de lo sucedido en la hermana República de Bolivia. Si bien desde hace una generación vivimos en libertad, estamos también agobiados por una oligarquía política corrupta que en tal lapso ha conseguido empotrarse en los tres Poderes del Estado para llenarse sus bolsillos a costa de las necesidades de la población.

Es evidente que en los países de la región, una gran mayoría ya no quiere tener gobernantes que se atornillan en el poder invocando un supuesto reclamo popular, modificando la Constitución y las leyes a su medida, o apelando directamente a la fuerza, como ocurre ahora mismo en Venezuela. No hace mucho lo intentó el expresidente Horacio Cartes, pero tropezó con una población que ya saboreó los aires de libertad y que ya no está dispuesta a perderla con arteras promesas que vienen como cantos de sirena.

Lo sucedido en Bolivia con la salida de Evo Morales debe servir de aliciente a la sociedad civil paraguaya para asumir su rol político de contralor del Gobierno, sobre todo, saliendo a las calles en protesta contra sus actos cuestionables contrarios a los intereses de la nación –como en el caso de la revocada Acta Binacional relativa a Itaipú– o al Estado de Derecho, como el relativo a las urnas electrónicas a ser implementadas en los comicios venideros y a las que se oponen quienes, al amparo de unas “listas sábana”, se eternizan en sus bancas para defender sus propios intereses y los de su grupo, sin aportar nada útil para sus conciudadanos.

Deseamos que el conflicto que sacude actualmente a Bolivia se resuelva de manera pacífica cuanto antes, y que ese país hermano, con el que el Paraguay se enfrentó en una cruenta guerra cuyas secuelas hoy están totalmente cicatrizadas, emprenda el camino del progreso y que florezcan proyectos bilaterales que lleven a los dos países hacia un pleno desarrollo en libertad.

23 comentarios en “Nuestra región ya no quiere el autoritarismo”

  1. Evo no le da “enter
    Su ciclo en Bolivia ya terminó

    Evo Morales ya es historia. Pero él se resiste a aceptarlo. Hasta sus propios partidarios del Movimiento al Socialismo se han allanado a las nuevas elecciones convocadas por el actual Gobierno que está invirtiendo su escasísima credibilidad en un proceso que no admite la menor sombra de duda.

    Evo hizo lo imposible por traicionarse a sí mismo. En lugar de pasar a la historia como el primer presidente indígena prefirió la épica del providencialismo asumiendo que él, y sólo él, podía conducir los destinos de Bolivia. Lo intentó por todos los medios. Por ejemplo, manipulando la Constitución para introducir la reelección indefinida. Fracasó. Luego volvió a la carga con un referéndum con el mismo propósito. Los bolivianos volvieron a decirle no. Entonces apeló a la Corte Suprema para obtener lo que la Constitución de 2009 y el Referendum de 2016 le habían negado. Los ministros de la Corte, en un fallo que debería ser estudiado en un congreso internacional de derecho constitucional, le concedieron el pedido bajo el argumento de que no se podía negar a Evo el derecho humano de activar en política. El detalle de que, salvo postularse a presidente de la república, Evo podía seguir haciendo política hasta el día de su muerte, se pasó por alto. Lanzado a un cuarto mandato, Evo no tuvo mejor idea que robarse los comicios cuando supo que no ganaba en primera vuelta. En segunda, game over. Era lo que sus opositores estaban esperando, es decir, la ocasión de salir a hostigarlo en las calles. Respaldados por dos auditorías independientes –una de ellas de la OEA- que denunciaban un fraude electo­ral grosero, líderes opositores encabezaron la protesta. El resto es muy conocido.

    Desde su exilio en México, Evo se sigue creyendo el hombre providencial. “Si me llaman, voy, no para ser presidente sino para contribuir a la pacificación de los bolivia­nos” repite una y otra vez en su cuenta de twitter. Primero, nadie lo está llamando. Más bien, le cortaron el teléfono. Segundo, los legisladores del MAS, “su” partido, inte­gran una mesa interpartidaria para llamar a elecciones “lo antes posible”. Evo no está, ni remotamente, en los planes de ese llamado.

    Los bolivianos se están can­sando de decirle “no”.

    Pero Evo no le está dando “enter”.

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  2. La confrontación en Bolivia: “narcotráfico contra democracia”
    POR CARLOS SÁNCHEZ BERZAÍN

    La resistencia civil de la nación boliviana ha triunfado al lograr el retiro del dictador Evo Morales. Con sus delitos, violencia, renuncia y fuga a México el dirigente cocalero ha perdido el gobierno, pero lucha violentamente por mantener el poder que articuló y concentró en los casi 14 años de un régimen controlado por las dictaduras de Cuba y Venezuela, con las que destrozó la democracia e hizo de Bolivia un narcoestado.

    Ahora, Morales, con el apoyo de estos regímenes, promueve el ataque terrorista del narcotráfico contra la democracia, la agresión del crimen organizado contra el pueblo de Bolivia.

    La comunidad y los organismos internacionales se equivocaron en el reconocimiento de la realidad objetiva de Bolivia. Muy pocos señalaron la dictadura que se había establecido y se fortalecía con Evo Morales como jefe. Insistieron en tratar como democracia a la “dictadura electorera”. Acompañaron la imposición del dirigente cocalero de presentarse como indígena sin serlo, incitando de esta forma la lucha de razas que el castrochavismo instauró en Bolivia como principal eje de confrontación.

    La imposición de la dictadura de Morales en Bolivia fue un proceso de intervención transnacional, pero las acciones del pueblo boliviano para recuperar su democracia han sido y son completamente nacionales. Tal vez en esto consista el éxito y la sorpresa de que Bolivia se esté liberando del castrochavismo y que se haya roto el eslabón que el eje La Habana-Caracas consideraba el más sólido de su cadena.

    Para entender la importancia de la caída del dictador Evo Morales y de lo que representa la perdida de Bolivia para el castrochavismo –ahora reducido a detentar el poder por la fuerza en Cuba, Venezuela y Nicaragua– debemos recordar que en el plano militar el dictador Evo Morales impuso la vergonzosa tarea de reivindicar los crímenes de las guerrillas y su referente el Che Guevara creando en Bolivia la “Escuela Militar Antiimperialista del Alba”, humillando a las Fuerzas Armadas para que sus soldados proclamen “Patria o muerte venceremos”, convirtiendo el transporte aéreo militar en instrumento del narcotráfico y haciendo del territorio nacional zona de recuperación y protección de guerrilleros y terroristas.

    Pero el rol más importante para Bolivia en el castrochavismo fue que la convirtieron en un narcoestado, incorporado al grupo de países controlados por Cuba e integrados por las dictaduras de Venezuela y Nicaragua. La República de Bolivia que tenía 3.000 hectáreas de cultivos de coca ilegal el año 2003, fue suplantada por el “Estado Plurinacional” para tener hoy cerca de 80.000 hectáreas de coca ilegal.

    En el contexto de los “narcoestados castrochavistas” la Bolivia controlada por Evo Morales es la principal productora y proveedora de coca/cocaína. Esta actividad ilícita está concentrada en el Chapare, departamento de Cochabamba, donde Morales instaló el aeropuerto internacional de Chimoré, una fábrica de Urea, comunicaciones de última tecnología y una política de expansión de la coca ilegal que incluyó avasallamiento e incendio de áreas indígenas y forestales protegidas.

    La investigación del periodista Leonardo Coutinho sobre el transporte de cocaína en aviones militares bolivianos de Chimoré a la terminal presidencial de Venezuela, es una de las múltiples pruebas de que las “federaciones cocaleras” de las que Morales es jefe vitalicio, son productores de la cocaína con la que el castrochavismo nutre su red criminal. Esta es la fuerza de agresión contra la democracia, con cubanos, venezolanos y miembros de las FARC. Perdiendo esta zona de libre producción y despacho de droga, las dictaduras de Cuba y Venezuela están perdiendo la parte más importante del negocio de cocaína, del que México es participante esencial con sus carteles.

    Es por eso que el terrorismo para producir masacres sangrientas impulsadas por Evo Morales desde México, con apoyo de la Embajada de Cuba en La Paz, acciones terroristas de cubanos, venezolanos y FARC, con la complicidad de López Obrador y su gobierno que ignoran las normas de asilo, no son una cuestión política, son la confrontación del narcotráfico contra la democracia disfrazadas de movilización popular.

    Lo que ahora pelean Cuba, Venezuela, Nicaragua en Bolivia y secundan los Fernández/Kirchner desde Argentina, es tratar de evitar que Bolivia luego de retirar el gobierno dictatorial, le arrebate el poder al narcotráfico disfrazado de política y restaure la lucha antinarcóticos, restituya la cooperación de la DEA, abra investigación de fortunas y de lavado de dinero, cumpla leyes y convenios contra el narcotráfico. El narcotráfico contra la democracia.

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  3. Evo Morales, el dictador derrotado por la nación boliviana

    POR CARLOS SÁNCHEZ BERZAÍN
    El flagrante fraude electoral y los crímenes cometidos por Evo Morales y su régimen activaron la “nación boliviana” luego de más de una década en que el castrochavismo la suplantó con falsificaciones, masacres y delitos, cuando eliminó la República de Bolivia e impuso su estado plurinacional fundado en la confrontación racial. La nación boliviana se activó en cabildos abiertos de los que nació la resistencia civil y jóvenes liderazgos. En casi tres semanas de resistencia civil, Evo Morales es un dictador derrotado por la nación boliviana y solamente sostenido por la intervención castrochavista.

    La necesidad de reconocer la nación boliviana nace históricamente en la Guerra del Chaco, a la que los jóvenes de Bolivia procedentes de diversas regiones, culturas, condiciones sociales y económicas concurrieron como una sola fuerza nacional. La Revolución Nacional de 1952 implementó la construcción de la nación boliviana con el voto universal que hace ciudadanos iguales a todos los hombres y mujeres de Bolivia, con la reforma agraria que los hace propietarios y potenciales emprendedores, con la reforma educativa que establece la educación gratuita y obligatoria, y con la reforma del sistema militar para institucionalizar Fuerzas Armadas de la Nación.

    El concepto y la existencia de la nación boliviana, mestiza, diversa pero única, se construye y sostiene por medio de la “alianza de clases” y no de la lucha de clases. Se mantiene y desarrolla hasta 2009 en que –con la constitución castrochavista– se suplanta por la “lucha de razas” por medio del reconocimiento de 36 naciones en el territorio de Bolivia y la liquidación de la República con un estado plurinacional. En eso consiste el más grande crimen para destruir la “nación boliviana” y traición a la Patria perpetrados por Evo Morales, entregando Bolivia a la intervención de la transnacional del crimen organizado que en ese momento se presentaba como movimiento bolivariano o socialismo del siglo XXI y que hoy se reconoce como castrochavismo.

    Hay que recordar que la liquidación de la nación boliviana presentada como una acción autóctona de Evo Morales en su rol de falso indígena, es solo la repetición de la consigna de “multiplicación de los ejes de confrontación” impuesta por el Foro de Sao Paolo desde su creación, utilizando el “racismo”, el “indigenismo” y el “regionalismo” –en el caso boliviano– como herramientas para destrozar el concepto de “unidad de nación”, facilitar la intervención, terminar la democracia e imponer su sistema dictatorial. En Bolivia, el castrochavismo falsificó y manipuló el indigenismo convirtiéndolo en factor de “lucha”, para desplazar el “indigenismo nacional” que está incorporado como elemento esencial de “alianza” en la construcción y desarrollo de la nación boliviana.

    Este apretado resumen histórico de la nación boliviana y su lucha por ser y sobrevivir, demuestra el porqué de la resistencia civil contra la dictadura castrochavista de Evo Morales es posible y es exitosa. Se trata de que los bolivianos somos y queremos ser bolivianos, que hemos proclamado y ejercido por varias generaciones el principio de “unidad en la diversidad”, asumiendo nuestra condición de mestizos, nuestras diferencias regionales y culturales como elementos de riqueza para la construcción de una nación común que existe y cuya madurez se demuestra ahora.

    Porque hay una nación boliviana la confrontación en Bolivia está planteada entre el régimen y el pueblo de Bolivia, entre Evo Morales y los bolivianos, entre la intervención transnacional castrochavista y la defensa de la Patria. Por eso el símbolo de la libertad y la democracia en Bolivia es la bandera nacional boliviana (rojo, amarillo y verde) y el mensaje de la resistencia civil es el Himno Nacional boliviano (morir antes que esclavos vivir…). Por eso el pedido de renuncia del dictador es nacional. Por eso la totalidad de la Policía Boliviana está contra el régimen en una acción denominada motín pero que en verdad es de institucionalidad nacional. Por eso la parte corrompida del alto mando militar de las Fuerzas Armadas de la Nación no ha podido mantener su entreguismo al régimen y se ha neutralizado bajo presión de los militares formados en la doctrina de la Nación Boliviana.

    Solamente la intervención violenta y criminal del castrochavismo sostiene a Evo Morales, bajo acción directa de Carlos Rafael Zamora, alias el gallo, que funge como Embajador de Cuba en Bolivia. Pero el dictador está derrotado, el enemigo identificado y la nación boliviana unida y movilizada.

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  4. Bolivia vs. Chile
    POR IAN VÁSQUEZ
    La renuncia de Evo Morales ha generado el predecible relato por parte de un sector de la izquierda de que lo que ocurrió fue un golpe de Estado. Los hechos muestran la ridiculez de tal aseveración y la profunda actitud antidemocrática de quienes la sostienen.

    Pero las narrativas importan a la hora de establecer o mantener la legitimidad. Es así tanto para las sociedades que estarían dejando el autoritarismo –como se supone que es ahora el caso de Bolivia– como para las democracias liberales como la de Chile, donde la izquierda radicalizada influye cada vez más en las decisiones del gobierno democráticamente elegido.

    Los relatos pueden mostrar una buena dosis de hipocresía. La izquierda ideologizada demanda la renuncia del presidente chileno y alienta la violencia de una parte de los manifestantes. A la vez, denuncia que en Bolivia se haya “consumado un golpe de Estado” en palabras de Alberto Fernández, el presidente electo argentino, quien culpa en parte a “la pasividad del Ejército” ante las protestas de estas semanas en contra de Morales.

    No tenemos que ser partidarios del presidente chileno, ni desconocer que cierto malestar en Chile es justificado, para reconocer que en Chile existe una democracia legítima y en Bolivia no.

    Recordemos el historial de Morales en el poder.

    El mandatario fue elegido en el 2005 y luego de llegar al poder en el 2006, convocó a una Asamblea Constituyente que produjo una nueva Constitución ilegal porque se aprobó por una mayoría simple y no por los dos tercios que requería la Constitución vigente. No obstante, se llegó a un acuerdo político con la oposición en el que el presidente no podría ser reelegido más de una vez según la nueva Constitución.

    Esa garantía la violó Morales en el 2014, cuando la Corte Constitucional, bajo su control, le permitió ser reelegido por segunda vez al no considerar su primer período bajo la vieja Constitución. En el 2016, Morales convocó un referéndum para permitirle ser candidato otra vez, pero el pueblo lo rechazó. El presidente desconoció el resultado y el sumiso Tribunal Constitucional le permitió la reelección, desconociendo así la propia Constitución.

    A la hora de la elección el mes pasado, cuando era evidente que Morales no iba a ganar en primera vuelta, cometió fraude, cosa que los bolivianos llevaban semanas protestando y que este fin de semana una auditoría de la Organización de Estados Americanos confirmó. Luego de que saliera ese informe, de que renunciaran miembros de su gobierno y agencias del Estado, de que la policía en buena parte de Bolivia se sumara a las protestas y de que las Fuerzas Armadas se rehusaran a reprimir al pueblo, dimitió Morales.

    ¡Qué diferencia con Chile! La alternancia del poder en Chile se ha dado desde el regreso de la democracia en 1990, siendo la izquierda la que ha gobernado la mayoría del tiempo.

    Durante ese período, la Constitución ha sido cambiada numerosas veces y legitimada por los partidos de izquierda.

    Sin embargo, la izquierda extrema, que ahora quiere derrocar al presidente, dice que Chile ha vivido 30 años de fracaso, a pesar de los hechos que cuentan otra historia. Denuncia además que el Gobierno ha tratado de mantener la seguridad y el orden público ante el vandalismo y violencia que algunos manifestantes han desatado.

    Los hechos importan, pero también importa el relato.

    En Chile, el relato de la izquierda ha logrado que el Gobierno acepte convocar una Asamblea Constituyente.

    En Bolivia, importará cómo se retoma la vía democrática. Debe ser de manera legítima y ser vista así. La izquierda hará lo posible para deslegitimar el proceso. Cómo se entienden los hechos importará para una futura democracia boliviana.

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  5. Violaciones a granel
    POR DANILO ARBILLA

    Las cosas claras. Líos y de los grandes hay en todos lados. Ver españoles y catalanes o árabes y judíos, por ejemplo. Nuestra región a su vez se ha sumado a ese paisaje con terremotos y erupciones sociales propias e interesantes.

    ¿Será cuestión de la globalización? No sé, parece una explicación demasiado simple. Por ahora lo dejamos ahí y pasamos a ocuparnos de un caso concreto como el de Bolivia.

    La Constitución de Bolivia ha sido violada sin solución de continuidad. El mayor violador ha sido Evo Morales, quien tuvo que rajar del país y se refugió en México desde donde promete volver. Ya sin temblores y bien protegido, habla y habla violando ahora –es un vocacional– las normas básicas que rigen para el asilo político.

    Evo se pasó, y se tuvo que ir. También se tuvieron que ir algunos otros de sus correligionarios, miembros del MAS (Movimiento Al Socialismo). Ahora lo sustituye Jeanine Áñez, de la oposición, para lo cual también se desconocieron los preceptos constitucionales pero con la bendición del Tribunal Constitucional. La señora presidenta debería haber sido designada por el Congreso, donde el MAS tiene mayoría y estos no fueron. No hubo quorum, pero la votaron los pocos que estaban.

    Ello, de todas maneras es peccata minuta al lado de lo de Evo. Él ha sido el mayor violador de las Constituciones bolivianas. Una especie de violador serial.

    Evo fue electo, la primera vez, bajo una Constitución la cual modificó, previendo la reelección. Evo fue reelecto, pero al finalizar su segundo periodo quiso postularse para un tercer mandato, lo que no estaba permitido constitucionalmente, Fue entonces que surgió una de las primeras originalidades: el Tribunal Constitucional determinó que el primer periodo correspondía a otro país –la República de Bolivia– y no debía tomarse en cuenta. Evo fue reelecto para un tercer periodo como presidente del Estado Plurinacional de Bolivia. Qué gracioso, ¿no?

    No le bastó con ello y pretendió un cuarto mandato, para lo cual llamó a un plebiscito con el fin de modificar las normas que lo impedían. Fracasó en su intento. Los bolivianos dijeron no va más. Pero Evo no les hizo caso y el Tribunal Constitucional, en otra de sus originalidades, resolvió con base en una decisión de la Corte Interamericana (cuidado con esta) que Evo tiene el derecho humano de ser elegido, todas las veces que se presente. Y se presentó, y como no le iba muy bien, hizo fraude: contó mal a su favor.

    Fue cuando la OEA se dio cuenta de que se violaba la Constitución. Es curioso, Evo impuso un régimen dictatorial con presos políticos y recortes a la libertad de prensa, sobre todo en época de elecciones, y parece que nadie se había dado cuenta de la violación de los DD.HH. de los bolivianos y de la Constitución que él mismo hizo. Evo tiró demasiado del hilo, perdió el apoyo de militares y policías, y los expertos de la OEA dijeron que hubo fraude. Quiso arreglarla pero ya era tarde y se preocupó más de asegurarse la huida, que para eso está México, el que ahora con AMLO ha vuelto al pasado cuando se les catalogaba de izquierdistas para afuera y fascistas para dentro, y de antiimperialista al servicio de los EE.UU.

    La señora presidenta, con todas las salvedades, anuncia un llamado a elecciones. Que lo haga rápido. Seguramente en este caso también el Tribunal Constitucional la ayudará para sortear algunos detallecitos, pues no se podrían designar los nuevos miembros del Tribunal Electoral, con un Congreso sin quorum.

    A partir de todo esto surgen nuevas definiciones para lo que pasa en Bolivia, igual que con lo de Chile o con la libertad de Lula.

    La RAE debería hacer un diccionario complementario. Si se les ocurre, les paso un dato: uno de los líderes que pidió la renuncia de Evo fue Luis Fernando Camacho Vaca, conocido como “el Macho”. Lo llaman también el Bolsonaro de Bolivia, y ahora los “colectivos” y líderes de izquierda lo acusan de ser misógino. Y he aquí otra curiosidad, y una dificultad para ese nuevo diccionario. En su época, Evo era recibido y festejado por sus más fervientes seguidores con cánticos como estos:

    – “nuestro presidente mujeriego es, y cambia de chica en un dos por tres”,

    – “nuestro presidente muy pícaro es, solo quiere una y se come tres”.

    “este presidente de buen corazón, a todas las ministras les quita el calzón”,

    – “ahora las ministras van por los balcones, pidiendo limosnas para los calzones”.

    Y estas eran las menos fuertes.

    ¿Como habría que definirlo a Morales?

    Dejo la pregunta planteada.

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  6. Tomar la lección de Chile

    Los conflictos políticos y sociales des­atados este año en la región, especial­mente los sucesos que han ocurrido en Chile y en Ecuador en las últimas semanas, han sido una muestra clara de que la clase dirigencial, los políticos, solo se ha con­centrado en gobernar para unos pocos.

    Si bien Ecuador y Chile han implosionado por factores económicos y sociales, sus procesos se han dado de manera distinta y con componen­tes variados, aunque han tenido al hartazgo social como mecha del estallido.

    El caso chileno ha mostrado al mundo que es un modelo que ha conseguido con éxito elevar todos los ítems macroeconómicos y de desa­rrollo, pero que paralelamente no ha tenido efecto, lamentablemente, en la otra cuenta pendiente que tiene que ver con la reducción de la desigualdad social.

    En una palabra, los gobiernos se han olvidado de gobernar para la gente. Olvidaron a la socie­dad. Y la réplica ciudadana a tantos años de desigualdad ha sido el estallido, que en el caso de los transandinos cumple precisamente este fin de semana su primer mes.

    No solo hay diferencias en cuanto a índices de desarrollo o económicos de los transandinos con el resto de los países de la región, sino también la reacción ciudadana. Los chilenos salieron a las calles luego de que una aparente y anodina suba de la tarifa del servicio de transporte de trenes provocara el hartazgo colectivo. Desde las calles plantearon cambios radicales en la economía y en el manejo a nivel social, que Sebastián Piñera ha podido cumplir no sin provocar ciertos cam­bios en el interior de su gobierno.

    El principal reclamo es la reforma de la Consti­tución de este país, redactada durante la dicta­dura de Augusto Pinochet, a la que consideran el fundamento del por qué Chile no ha podido equilibrar cuentas en cuanto a la igualdad.

    La clase política del país hermano ha respon­dido ayer viernes, durante las primeras horas de la madrugada, con un histórico acuerdo, aunque pareciera que los tiempos que se plan­tean en este tránsito hacia la transformación del país por medio de la modificación de su Carta Magna puedan suponer un problema.

    Los principales partidos de la oposición y la coalición del gobierno de Piñera firmaron un “Acuerdo por la paz y la nueva Constitución”, en el que se comprometieron a aprobar un lla­mado a plebiscito.

    En virtud de este acuerdo, necesario para modificar la actual Constitución, que no per­mite llamar a plebiscito para estos fines, se impulsará la realización de una consulta en abril del 2020 que resuelva dos preguntas: si se quiere o no una nueva Constitución y qué tipo de órgano debiera redactar esa nueva Constitución.

    La Convención Mixta Constitucional, defen­dida por el gobierno, será integrada en partes iguales por miembros elegidos para este efecto y parlamentarios en ejercicio, mientras que en la Convención Constitucional, promovida por los partidos de la oposición, todos sus inte­grantes serán elegidos específicamente para esta ocasión.

    Si el proyecto es aprobado en plebiscito, la elec­ción de los miembros de una u otra instancia se realizará en octubre del 2020, coincidiendo con los comicios regionales y municipales, bajo sufragio universal y se hará con voto volunta­rio. Pero la ratificación de la nueva Constitu­ción se realizará con sufragio universal y voto obligatorio.

    Es decir, en Chile –pese a los tiempos estipula­dos– están promoviendo una verdadera trans­formación de su futuro partiendo de las bases mismas de la República porque los políticos, las organizaciones civiles y sociales han oído la voz de la gente.

    Un país que está en peores o similares condi­ciones sociales y económicas que las nacio­nes descritas más arriba es Paraguay, donde pese a los avances obtenidos en los últimos años en cuanto a la reducción de la pobreza y la pobreza extrema, la brecha sigue siendo enorme y ni siquiera se acerca a los niveles de desarrollo que, por ejemplo, existen hoy en Chile.

    Los paraguayos observamos a diario en las por­tadas de los medios denuncias sobre corrup­ción, despilfarros y malos manejos del dinero público, que tienen una sola víctima: la gente.

    Es tiempo que también los políticos paragua­yos tomen la lección transandina para impul­sar reformas que son necesarias no solamente en el plano constitucional, sino en una amplia variedad de temas que son urgentes en el país, en especial en materia de salud, educación, seguridad e infraestructura. No es necesario que estalle una crisis política y social como en el resto de la región como para que en nuestro país empecemos a pensar en la prioridad abso­luta: el bienestar de la gente.

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  7. Las venas indignadas de América Latina
    Por Andrés Colmán Gutiérrez
    Barricadas ardientes, banderas agitadas, multitudes en las calles. Voces roncas entonando himnos o gritando airadas consignas. Piedras lanzadas con furia, edificios y vehículos en llamas. Represión institucional, en muchos casos con saña criminal, por parte de policías y militares. Gases lacrimógenos y balazos. En medio del caos hay también marchas pacíficas, festivos conciertos en las plazas, conmovedores gestos solidarios.
    Son escenas que se repiten desordenadamente en las pantallas de la televisión, en las portadas de diarios, en las redes sociales e internet. Escenas muy parecidas, pero que cambian de significación según en qué país ocurran, bajo qué signos políticos se definan y según quién las comente, las escriba o las comparta.

    Lo que ahora más nos preocupa y duele es Bolivia. Uno puede tener toda la opinión crítica que quiera acerca del complejo proceso político que venía liderando el presidente Evo Morales, pero eso no nos impide caracterizar su abrupta interrupción como un contundente golpe de Estado. Opinable, discutible, pero indefendible golpe de Estado, propiciado por una ultraderecha racista y fundamentalista que ni siquiera se preocupó en guardar los formalismos legales, reviviendo la oscura práctica de la intervención militar en la escena política, la que ha originado tantas siniestras dictaduras en el siglo pasado. Aunque no hubiese reelección, Morales tenía mandato constitucional hasta el 2020.

    Pero así como uno puede condenar el golpe de Estado, también puede tener una lectura crítica sobre el antidemocrático proyecto de eternización en el poder en el que fue cayendo Evo, contra un amplio sector de su propio pueblo, al que convocó a un referéndum constitucional en el 2016 para preguntar si preferían que fuera reelecto por cuarta vez. Le dijeron que no, pero él lo ignoró y siguió adelante.

    Los aplaudidos logros históricos en términos sociales, económicos y políticos que obtuvo la gestión del primer presidente indígena, como ningún otro en la historia de Bolivia, no justifican cambiar a su antojo y conveniencia la Constitución, ni imponer proyectos revolucionarios cuando existe una creciente resistencia en gran parte de la sociedad. Si su modelo político era tan bueno, ¿cómo no pudo formar líderes que puedan dar continuidad al mismo proyecto, a través de la alternancia democrática? La forzada re-re-re-reelección ¿No implica repetir el modelo de líder único, mesiánico y providencial, que tanto cuestionábamos a las dictaduras de derecha e izquierda del siglo pasado?

    Lo llamativo es que quienes aplauden las manifestaciones contra Evo en Bolivia sin embargo condenan las manifestaciones contra Piñera en Chile, y viceversa. ¿Es más pueblo uno que otro, por responder a distintos signos políticos? O lo que es peor, aunque existan indiscutibles intereses sectarios, de imperios o corporaciones internacionales, buscando sacar réditos, pocos estamos dispuestos a reconocer que a veces es la gente, simplemente la gente, la que se harta de ser engañada y marginada, de que les impongan paraísos perfectos con baches profundos, mucha basura oculta bajo la alfombra, sueños incumplidos y necesidades insatisfechas.

    Hay quienes lamentan que gran parte de América Latina siga avanzando hacia modelos fascistas y otros lo celebran. Otros parecen confirmar temores o alegrías de que se produzca un regreso hacia regímenes de izquierda. En Argentina sale un fracasado Macri y vuelve una triunfante Cristina. En Brasil Lula sale en libertad y Bolsonaro empieza a preocuparse. En Uruguay se teme que la izquierda más democrática y equilibrada pierda al fin el poder. En Perú siguen sin tener Poder Legislativo. En Ecuador los indígenas le dieron una lección al Lenín derechoso. Chile está tratando de superar su más grave crisis con una nueva Constitución. Bolivia duele sin saber qué pasará, mientras en el Paraguay la última crisis se disuelve como el alcanfor, por ahora un poco lejos de las venas indignadas de América Latina.

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  8. La clave está en la wiphala
    Por Alfredo Boccia Paz
    En Bolivia hubo un golpe de Estado, de eso no tengo dudas. Pero no es mi intención entrar tardíamente a la larga discusión sobre los errores previos de Evo Morales, el fraude electoral o el papel de la OEA, sobre lo que se ha escrito mucho y contaminado aún más con una avalancha de Fake News. Además, creo que nadie convence a nadie y hay un sesgo de autoafirmación que privilegia las ideas que confirman nuestras propias creencias y convicciones ideológicas.
    Me quiero detener en una imagen curiosa que se repitió en varios lugares de Bolivia: una bandera quemada por multitudes furiosas que cantaban “Sí, se pudo”. Conocer el significado de esta bandera, retirada por los policías amotinados del frontis de los edificios públicos y de sus propios uniformes, es clave para entender una parte importante del conflicto. Se trata de la whipala, estandarte de resistencia de los pueblos indígenas de la nación andina. Aunque su origen misterioso viene del fondo de la historia, fue durante las movilizaciones campesinas del pueblo aymara en la década de los setenta cuando se afirmó como emblema de la filosofía andina.

    Durante el primer mandato de Evo Morales, la whipala, un cuadrado de siete colores, fue consagrada como símbolo nacional oficial y ondeaba junto a la tradicional bandera tricolor. La nueva Constitución consagraba un Estado Plurinacional que reconocía una “ciudadanía intercultural”. Indígenas y campesinos deberían acceder a los mismos derechos que los blancos y empresarios; entre ellos, gobernar el país. La whipala en edificios estatales reflejaba ese espíritu. Por eso, el hecho de quemarla no era un mero acto de vandalismo, sino una restauración simbólica del viejo orden social criollo en el que las estructuras de poder eran copadas por mestizos y blancos.

    El racismo en Bolivia es un problema estructural que viene desde la Colonia y que mantiene enfrentados por la hegemonía territorial y étnica al altiplano indígena y la élite blanca del Oriente. La discriminación ocurre en ambos sentidos, pero es desigual: el privilegio de acceder a los espacios de poder quedaba reservado para los sectores criollo-mestizos. Hasta que llegó Evo, a quien el presidente electo argentino Alberto Fernández definió certeramente como “el primer presidente de Bolivia que se parece a los bolivianos”.

    Un indio en el Palacio Quemado era una herida que la ultraderecha no podía soportar. Y, para colmo de la humillación, el indio gobernó su país mucho mejor que todos sus predecesores provenientes de la minoría supremacista. No le perdonarían errores. Y Evo los cometió. El más grave de todos fue empecinarse en no dejar a tiempo la presidencia.

    Por eso este golpe contra el Estado Plurinacional duele tanto y es una histórica vuelta atrás. Más allá de los aspectos coyunturales, en los que hay razones de ambas partes, huele a colonialismo. El gobierno indígena será suplantado por militares y políticos confiables para la vieja oligarquía. Por eso hay tanta whipala quemada. Destruir la bandera indígena simboliza recordarles su condición de ciudadanos sin derechos, lo cual es una estupidez, pues, como escribió Eduardo Galeano: “En América todos tenemos algo de sangre originaria: algunos en las venas, otros, en las manos”.

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  9. Bolivia con presidenta “ipso facto”

    Ayer decíamos que la caída de Evo Morales de la Presidencia de Bolivia fue el resultado de una crisis de legitimidad. Empeñado desde el primer día en quedarse indefinidamente en el Gobier­no, Evo hizo lo indecible, y hasta lo imposible, en esa dirección, como por ejemplo, transfor­mar la más alta magistratura que tiene todo sistema republicano en un derecho humano en lugar de lo que consagra la Constitución: un derecho político estrictamente reglamentado.

    Los bolivianos le dijeron dos veces no a Evo en su propósito de reelegirse indefinidamente. Primero, fue la propia constitución de 2009, al establecer que tanto el presidente como el vice podrán ser reelectos “de manera continua por una sola vez”. Cuando en 2016 repitió su intento en un referéndum, el 52% le volvió a decir no. Fue entonces cuando Evo, in extremis, apeló al tribunal que ejerce el control concentrado de la constitucionalidad boliviana el cual, en un curioso fallo repleto de inconsistencias según los analistas, se allanó a sus tozudas pretensiones.

    Evo se fue y se llevó con él toda la estructura del Gobierno, incluidos los presidentes de ambas cámaras del Congreso. Eso se llama vacío institucional, que Jeanine Añez, hasta el martes 12 vicepresidenta segunda del Sena­do, intentó llenar proclamándose presidenta interina del Estado Plurinacional de Bolivia con el voto 11 senadores presentes y en ausencia de los 25 masistas moralianos, es decir, por minoría absoluta. El remiendo de urgencia lo aportó el Tribunal Constitucional -el mismo que había autorizado a Evo a atornillarse en el cargo-, el cual otorgó inmediatamente legitimidad de mandato a Añez arguyendo que “el funcionamiento del órgano ejecutivo de forma integral no debe verse suspendido”.

    Bolivia tiene, desde entonces, una presidenta “ipso facto”.

    Añez remachó su impronta colgándose en ban­dolera la banda presidencial, una liturgia reser­vada para la culminación de un proceso electoral legitimado con el voto popular, en comicios transparentes y con resultados aceptados por todos los participantes. Hacerlo ante un Senado semivacío y con creciente violencia en las calles es una provocación que puede llevar la inestabi­lidad institucional a territorios impredecibles.

    ¿De la sartén al fuego?

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  10. Malestar en el enjambre

    por Aníbal Saucedo

    Las redes sociales han facilitado la globalización de la información. Existe un acceso más rápido y simultáneo a lo que ocurre en el mundo. Ya no es ficción que alguien pueda interconectarse con otro en cualquier lugar del planeta. Pero debemos lamentar que no ha mejorado en contenido y se ha multiplicado la alteración intencional de los acontecimientos.

    Es innegable, no obstante, el aporte de internet a la democratización del conocimiento. Es el salto cualitativo más trascendental desde la invención de Gutenberg. Y resulta una herramienta formidable para indagar la verdad cotejando los hechos. Penosamente, es también una máquina incesante de informaciones falsas. No son pocos los que se dejan seducir por sofismas burdamente articulados cuando están en sintonía con sus intereses sociales o inclinaciones políticas. Y las reproducen con insultante cinismo. Algunos entusiastas pensadores de la comunicación vieron, al principio, en las nuevas tecnologías algo así como el contrapeso de los medios tradicionales. Habría otras miradas para verificar la versión original, ampliarla y mejorarla, o corregirla. Ya no solo existiría disparidad de criterios entre los medios, principalmente por subjetivismos ideológicos o simples conveniencias comerciales, sino que los internautas podrían atacar el corazón mismo de la información, desde el lugar donde se difundió. Sin embargo, no se logró construir una crítica reflexiva para enfrentar la desinformación y terminó apelándose a la adjetivación descalificadora sin aportar ideas para el debate. Tampoco los diarios, la radio ni la televisión, en su formato digital, han conformado equipos para refutar las argumentaciones en contra de su línea editorial.

    El fenómeno de las redes también favorecía a la democracia como un régimen de opinión pública mediante el escrutinio cotidiano de la gestión de los gobiernos. La libertad de expresión, lejos de ser una facultad exclusiva de los periodistas, es el derecho que tiene todo ciudadano –afirma Juan Luis Cebrián– de pararse en una esquina y exponer su punto de vista. Esto, obviamente, lo dijo antes de la masificación de las redes. Hoy uno puede opinar desde la momentánea reclusión en un sanitario.

    Con el mismo pensamiento de Cebrián, en un artículo publicado en El País, de España, el ministro Josep Borrell ratifica que “la información es el combustible de la democracia”. Y añade: “El conocimiento de la realidad es lo que permite a los lectores formar opinión sobre la acción de los gobiernos y las alternativas (…) Hoy recibimos un flujo permanente de información, pero con mucha desinformación”. Y concluye contundente: “En la era digital, la veracidad es la primera víctima”.

    Con la desinformación, la democracia empieza a estornudar. Se corre el peligro de conformar un rebaño electrónico, fácilmente adoctrinable mediante la “anestetización ideológica” (Chomsky y Dieterich, 1999).

    Al fin y al cabo, los seres humanos también somos “animales pirateables” (Borrell citando a Harari).

    MANIQUEÍSMO SIN TÉRMINOS MEDIOS

    Un alto porcentaje de los navegantes de las autopistas de la información y la comunicación, ante la primera opinión contraria a sus creencias, entran en estado de cólera. Su cerrada concepción maniqueísta de la realidad les impide discutir calmadamente. Se resisten al diálogo. Se niegan a razonar. Son dueños de la “verdad” sin términos medios. Así van alineándose los zurdos y los fascistas. La derecha criminal y la zurda ídem. La derecha creadora de miserias y la izquierda repartidora de pobrezas. Se rechazan los indicadores económicos sin siquiera leerlos. Menos, interpretarlos. Se condenan las movilizaciones sin analizar las causas. Se emiten juicios que atentan contra el sentido común.

    En nuestro país los militantes de las redes se preocupan más por la destitución-renuncia de Evo Morales o la libertad de Lula que por la gestión de Mario Abdo o la baja calidad de la representación en nuestro Congreso, donde las excepciones justifican su definición. Claro, aquí la cuestión ya no es tan simple. No es lo mismo recibir materiales enlatados y reproducirlos que generar tus propias ideas. Ser serios implica trabajo, investigación y capacidad analítica.

    Los detractores de Lula levantan las marchas en su contra, pero se olvidan de las manifestaciones a favor. Los defensores hacen exactamente lo contrario, pero con idéntico propósito. Lo mismo pasó en Bolivia. En Chile

    pretendieron deslegitimar la lucha de todo un pueblo, reconocida como justa por su propio presidente.

    La visión sesgada por el fanatismo distorsiona la totalidad de los hechos. La deshonestidad intelectual manipula groseramente los acontecimientos. El agravio suple a los argumentos. Es la máxima manifestación de la incapacidad de debatir con razón, ingenio y creatividad.

    Es la más grotesca degradación de la libertad de expresión.

    La inteligencia es sepultada por la diatriba y la denotación. Y por las noticias deliberadamente falseadas.

    LA PÉRDIDA DEL RESPETO

    Desde la clandestinidad de un perfil falso se atenta contra honras y reputaciones. La difamación es el arma preferida de quienes, desde el anonimato, lanzan piedras a discreción. Algunos agreden perfectamente identificados. Se escudan en la libertad de expresión. Olvidan que la libertad conlleva responsabilidades. Pero, en medio de esas montañas de datos y la celeridad con que se transmiten, todo pierde vigencia en cuestión de minutos. Así quedan impunes la falsedad, la manipulación y la calumnia.

    En las redes, la esfera privada ha desaparecido. “Hay una exposición pornográfica de la intimidad”, asegura Byung-Chul Han en su libro “El enjambre”. La comunicación anónima –la digital– añade, destruye masivamente el respeto. Y es responsable de la creciente cultura de la indiscreción.

    Las redes, al igual que la globalización, se instalaron para quedarse. Hay que buscar alternativas para contrarrestar sus impactos negativos. Las noticias falsas, por un lado, y el afán de uniformar el pensamiento, por el otro.

    Las redes, además, han contribuido para que se visibilice el periodista oculto que cada uno tenemos. Ya no existen consumidores pasivos de las informaciones. Todos somos emisor y receptor al mismo tiempo.

    En ese doble juego, lo primero a rescatar es el compromiso con la veracidad. A diferencia de los medios tradicionales, en los que uno tiene tiempo para reflexionar antes de escribir y engañar es una elección, en el enjambre digital se actúa por impulso. Sin filtros ni intermediarios. La razón se obnubila por la ira. Y la mentira es su herramienta más letal. Casi siempre.

    A pesar de sus efectos premeditadamente nocivos, parafraseando al apóstol Pablo, hoy ya no podemos vivir fuera de las redes, pero no hay que vivir en ellas. Y si somos capaces de sobrevivir a las falsas noticias, a los agravios anónimos y a los panfletos, podemos asegurar que es una insondable fuente de conocimiento. Previamente, debemos aprender a diferenciar los estudios creíbles, los análisis rigurosos, la buena música y la literatura del montón de basura que, paralelamente, se descargan todos los días.

    Algunos han tratado de encontrar en las redes la causa primera de las grandes manifestaciones en la región. No sabemos si fueron gracias a ellas o a pesar de ellas. Desde el poder, con un batallón de navegantes alquilados se trata de narcotizar las conciencias. Y porque el enjambre, a diferencia de las masas, está constituido por “individuos aislados, sin alma y sin espíritu” (Chul Han, 2014). Lo que sí está claro es que cuando la indignación necesita cauces para expresarse, y el malestar agita el enjambre, el pueblo gana las calles y vuelve a encontrar su alma, su espíritu y su causa.

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  11. Soplan vientos turbulentos

    por Benjamín Livieres

    Mientras al gobierno de Sebastián Piñera y a los partidos de oposición se les agota el tiempo para dar respuestas a la rebelión popular que recorre todo Chile, desde hace ya cuatro semanas, en Bolivia, la “renuncia” de Evo Morales y su reemplazo por Jeanine Añez, luego de un polémico procedimiento institucional, no sirvieron a los fines de la anunciada “pacificación”y ya suman una decena de muertos. Son procesos que se desencadenaron por causas distintas, con solo 48 horas de diferencia, pero que tienen en común la crisis profunda en la que se debaten ambos países y el completo descontrol de la situación, que no logran revertir quienes tienen en sus manos los hilos del poder, de manera legítima o no.

    En el primero de los casos, multitudes nunca vistas antes en América Latina se mantienen en las calles en rechazo al modelo económico y a la desigualdad social generada por este, reclamando cada vez con más fuerza la convocatoria a una Asamblea Constituyente para elaborar una nueva Constitución que sustituya a la actual, promulgada en 1980 por la dictadura de Augusto Pinochet, una de las más sangrientas del subcontinente.

    La indignación social no se limita a este gobierno, de derecha, sino que abarca a los anteriores, de centroizquierda y a toda la dirigencia política, de los más variados pelajes ideológicos, en la que vastos sectores de la población ya no se sienten representados.

    Tanto oficialistas como opositores, estupefactos ante un proceso que no vieron venir, recién ahora comienzan a esbozar algunas propuestas para dar salida a la crisis. La del gobierno, de imposible aplicación en las actuales circunstancias, consiste en que los cambios constitucionales sean obra de estos congresistas que no gozan de la menor credibilidad. Su partido y otros sectores de la oposición plantean que la reforma sea producto de congreso entre parlamentarios y referentes sociales, a ser sometida luego a un plebiscito vinculante; en otras palabras, mantener cierto control a la hora de determinar el nuevo rumbo. Y finalmente están los que, “sintonizando” el mensaje callejero, se avienen al llamado a elecciones para designar a quienes tendrán a su cargo la redacción de una nueva Constitución, lo cual horroriza a muchos, por la incertidumbre acerca de lo que esta pudiera contener.

    En Bolivia las cosas son distintas. Los indicadores económicos y sociales de los últimos 14 años arrojaron resultados satisfactorios, se redujo a la mitad la pobreza y la pobreza extrema, y se puso en marcha un proceso de integración de la población indígena, históricamente ignorada y sometida. Pero los afanes de Evo Morales de mantenerse en el poder por un cuarto período, al que podría sobrevenir un quinto y por qué no un sexto, sumado a las denuncias de irregularidades en las elecciones del pasado 20 de octubre, fueron los argumentos utilizados por las fuerzas conservadoras (con respaldo internacional) para provocar su renuncia. Esta fue “sugerida” por las FFAA, mientras la policía estaba amotinada exigiendo lo mismo, y en La Paz y otras ciudades se cometían todo tipo de desmanes.

    A esto le siguió una parodia montada para proclamar a la vicepresidenta del Senado, Jeanine Añez, quien no figuraba en el orden de sucesión, como presidenta provisoria. La banda presidencial recibió de manos de un jefe militar, ¡vaya simbolismo! Y también le siguió la continuidad de la crisis, así como de las protestas y la represión, que no auguran estabilidad ni restitución del Estado de derecho en el corto plazo.

    De ambos casos tenemos mucho que aprender, si tenemos la suficiente seriedad para impulsar un debate sobre el agotamiento de modelos económicos excluyentes, como el chileno, y modelos políticos basados en liderazgos mesiánicos incapaces de recrearse, como el boliviano. Pero esto de ningún modo justifica buscar atajos por fuera de la democracia, como en Bolivia, donde Morales fue depuesto después de recibir el 47% de los votos, según conteo de sus adversarios, ni tampoco lo justificaría en Chile, donde Piñera cuenta con un modestísimo 9% de aceptación en el presente.

    Lo importante es descifrar la significación que revisten esos procesos, el impacto que podrían tener en la región y en nuestro país y, en base a esas consideraciones, extraer conclusiones que nos permitan adoptar medidas destinadas a evitar que nos encaminemos en dirección a la tormenta, en sus dos variantes, tanto la económica y social, como también la política.

    Por supuesto, dada nuestra escasa madurez democrática y las limitaciones intelectuales de nuestra dirigencia, no solo la política, no faltarán quienes pretendan reducir esta discusión a los clichés de “zurdos” o “fachos”, propio de mentes muy estrechas.

    El tema es bastante más profundo y encierra no pocos peligros, porque en la región soplan fuertes vientos de cambio, turbulentos, algunos a favor y otros definidamente en contra.

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  12. Fue un contragolpe

    por Felipe Goroso

    La ley orgánica de las Fuerzas Armadas de la Nación en su artículo 20° inciso b dice y cito: “Analizar las situaciones conflictivas internas y externas para sugerir ante quien corresponda las soluciones apropiadas”. Otorgar estas potestades es absolutamente llamativo, pero es legal. En este artículo de su carta orgánica se basaron las Fuerzas Armadas para sugerir la renuncia a Morales. Ayuda a entender el contexto en el cual se están desarrollando los acontecimientos.

    El 10 de diciembre del 2018, Evo Morales firma el Decreto 3.738 por el cual crea una empresa mixta para explotar litio en la zona de los salares de Potosí. Líderes de la zona (civiles, sindicales y políticos, incluso de su partido) no aceptaron los porcentajes de regalías que asignaba el acuerdo, a tal punto que significó la pérdida de apoyo de una zona que históricamente lo había acompañado.

    Es un hecho concreto que no se está teniendo en cuenta en los análisis que se están haciendo. De hecho, Potosí lleva 30 días de paro y movilizaciones. El doble del tiempo que en el resto del país. Recordemos que Morales llegó al poder con un potente mito discursivo como eje: la defensa de los recursos minerales y la reivindicación de los diversos pueblos originarios que habitan el territorio boliviano. Este acuerdo y decreto iba en contra de todo lo que construyó en imagen y gestión.

    Si a esto le sumamos los demás elementos que se vienen mencionando en diversos análisis: la derrota en el referéndum del 2016 en el que consultó al pueblo si podía volver a candidatarse y la respuesta fue no (momento en el que se dio el inicio de la pérdida de apoyos que históricamente estaban cercanos a Morales), el desgaste que implican casi 14 años de mandato, el pésimo manejo de crisis que le dio al momento del conteo y escrutinio electoral, 20 días de paro y movilizaciones en todo el país, la emergencia de liderazgos como los de Luis Fernando Camacho y Marcos Pumari (en un contexto más “social” que político), la muerte de un manifestante originario de Potosí, la pérdida de apoyos de la Policía y las FFAA, renuncias de diputados de diferentes zonas –incluso del partido de Morales– descontentos con el manejo de la crisis y el fallecimiento del manifestante. Pasó igual con gobernadores y una gran cantidad de ministros.

    Son, sin duda alguna, ingredientes ideales para una tormenta perfecta. Morales le dio a sus críticos elementos para elaborar un contragolpe eficiente desde lo civil, lo social y –obviamente– desde lo político.

    Quise –o al menos intenté– aportar algunos hechos, más que opinión. ¿Desafíos para el futuro? Contener el malestar social que sigue en las calles, estabilidad en lo que llaman a elecciones que, bien administradas, se espera traigan paz a Bolivia. El peor escenario sería que la próxima administración no logre consensos mínimos. Y se sabe que la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, precisa de consensos mínimos.

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  13. Bolivia: ¿puede haber un “golpe” contra un golpista?
    POR ANDRÉS OPPENHEIMER

    Los presidentes de México, Cuba, Venezuela y el presidente electo de Argentina, que avalaron el fraude electoral realizado por el expresidente boliviano Evo Morales el 20 de octubre, ahora están denunciando lo que llaman un “golpe” en Bolivia.

    ¿Pero fue la renuncia forzada de Morales un “golpe”? ¿O fue una restauración legítima del Estado de derecho después de que un presidente inconstitucional se robó una elección? En otras palabras, ¿puede haber un “golpe” contra un golpista?

    Estas son preguntas importantes por razones que van mucho más allá de la crisis de Bolivia. Plantean la cuestión de si una potencial exigencia militar de que se realicen elecciones libres en Venezuela, Nicaragua, Cuba u Honduras sería un golpe de Estado, o todo lo contrario, una medida legítima para restaurar el orden constitucional.

    Para ser claros, contrariamente a quienes admiran al difunto dictador chileno Augusto Pinochet o a Fidel Castro, creo que no existe tal cosa, un “buen” golpe, o un “buen” dictador.

    Es por eso que a lo largo de los años he criticado los golpes tanto de derecha como de izquierda, incluidos el de Pinochet, el del dictador argentino Jorge Rafael Videla y el de 2002 contra el difunto hombre fuerte de Venezuela, Hugo Chávez.

    Pero en todos esos casos, los militares derrocaron o forzaron la renuncia de presidentes democráticamente electos.

    Comparativamente, Morales era un presidente inconstitucional, que cometió fraude en las elecciones del 20 de octubre.

    Aquí están los hechos:

    Primero, según la constitución vigente cuando Morales asumió el cargo en 2006, solo podía servir dos términos consecutivos. Pero Morales coaptó el sistema de justicia para cambiar las reglas y postularse para un tercer mandato. Esa fue su primera gran violación del estado de derecho.

    En segundo lugar, en 2016, celebró un referéndum para poder postularse para un cuarto mandato consecutivo. Morales perdió el referéndum, pero ignoró sus resultados. Esa fue su segunda gran violación de la voluntad del pueblo.

    Tercero, después de haber perdido el referéndum, Morales esgrimió el insólito argumento de que impedirle postularse para un cuarto mandato violaría sus derechos humanos. Hizo que el Tribunal Constitucional, repleto de adeptos suyos, validara su argumento. Esa fue su tercera gran violación del estado de derecho.

    Cuarto, Morales se robó las elecciones del 20 de octubre, tal como lo confirmaron los propios observadores electorales extranjeros invitados por su gobierno, y la empresa privada contratada por el régimen para auditar los resultados electorales.

    A las 8 de la noche del día de las elecciones, el tribunal electoral dejó de anunciar misteriosamente los resultados, cuando estaba claro que Morales no ganaría en la primera vuelta. Era vox populi que Morales no ganaría una segunda vuelta, porque la mayoría de los candidatos de la oposición se unirían en su contra.

    El sistema permaneció caído durante las siguientes 23 horas. Cuando se reanudaron los resultados oficiales al día siguiente, Morales había revertido milagrosamente la tendencia de los votos, y ahora se perfilaba como ganador en primera vuelta. Esa fue la gota que rebasó el vaso, y motivó que la gente saliera a protestar.

    Una misión de observación electoral de 92 miembros de 24 países de la Organización de Estados Americanos (OEA) que el propio Morales había invitado al país determinó que los resultados oficiales eran dudosos, y recomendó que se realizara una segunda vuelta.

    Morales disputó el fallo de la misión de observación de la OEA y acordó permitir una nueva misión de auditoría de la OEA de 30 miembros, que la oposición de Bolivia denunció como parcializada a favor de Morales. Sin embargo, la nueva misión de auditoría también concluyó que Morales no había ganado limpiamente.

    En resumen, si los militares que recomendaron que Morales renunciara para evitar un derramamiento de sangre permanecen en el poder, será un golpe de estado. Pero si se respeta la línea de sucesión constitucional y un nuevo presidente interino convoca nuevas elecciones en 90 días, será una medida para restablecer el orden constitucional que había violado Morales.

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  14. Comparto reflexiones de Jaime Ordóñez

    BOLIVIA: 9 ARGUMENTOS SOBRE LO QUE HA SUCEDIDO

    Bolivia es un país intenso y hermoso, el cual visité mucho entre 1990 y 2005 (antes de la llegada Evo Morales) colaborando con el IIDH en las leyes del Poder Judicial, el Ombudsman y otras reformas. Conozco La Paz, Cochabamba, Santa Cruz y muchas otras ciudades. Tengo amigos entrañables allá. Justamente por eso, por respeto a su historia y a su gente, me he esperado algunos días antes de escribir estas notas.

    Me asombra la irresponsabilidad y ligereza con la cual miles/ o cientos de miles de personas (en toda América Latina) sin conocer bien ese país, sin conocer su contexto, sin recabar información a fondo, se han arrojado a decir cosas en las redes sociales y los medios de comunicación. Sintetizo ahora mi opinión en estos 9 puntos.-

    1.-Esa Bolivia de 1990 que yo empecé a visitar era todavía cuasi-medioeval, manejada enteramente por la élite blanca de Santa Cruz (descendiente de españoles, alemanes y otros europeos), un 20% de la población que había gobernado por siglos sobre el restante 80%, indígena o mestizo. En ese momento, el presidente era Gonzalo Sánchez de Lozada, un tipo curioso, con apellido de conquistador castellano, pero que hablaba el español con acento inglés (pues su infancia y juventud la vivió en los EEUU). Ese curioso acento le parecía hasta gracioso a su entorno de poder, fundamentalmente oligopolios nacionales y extranjeros. Así eran las cosas. Desde fines del siglo XIX, el Ejército y la Iglesia fueron siempre los grandes árbitros que quitaron gobernantes y administraron la segregación social a sangre y fuego.

    2.- El Ejército realizó más de 180 golpes de Estado en su historia republicana. Tan sólo entre 1978 y 1982, el Ejército ofició 8 golpes de Estado, prácticamente uno cada seis meses. La palabra democracia siempre costó mucho que se arraigara en Bolivia. Los pocos gobernantes realmente democráticos que tuvo el país en el siglo XX , como el gran Víctor Paz Stenssoro o Siles Suazo, fueron siempre sacados del poder a metrallazos y tanques por los militares.

    3.- En lo económico (las cosas hay que decirlas por su nombre), durante los siglos XIX y XX , Bolivia fue un país expoliado por esa pequeña elite sobre la gran mayoría indígenas (aymará o o quechua), con una pobreza extrema de casi del 40% y con sus mayores riquezas naturales (petróleo, gas, minería) en manos de empresas privadas extranjeras que se dejaban cerca del 95% de las ganancias. El fisco y el pueblo boliviano solo recibían el 5%. En esos años, daba dolor caminar por muchas localidades del país. Más aún que la pobreza, daba dolor ver la sumisión cultural y la segregación racial. Los meseros en los restaurantes no le miraban a uno a los ojos. Una sumisión de siglos, exactamente los cinco siglos de la conquista. Junto con Guatemala, fue históricamente el país de América Latina de mayor “apartheid” y discriminación que yo haya visitado.

    4.- En ese contexto, la llegada de Evo Morales al poder en 2006 era sólo cuestión de tiempo. Se veía venir desde una década antes o mucho más, era una suerte de reivindicación histórica, antropológica y cultural. Era la historia misma, el milenario mundo aymara y quechua, cobrando sus cuentas.

    5.- Según el propio Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial la presidencia de Evo Morales no pudo ser más exitosa. En 2006, el exmandatario recibió uno de los países más pobres de la región, con índices de pobreza extrema que llegaban al 38,2% y hoy es solo del 15,8 % (ver reporte Banco Mundial).. El crecimiento económico de Bolivia fue uno de sus mayores logros. El PIB del país aumento 4% todos los años por más de una década, siendo el crecimiento más sostenido y sólido de toda Suramérica según el propio FMI.

    6. La disminución en cifras de desempleo también es destacada. Bolivia cuenta con una población superior a los 11 millones 300 mil habitantes de los cuales casi la mitad, 5 millones 300 mil, hacen parte de la población activa. Evo Morales inició su presidencia con el 8,1% de desempleo y la redujo al 4,2%. A esto se suma el aumento del salario mínimo, que sus 13 años, pasó de 60 a 310 dólares mensuales. La infraestructura se desarrolló y mucho de ello fue resultado de la nacionalización de los bienes estratégicos como los hidrocaruburos y la minoría. El propio Banco Mundial contabilizó más de 8,100 obras de infraestructura y avance durante todos estos años.

    7.- El gran error de Evo Morales fue tratar de eternizarse en el poder y apostar por la reelección en un cuarto período. Cayó en la tendencia de los otros gobernantes del Alba. El referéndum del año anterior, 2018, el cual pierde por 51% a 49% debió haber sido el campanazo para no extender más su gestión. En efecto, la elección de hace un mes parecía haber tenido irregularidades importantes, interrupción del conteo y otros puntos negros decisivos. Todo parecía indicar, según indicó la OEA, que se trató de una elección opaca, manchada por fraude en varias regiones. Muchos de sus allegados más cercanos, incluso periodistas de izquierda como Raul Zibechi, han confirmado que ese error de Evo, de seguir insistiendo en su omnipresencia, le enajenó el apoyo de importantes grupos indígenas y de muchos otros sectores de la sociedad boliviana. Aparte de ello, la economía empezaba a mostrar signos de fatiga, con una inflación cercana al 8%.

    Incluso la Confederación de Obreros Bolivianos (la COB), parte de su base natural, le quitó su apoyo. Se empezó a gestar una rebelión civil en su contra.Era el momento de salir, de que operara la alternancia en el poder, lo cual es parte del juego democrático. Evo no lo entendió.

    8.- Presionado por la circunstancias, Evo Morales concedió (un día antes de su salida del poder) que se realizaran elecciones en los próximos meses. Es decir, ante la presión interna y externa, acató la solicitud de la OEA que le solicitaba repetición del sufragio. Es decir, la solución constitucional y jurídica estaba prevista y podía realizarse.

    9.- Todo lo anterior nos lleva al punto final. ¿Se justificaba la amenaza del Ejército? Si Evo Morales había concedido repetir la elección tal y como le indicaba la OEA, ¿se justificaba la amenaza del Ejército—declarada en cadena de televisión nacional por el general Kaliman y por ese personaje ominoso y oscuro llamado Luis Fernando el “Macho” Camacho—cercano a grupos para-militares de Santa Cruz, y que ya muchos llaman el “Bolsonaro” boliviano y que entró al Palacio Presidencial con la biblia en la mano afirmando “Bolivia es para Cristo”?

    Desde luego que no. La amenaza de Camacho, apoyado por el Ejército, no fue un bombardeo militar sobre una casa presidencial, pero técnicamente fue la intervención de un actor institucional militar alterando el orden civil. Técnicamente, generó los mismos efectos de un golpe de Estado. Evo Morales, ya desgastado en los últimos meses, iba perder la nueva elección que se tendría que realizar con un nuevo Tribunal Electoral. Lo que se buscaba con ese acto de Camacho y sus allegados militares era desaparecer a Evo del panorama político a toda costa. O desaparecerlo físicamente.

    Lo grave del caso es que esta nueva aparición de las Fuerzas Armadas en un país de América Latina (los militares asustando con sus armas) está siendo asombrosamente apoyada por cientos de miles de personas en la región. Algo triste y ominoso. Es volver al pasado. A la noche oscura de las dictaduras. Y una aclaración final: quien escribe este artículo, se ha opuesto férreamente a los regímenes de Nicaragua y Venezuela. Creo tener autoridad moral para escribir estas líneas.

    ¿Con qué autoridad moral quienes se oponen a la mano militar de Ortega y de Maduro, justifican ahora la mano militar de Camacho, quien se ufana ser amigo de Bolsonaro? Hay que ser consecuentes. El autoritarismo es el mismo venga de donde venga: desde la izquierda o la derecha.- O creemos realmente en la democracia, o retrocederemos décadas en América Latina.-

    ordonez@icgweb.org

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  15. Ideologías
    Por Raúl Ramírez

    Interrumpir un periodo presidencial obligando al jefe del Ejecutivo a renunciar por “sugerencia” militar es un golpe de Estado. Presentarse para una reelección cuando ya no se está habilitado por la Ley Suprema es inconstitucional. Hacer fraude electoral es un delito. Hacer sobrevolar aviones sobre el Congreso para que dicte una resolución es una coacción.
    Estas reglas se aplican en nuestro país y en la mayoría de las naciones civilizadas. El no decir lo que pasa por una cuestión ideológica está mal, no presentando la información con objetividad rompe principios éticos.

    Según nuestra ley madre, toda persona tiene derecho a una información veraz, responsable y ecuánime. Esta debe llegar en forma objetiva, sin que tenga contaminación ideológica, ya que es noticia y así debe tratarse.

    Toda persona, entre las que nos encontramos los periodistas (aclaro), tiene el derecho a expresar libremente su opinión. Sin embargo, debe estar bien diferenciada, de modo que el público sepa que es un punto de vista personal o de la empresa periodística y no una noticia.

    Estos son principios básicos del periodismo, aunque pareciera que ahora esto no es tan así. La opinión se mete fácilmente en la noticia y hace que la información que llega a la gente sea subjetiva, parcial y representando solo a un sector.

    La cuestión es que nuestra sociedad está dividida en cualquier cosa que se presente. Y eso genera tensión, especialmente en las redes sociales, donde no se puede opinar de tal o cual forma, porque lo primero que llegan son insultos.

    Lo que se llama el argumento ad hominem (atacar al hombre) es lo que más se utiliza de modo a descalificar a la persona que emite una opinión, porque no se tienen o no se es capaz de dar argumentos para rebatir lo que dijo.

    Tras lo ocurrido en Bolivia, la mayoría de los medios de comunicación y hasta políticos presentaron el hecho dando énfasis en la renuncia del presidente, sin decir que se trata de un golpe de Estado. Hubo una coacción para que renunciara. Incluso, irrumpieron en su casa, amenazaron a su familia. La información se presentó así más por una cuestión ideológica.

    En contrapartida, los partidarios de Morales quieren ignorar que violó la Constitución para presentarse a un periodo más, cuando ya no estaba habilitado a hacerlo. Es más, hizo un referéndum donde le dijeron que ya no podía, pero no hizo caso. También quieren desacreditar que se demostró que hubo fraude electoral.

    La cuestión está en que el periodista, a pesar de tener una ideología o una forma de gobierno que le gusta, no debería mezclarla con la forma en que se presenta la noticia. Esto solo hace que sea parcial.

    Y esto no solo se da en este tema. Ocurre principalmente en las famosas cuestiones de género, donde o se está a favor o en contra, y de ahí vienen los análisis demonizando a uno u otro sector, demostrando la total falta de objetividad.

    Y no crean que la gente no se da cuenta. Al final, solo hace que el periodismo quede desprestigiado al punto de que tenemos baja credibilidad, lo cual conspira contra nuestra profesión. La credibilidad es el mayor tesoro que tenemos.

    La verdad creo que lo que digo no hará mella en mis colegas, porque pareciera que no importa nada. Y eso es preocupante porque el periodismo objetivo, crítico, es lo mejor para la democracia.

    Lo que pasa es que el dividir la opinión pública por cualquier tema, muchas veces solo por tener más audiencia, por el ráting, no le hace bien al país, porque no existen análisis reales.

    La democracia –creo yo, el mejor sistema de gobierno– va perdiendo el apoyo de la gente, que ve soluciones en proyectos totalitarios, volviendo a etapas ya superadas.

    Es aquí cuando el verdadero periodismo debe emerger, decir las cosas por su nombre, despojándonos de las ideologías, e informar en forma veraz, responsable y ecuánime.

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  16. Crisis de legitimidad
    Bolivia en su hora más difícil

    Bolivia padece los efectos de una crisis de legiti­midad de mandatos, inmersa en un denso caldo de efervescencia social y, por añadidura, jaqueada por una situación fiscal bastante comprometida.

    Evo Morales no puede echarle la culpa de su caída a sus adversarios políticos o a una conspiración internacional. Encerrado en su burbuja, lanzado a cualquier precio a una reelección indefinida, hizo caso omiso de síntomas claros del har­tazgo de una buena parte de los bolivianos.

    Evo llegó al poder con la idea fija de quedarse en él indefinidamente. Lo demostró desde el vamos. Una asamblea constituyente llena de sobresaltos e irregularidades terminó por negarle esa ambición. Pero el hoy exiliado no se entregó. En 2013 y 2016 apeló al Tribunal Constitucional solicitando la eliminación del “molesto” límite impuesto por la Carta Magna a la reelección. Generosamente, el tribunal termina concediéndole el recurso con el argumento de que la disposición “discrimina al actual presidente y viola su derecho huma­no a participar en política”. Así, apartando la Constitución como si fuera un tacho de basura, se lanzó a la conquista de su cuarto mandato. Pero como las elecciones que debían entronizar­lo no le sonrieron con sus resultados, no tuvo mejor idea –él o sus esbirros más fieles- que alterar resultados. Dos informes de auditoría confirmaban las sospechas de sus más directos adversarios políticos. Literalmente, Evo intentó robar ese cuarto mandato. Fin de la historia.

    En un país con profundas grietas raciales, Evo se encargó de profundizarlas. Y sigue hacién­dolo. Ya lejos del poder, dice en su carta de renuncia: “Empezamos el largo camino a la resistencia para defender los logros históricos del primer gobierno indígena que termina hoy”. Ergo, Evo no gobernaba para los boli­vianos sino para los indígenas bolivianos.

    Evo no solo deja un vacío de poder sino también una economía contradictoria y altamente inesta­ble. Su Gobierno lanzó al país a una senda de cre­cimiento sorprendente ya que el PIB per cápita y el nominal se cuadruplicaron desde 2005. Pero deja el déficit fiscal más alto de Latinoamérica, 7% al cie­rre de este año, una verdadera bomba de tiempo.

    Quien asuma en Bolivia el Gobierno no lo tendrá fácil. El caos emergente es el típico pro­ducto de una crisis de legitimidad fogoneada por ambiciones políticas fuera de control.

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  17. Un gorila por otro

    Por Paula Carro

    Evo Morales dejó de ser presidente de Bolivia esta semana, luego de que las Fuerzas Armadas de su país le “recomendaran” renunciar. En ese contexto, la discusión sobre si se trató o no de un golpe de Estado debe necesariamente abordar cuándo exactamente se produjo el quiebre constitucional.

    Veamos. El pasado 20 de octubre los ojos de la comunidad internacional se posaron en Bolivia ante las evidencias de fraude electoral, en unos comicios que parecían controlados por la maquinaria gubernamental para asegurar la continuidad de Evo Morales. Tras días de movilizaciones, el gobierno de Evo convocó a la Organización de Estados Americanos (OEA), que concluyó que sí hubo irregularidades.

    El desorden y el descontento se acrecentaron hasta que finalmente, al inicio de esta semana, Morales renunciaba tras “haber perdido el apoyo de las FFAA”, que no es otra cosa que el Estado de derecho subordinado a la milicia y no al revés, como nos costó a todos en la región varias décadas entender y construir.

    En la opinión de diversos analistas, lo ocurrido en Bolivia no puede considerarse un golpe de Estado por haber mediado una “renuncia” de parte del ex mandatario. En la opinión de los políticos representantes de la izquierda, la intervención de las Fuerzas Armadas no deja lugar a dudas de que sí lo fue. En lo que todos podríamos estar de acuerdo es que la crisis comenzó a gestarse el mismo día en que Evo Morales buscó su cuarta reelección, contradiciendo el mandato de la Constitución boliviana, desoyendo los resultados del referendo del 2016.

    Ahora bien, este híbrido constitucional, este golpe disfrazado con una renuncia de alguien que pretendía mantenerse a la fuerza en el poder, o esta renuncia con tufo a gorilada y golpe militar es otro de esos cachivaches en los que terminan las pretensiones personales que desoyen el clamor popular y bastardean las leyes. En el 2019, Evo Morales –quien tenía todos los insumos para presumir haber sido el presidente que logró en Bolivia un repunte económico– puede ahora dar testimonio del costo que tiene pasar por encima de la Constitución y las leyes.

    Lastimosamente, en lo que le tomó aprender la lección, le dejó al vecino otro gorila en su lugar, que viene con el recordatorio de tiempos que creíamos superados, y que ahora sabemos, están a un cachivache presidencial de resurgir.

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  18. Tarde o temprano los sátrapas caen
    Alberto Molina Flores

    Normalmente los dictadores se creen imprescindibles, insustituibles, encumbrados en su vanidad y en su falso mesianismo, no terminan de aprender las lecciones de la historia, se vuelven adictos al poder y tratan, a toda costa, de perennizarse.

    Los dictadores piensan que los pueblos son sus satrapías, que se las apropiaron utilizando la seducción y el engaño, por lo tanto, impunemente pueden cometer toda clase de abusos. Tarde o temprano estos tiranuelos han terminado fusilados, ahorcados, arrastrados, muertos a balazos, presos o han tenido que huir apresuradamente del país en el que creían que eran sus redentores; el pueblo cansado de los abusos, latrocinios, caprichos, excentricidades, corruptelas, le pone punto final al déspota de turno.

    Las dictaduras plebiscitarias se han implantado, especialmente en los países de la llamada Alianza Bolivariana de los Pueblos, conocida por el acrónimo de ALBA. El gobierno comunista cubano se mantiene en el poder 60 años, en Cuba periódicamente se designan a las mismas autoridades mediante “elecciones”; siguiendo las directrices de Fidel Castro, el desaparecido Hugo Chávez, implantó el mismo sistema en Venezuela; igual, en Nicaragua, el otrora líder de la Revolución Sandinista, Daniel Ortega, cambió la Constitución para gobernar indefinidamente, traicionando los postulados de dicha Revolución, a sangre y fuego, como la dictadura de la dinastía de los Somoza a la que combatió, se mantiene en el poder. En el Ecuador, Rafael Correa gobernó por 10 años, dejando su impronta de abuso, prepotencia y de una colosal corrupción. En Bolivia, el indígena aymara Evo Morales, siguiendo los anteriores ejemplos, pese a que el pueblo le dijo No a la reelección, en una consulta convocada por él mismo, contando con la complicidad de sus esbirros de la Corte Constitucional, que de constitucional no tenía nada, fue calificado como apto para ser candidato con la pretensión de ser elegido presidente para un cuarto periodo consecutivo y eternizarse en el poder. Mediante elecciones fraudulentas, Evo Morales se declaró ganador y pretendió asumir la presidencia por cuarta vez. El pueblo boliviano enardecido frente al fraude descarado, reaccionó y a través de una resistencia sacrificada y heroica le obligó a renunciar.

    Las Fuerzas Armadas bolivianas jugaron, una vez más, un papel decisivo en la forzada renuncia de Evo Morales, en los momentos más cruciales vividos por el pueblo boliviano, el alto mando militar le “sugirió” a Morales que renuncie, la sugerencia del alto mando era un eufemismo para decir que ya no tenía el apoyo de los militares, por lo tanto, tenía que renunciar y marcharse.

    En conclusión, podemos señalar que en el fondo, los métodos de control y la forma de actuar de los dictadores en cualquier sitio y en cualquier tiempo se rigen por unos patrones muy similares: control de la prensa libre y de la justicia; persecución implacable a sus adversarios; terror y propaganda, etc.

    Aquí cabe recordar al filósofo Karl Popper, que plantea una interrogante: “¿Cómo cambiar un mal gobernante que, habiendo sido elegido democráticamente, hace uso del poder para destruir la democracia. Esto es, cómo en democracia se puede salvar la democracia, sin necesidad de recurrir a los militares?”.

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  19. El colapso político de Morales

    Felipe Burbano de Lara
    Resulta lamentable, para la tradición democrática de América Latina, que los militares y policías hayan forzado, en última instancia, la renuncia de Evo Morales. Fue, sin embargo, el tiro de gracia –si cabe la dura expresión– de un colapso político provocado por el propio Morales al haber violentado sistemáticamente las reglas más básicas del juego democrático, sobrevalorado su fuerza social y política, y minimizado la presencia de la oposición. Si a estos factores se suman las graves irregularidades detectadas por la OEA en el último proceso electoral, el escenario de la ingobernabilidad y el colapso estaba armado.

    La crónica de Bolivia retrata el desprecio de los gobernantes populistas de izquierda por las reglas básicas de elecciones limpias y alternabilidad democrática como condición de una convivencia política mínima. Morales manipuló todas las instancias institucionales, gracias al inmenso poder del MAS, para participar nuevamente como candidato pese a las prohibiciones constitucionales y a su propia derrota en un plebiscito que había dicho No a la reelección indefinida. La insistencia en su candidatura para un cuarto periodo fracturó el pacto democrático de la comunidad boliviana, como fue evidente en todas las movilizaciones previas a la elección del 20 de octubre. Los bolivianos llegaron fracturados a la votación, sin ninguna confianza en la transparencia de la institucionalidad electoral, con denuncias sistemáticas de un proceso viciado a favor del partido de gobierno.

    Morales también sobrevaloró su fuerza social y política. Días antes de la elección había insinuado un amplio triunfo en primera vuelta. La sorpresa vino cuando el cómputo del 82 % de los votos anticipó el temido escenario de un balotaje. Se produjo entonces la polémica suspensión del escrutinio durante 24 horas. Cuando se reanudó, según ha comprobado la OEA, la tendencia del voto se revirtió a favor de Morales, quien finalmente se proclamó ganador en primera vuelta con una diferencia de 0,5 % sobre el diez requerido para evitar el balotaje. El informe posterior de la OEA señaló “manipulación informática” y fallas “extremadamente graves” en el proceso. Una verdadera vergüenza.

    El violento estallido social en las principales ciudades, donde el MAS ha perdido sistemáticamente en las elecciones de los últimos años, fue la consecuencia de esta cadena de abusos y arbitrariedades. La oposición, con grupos muy radicalizados alrededor de los comités cívicos y bajo el liderazgo de un caudillo territorial de Santa Cruz, desafió ampliamente a Morales, pidió su renuncia y exigió la convocatoria a nuevas elecciones. El informe preliminar de la OEA del sábado, con las irregularidades detalladas, sepultó éticamente a Morales, sin autoridad política en un país convulsionado. Fue entonces cuando vinieron los pedidos de la Policía y las Fuerzas Armadas para que renunciara.

    Morales torpedeó su propio proyecto y el del MAS al haber violentado una y otra vez, de modo recurrente y abusivo, las reglas más básicas del juego democrático. Hoy su discurso, sin embargo, sigue el atajo político del golpe de Estado para victimizar a la izquierda y clausurar el análisis autocrítico de su propio comportamiento antidemocrático. Con la caída de Morales se va el último gran estandarte del giro a la izquierda en América Latina. Se retira con la mancha del fraude político, el abuso y la soberbia. Penoso y vergonzoso.

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  20. Concesiones
    Benjamín Fernández Bogado
    La grave crisis política en Chile y Bolivia requiere una mirada realista, pero por sobre todo positiva y relevante para sus habitantes. Ambos países, signados por un destino histórico desde la guerra del Pacífico, y con gobiernos de diferentes signos políticos, tienen hoy a la ciudadanía levantada en las calles por razones distintas pero con necesidades iguales. Ambos gobiernos tienen que reconocer la realidad y hacer concesiones. Los chilenos han mostrado con evidencia clara que progreso no es igual a desarrollo, que no es suficiente con tener más si no se reparte correctamente la riqueza; y, en el caso boliviano, tras la renuncia de su presidente, Evo Morales, que el mandato del pueblo no puede ser sujeto de interpretaciones judiciales aviesas primero, y con sospechas de fraude después. En el primer caso, se requería una mirada y acción más sostenidas en la equidad; y en el segundo, en el mandato de una ciudadanía que ha llegado al hartazgo de un gobierno con más de trece años en el poder. Ambos, deben brindar concesiones basadas en una profunda toma de conciencia de la realidad.

    No les será fácil a ambos países. A los chilenos les puede resultar la idea de pacificar al país sobre la base de la convocatoria a una Constituyente, como lo acaba de plantear Piñera. Finalmente el recurso siempre ha dado resultado porque en esta parte del mundo creemos que el problema siempre es la Carta Magna y que si la cambiamos, por arte de magia todo se mejorará. La actual fue redactada por Pinochet, y no parece mala idea diseñar una nueva página basada en el futuro de esa nación trasandina. Ya el propio Piñera había hablado de la cantidad excesiva de parlamentarios y sugerido su reducción. Pero, reitero, las cuestiones de fondo de la economía y por sobre todo la desigualdad no se acaban con frotar la lámpara de la Constitución. Hay que ir más a fondo y tendría que verse cuánto consenso tienen los sectores que controlan la economía en brindar concesiones. El hombre más rico de ese país, Andrónico Luksic, ha prometido que desde enero ninguno de sus miles de empleados ganará menos de mil dólares mensuales. El magnate, entre otras cosas, es dueño de una de las cadenas de supermercados más populares del país.

    Para los bolivianos la cosa es más complicada. Es un país con menos institucionalidad y con el agravante que cuando el referendum popular le dijo que no lo querían a Evo Morales por otro periodo, en el 2016, este manipuló a la Corte Suprema para interpretar que impedirlo sería “afectar severamente sus derechos humanos”. Solo este antecedente podría haber sido suficiente para impedir la crisis en la que se encuentra el país. Con la profunda desconfianza hacia el tribunal electoral, que detiene el conteo rápido de los comicios cuando los números señalaban una tendencia para que Evo Morales vaya a segunda vuelta con el opositor Carlos de Mesa, y al día siguiente el resultado final se mostró favorable al mandatario en funciones con menos del 1% de diferencia, se tienen los ingredientes para invalidar unos comicios donde sobrevuelan los fantasmas del fraude. Esas condiciones de profundas sospechas hacen que la ingobernabilidad sea la conclusión natural de esta crisis. Tras la renuncia de Morales y capitulación ante la presión popular estamos lejos de visualizar una salida pacífica y ordenada a la crisis que desató la ambición desmesurada de poder del expresidente.

    En ambos casos, los gobernantes hablaron de teorías conspirativas. En Chile, de que son apoyados los manifestantes por Maduro y el grupo de Puebla; y en el caso de Bolivia, de fuerzas reaccionarias de derecha lideradas por Estados Unidos. En verdad, en ambas circunstancias ese recurso solo les impide asumir el problema de fondo y resulta en una teoría distractiva que no analiza de fondo el problema real.

    En Chile hay que concentrar los esfuerzos en trabajar desde ya en una mayor igualdad; y en Bolivia, en respetar la voluntad del pueblo y construir instituciones democráticas reales. Ambas circunstancias demandan concesiones que habría que ver si están dispuestos los gobernantes a realizar. No hacerlo, sin embargo, es profundizar la crisis.

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  21. Traicionar es caro
    El peso de robar la voluntad popular

    El ahora ex presidente Evo Morales no supo calcular el costo de su traición a la voluntad popular alterando los resultados de unas elecciones que pasarán a la historia como una de las más burdamente fraudulentas de que se tenga memoria en una América Latina con una rica tradición en esa oscura materia. Evo intenta minimizar el robo a la voluntad popular buscando re direccionar la atención pública sobre dos dirigentes políticos -uno de ellos su rival en las urnas, Carlos Mesa, ex presidente de la República- a quienes acusa de fogonear las manifestaciones, los disturbios e incluso los ataques a viviendas de dirigentes. Pero la abrumadora mayoría de los bolivianos le hizo saber que esa es pura charlatanería hueca. La verdad era otra, la que exponen las inocultables pruebas del fraude electoral.

    La auditora independiente Ethical Hac­king –contratada por el propio Tribunal Superior Electoral de Bolivia- reveló que los comicios presentaban “por lo menos siete vulnerabilidades críticas” que permitieron la manipulación de resultados. Con esta visión coincide el “Análisis de integridad electo­ral en las elecciones generales en el Estado Plurinacional de Bolivia” de la comisión de observación de la OEA. El documento habla de alteración de actas electorales, violación de la cadena de custodia de resultados, vulnera­ción y manipulación de la red de transmisión rápida de resultados y otra media docena de irregularidades que, a criterio del organis­mo, privan de legitimidad los resultados.

    ¿Cómo negar tan contundentes conclusiones sin caer en la necedad más flagrante? A partir de allí Evo Morales empezó a quedarse solo y aislado, como pasa con los enfermos contagio­sos. Un intento de calafatear el buque con un nuevo llamado a elecciones cayó en el vacío. Abandonado por la policía y los militares, Evo no tuvo otra opción. Abordó su Falcon 900 de US$ 38 millones –inicialmente fabricado para el Manchester United- con rumbo al aeropuer­to Jorge Wilstermann de Cochabamba para refugiarse en el Cachare, distrito en el que se consagrara como dirigente cocalero y desde donde anunció su renuncia a la Presidencia. Se ponía fin así a un mandato de 13 años, nueve meses y 19 días que podrían haberse extendido a 18 si su maniobra fraudulenta daba resultado.

    Evo supo, a las malas, lo caro que resul­ta traicionar la voluntad popular.

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  22. Por qué estamos como estamos

    POR EDUARDO “PIPÓ” DIOS

    Está en la naturaleza humana buscar culpables a todas nuestras desgracias y problemas.

    Siempre encontramos algo, las brujas, los judíos, los masones, los cristianos, los comunistas, los fascistas, los negros, los gitanos, los inmigrantes, suelen ser los favoritos para cargar con la responsabilidad de nuestras pobrezas, plagas, enfermedades, guerras, etcétera.

    Somos como el adicto ese que responsabiliza de su adicción a su entorno, la familia o la sociedad. Nunca él es responsable de nada, siempre es víctima.

    A nivel político es así también, acá y en todo el tercer mundo. Además tenemos esa particularidad de mirar todo con filtros ideológicos o religiosos. Así, la misma situación nos genera diferentes opiniones dependiendo de qué lado del mostrador nos toque estar.

    Si eras estronista, el Rubio era lo más mejor del mundo mundial, primer estadista, deportista, economista, ingeniero, defensor de la fe y la cultura occidental. Total, a vos no te robó la casa, la estancia, no te exilió porque le molestaba tu negocio o porque se te ocurrió quejarte de la falta de libertad, justicia o garantías. Mientras no te pasara a vos, te hacías el boludo y todos contentos.

    Y eso pasó en Chile con Pinochet, en Argentina con las decenas de juntas militares o el mismo peronismo, en Brasil y pasa hoy en Venezuela, Nicaragua y sigue pasando hace décadas en Cuba. Sí, porque la dictadura es dictadura no importa el color o la raíz ideológica que le pongas, amigo.

    El problema está en que cuando es de derecha, para los conservadores o los anticomunistas está bien, así como si es nacional, popular y con el socialismo del siglo XXI está perfecto para los socialistas y comunistas.

    Porque en el fondo ninguno es demócrata, el demócrata no acepta dictaduras ni “seudodemocracias participativas” del lado que sean. O hay libertad plena y garantías o no hay. Sencillo es.

    Entonces cuando vemos lo de Bolivia hoy, donde Evo se quiso pasar de vivo y violó la Constitución, desoyó el referéndum y se quiso robar las elecciones en primera vuelta, no importa cuán bien está la economía de Bolivia o si fueron los militares los que le dijeron que no apoyarían su bravuconada. Además, nadie hace un golpe con una conferencia de prensa. Hacia estos lados del planeta sabemos cómo son los golpes, con soldados, tanques, jeeps y compañía. Evo renunció porque se le fue de las manos. Y por estos momentos sigue boicoteando el Estado de derecho dejando sin cabeza al gobierno.

    Si Evo era taaaan demócrata y bueno no se hubiera presentado o, al menos, hubiera aceptado la segunda vuelta. Evo no es demócrata, señores, es un oportunista más al que cuando las urnas le favorecen son la voz de Dios y cuando no se las quema.

    Claro ejemplo es el de Argentina. Pese a todo el riesgo que implica la vuelta del kirchnerismo furioso, se han aceptado los resultados y se sigue el proceso democrático, con todo lo que se odian ambas partes. ¿Por qué la izquierda boliviana o la venezolana no aceptan los veredictos de las urnas? ¿Por qué cuando gana Lugo en el 2008 la Justicia Electoral es lo mejor del mundo y cuando pierde Efraín siempre hay fraude?

    En Chile y Ecuador hay democracias plenas, probablemente haya desigualdades económicas como las hay en el 90% del mundo. Y entonces ¿qué? ¿Quemamos todo y decretamos la anarquía? No… Definitivamente no. Sea del lado que sea, del color o la religión que sea, no.

    Aprendan a competir todos, sean demócratas en serio. No se elimina a los rivales persiguiéndolos, exiliándolos, matándolos o encarcelándolos. Se acepta el disenso en democracia, el comunista tiene tanto derecho a expresarse como el fascista, no todos los de izquierda son comunistas ni los de derecha son nazi-fascistas. Basta de circo porque al final nadie les cree nada.

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  23. Crisis en Bolivia revive temido fantasma de intervención militar

    La renuncia del presidente boliviano Evo Morales ante las masivas protestas ciudadanas tras una grave crisis provocada por las irregularidades señaladas en las últimas elecciones, en las que pretendía ser reelecto por cuarta vez, deja otro episodio traumático para los procesos democráticos de América Latina. Más allá de los cuestionamientos al líder cocalero, lo preocupante es la reaparición del intervencionismo de las Fuerzas Armadas en la vida política, una práctica que permitió la consolidación de funestas dictaduras durante el siglo pasado. Los gobiernos y las sociedades democráticas deben repudiar cualquier atisbo del resurgimiento de pronunciamientos castrenses que afrentan los principios constitucionales.
    Luego de los impactantes sucesos de protestas sociales ocurridos en Ecuador y Chile, la vecina nación de Bolivia también se convirtió en escenario de una grave crisis política, tras las denuncias de fraude en las elecciones del 20 de octubre, en las que el presidente Evo Morales pretendía ser reelecto por cuarta vez consecutiva, a pesar de que un referéndum había desautorizado su reelección.
    Las circunstancias en que el conteo de los votos fue interrumpido y luego reanudado con evidentes cambios técnicos en el control informático de los resultados, generaron las protestas y movilizaciones ciudadanas. El hecho de que Morales se haya declarado vencedor, cuando los indicios mostraban que se llegaría a una segunda vuelta electoral, elevaron aún más los ánimos. En el proceso hubo lamentables episodios de violencia y de vejaciones de uno y otro sector ante el avasallamiento institucional.

    Tras varias semanas de protestas y enfrentamientos entre opositores y partidarios del Gobierno, el informe parcial de los observadores internacionales de la Organización de Estados Americanos (OEA), dado a conocer el domingo último, en el que se asegura que hubo “contundentes” irregularidades en el proceso electoral resultó determinante. Aunque luego el presidente Morales convocó a nuevas elecciones y a un cambio total del órgano electoral, la acción ya no resultó suficiente para calmar los ánimos de los líderes opositores y de la población indignada.

    Una de las aristas más preocupantes de la crisis boliviana es que el jefe del Ejército, Williams Kaliman, haya “sugerido” públicamente que el presidente debía renunciar. Morales, quien permanece al frente del Gobierno desde 2006 y tenía un mandato constitucional hasta enero de 2020, anunció que se veía obligado a abandonar la jefatura del Estado, denunciando que era víctima de un “golpe cívico, político y policial”. Este proceder marca la reaparición del intervencionismo de las Fuerzas Armadas en la vida política, una práctica que permitió la consolidación de funestas dictaduras durante el siglo pasado.

    Tras la renuncia, se evidencia una grave situación institucional, con un peligroso vacío de poder, ya que también han renunciado el vicepresidente Álvaro García Linera, además de la presidenta y los dos primeros vicepresidentes del Senado, todos quienes estaban en la línea de sucesión constitucional. Solo se mantiene la tercera vicepresidenta del Senado, la opositora Jeanine Áñez. Uno de los líderes opositores, Luis Fernando Camacho, ha propuesto la formación de una junta de gobierno con el alto mando militar y policial, una salida que no está contemplada en la Constitución.

    Ayer, la OEA rechazó cualquier salida inconstitucional y pidió que, en forma urgente, se reúna la Asamblea Legislativa Plurinacional de Bolivia para asegurar el funcionamiento institucional y apurar la salida electoral a este conflicto.

    El desarrollo de los hechos en Bolivia pone una vez más en el tapete el asedio que sufre la débil institucionalidad en la región y el hartazgo ciudadano ante los abusos de los políticos. Los gobernantes, independientemente de la tendencia ideológica, deben leer con claridad estos detalles.

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