Celebramos el tercer domingo de Adviento, llamado “Gaudete”, que nos invita a la alegría, uno de los sentimientos que más hace bien a nuestra alma y renueva a nuestro estómago.
En la vida somos tentados a disfrutar de una alegría “de la pavada” relacionada con vanidades, consumismo, excesos de comida y bebida y otras actitudes que, finalmente, terminan en desolación.
El mensaje del Evangelio estimula a no dejarse aplastar por las tantas preocupaciones del fin del año, sino animarse, considerando las obras del Mesías hacia nuestra liberación.
Cuando preguntaron a Cristo si él era el Liberador prometido, contestó: “Vayan a contar lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los muertos resucitan y la Buena Nueva es anunciada a los pobres”.
Y es por eso que hablamos de gaudio-alegría: porque Dios no nos abandona y porque actúa eficazmente hacia nuestra sanación y prosperidad.
Notemos que la respuesta del Señor no es solamente religiosa, pues no se limita a cuestiones de la ley mosaica, cosas del templo de Jerusalén, sobre ayunos, abluciones y reverencia del día sábado, sino va más allá: presenta signos de emancipación de las cadenas que nos torturan, que nos hacen esclavos y esclavizadores.
Cuando afirma que los ciegos ven, son los ciegos físicamente hablando, pero también los ciegos de espíritu, que ven todo, pero no se dan cuenta de lo que pasa y no consiguen tomar actitudes adecuadas.
También hay paralíticos en sillas de ruedas; pero hay otros que sufren parálisis en su trabajo, que no estudian de modo responsable, paralíticos en cuanto a la sana diversión, que lo único que entienden es que hay que emborracharse.
Una enseñanza preciosa del texto es la íntima unidad entre evangelización y liberación, pues el anuncio de la Buena Noticia no ha de quedarse restricta a los templos, sino ha de cobrar vida en las empresas, ministerios, hospitales, colegios y todas las otras actividades humanas.
Anunciar a Jesucristo y conocer los valores del Reino de Dios es la verdadera razón de nuestro regocijo, ya que está fundado en su Palabra que no pasa, y en su Amor que a todo vence.
La misión de todo bautizado es cuidar bien de sus tareas temporales, usando criterios honestos en la política, economía, cultura y otros.
Hay que querer ser evangelizado y también querer ser un evangelizador, de tal modo que las provechosas obras de Cristo Jesús sigan vigentes y alcancen al mayor número posible de personas, que se empeñan por unir la fe con la vida.
Paz y bien.
Por Hno. Joemar Hohmann Franciscano Capuchino
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