Las denuncias de Donald Trump sobre fraude electoral en EE.UU.

Por primera vez, la Organización de Estados Americanos (OEA) observará las elecciones presidenciales de Estados Unidos, lo cual pone a este país en la misma liga que Haití y otros países políticamente volátiles que solicitan monitoreos externos para crear condiciones de confianza en sus procesos electorales.
Eso se debe en gran medida al candidato republicano Donald Trump, quien –tras su reciente desplome en las encuestas– está alegando que las elecciones del 8 de noviembre serán fraudulentas, poniendo en tela de juicio la legitimidad misma de la democracia de Estados Unidos.

“Por supuesto que hay fraude electoral a gran escala, antes y durante el día de elecciones”, escribió Trump en Twitter el 17 de octubre.

Trump dice, sin mostrar evidencias, que hay grandes cantidades de muertos e indocumentados que votarán en estas elecciones. Un estudio del Pew Center dice que habría hasta 1,8 millones de muertos en los registros electorales, pero eso no es constancia de que voten. Un estudio de la Universidad de Loyola encontró apenas 31 casos de fraude por sustitución de identidad entre mil millones de votos entre el 2000 y el 2004.

La jefa de la misión de observación de la OEA a las elecciones de EE.UU., la expresidenta de Costa Rica Laura Chinchilla, me dijo en una entrevista que su misión de observación fue solicitada por Estados Unidos a través de su embajador, el 30 de junio.

La OEA ha supervisado elecciones en América Latina y el Caribe en los últimos 50 años, más recientemente en Haití, Guatemala, Colombia y Perú. Por lo general, los gobiernos solicitan estas misiones para generar confianza y prevenir la violencia poselectoral.

Chinchilla me dijo que la OEA ve muy positivamente la misión de observación en Estados Unidos, entre otras cosas porque les quitará a los regímenes autoritarios latinoamericanos su pretexto más común para no aceptar misiones de observación electoral externas. “Muchos de ellos dicen: ‘Si Estados Unidos no permite observadores, ¿por qué los vamos a aceptar nosotros?”, explicó.

Chinchilla señaló que hasta ahora “no podemos decir que haya ningún indicio que haga presumir de un fraude a escala nacional”.

Añadió que, como en cualquier proceso electoral, hay objeciones individuales sobre los registros electorales, pero estas surgen tanto de demócratas como de republicanos, y “forman parte de lo que ha sido el patrón en otras elecciones”.

Chinchilla agregó que sería muy difícil amañar una elección en Estados Unidos, “porque el país tiene un sistema electoral hiperdiversificado, en el que cada estado cuenta sus votos, y no hay bases de datos unificadas que puedan facilitar un complot a nivel nacional”.

Lo que es más, la denuncia de Trump de que el Partido Demócrata amañará las elecciones sería difícil de cumplir, porque la mayoría de los estados indecisos, incluidos la Florida y Ohio, tienen gobernadores republicanos o funcionarios republicanos encargados del conteo de votos, dijo Chinchilla.

Mi opinión: Trump está diciendo que las elecciones de EE.UU. serán fraudulentas para justificar una probable derrota electoral, y para desviar la atención pública del video en que se ufana de manosear a las mujeres, y de los testimonios de las mujeres que la semana pasada han salido a denunciarlo por abuso sexual.

Y su estrategia de desviar la atención de los medios está funcionando: ahora todos estamos hablando sobre sus denuncias de fraude electoral, en lugar de sobre su historial de denigrar a las mujeres.

Pero la misión de observación de la OEA a las elecciones de EE.UU. debería ser bienvenida, porque –como en los casos de otros países en que la OEA ha supervisado elecciones– hay un verdadero peligro de que se desate un conflicto poselectoral.

Las disparatadas denuncias de Trump de que existe una conspiración en su contra tienen muchos seguidores. Una nueva encuesta de Politico.com/MorningConsult muestra que el 41 por ciento de los probables votantes afirman que las elecciones de noviembre podrían serle “robadas” a Trump.

Con su amenaza de violar el principio básico de la democracia de respetar los resultados electorales, Trump está violando la democracia misma. La misión de la OEA para observar las elecciones de Estados Unidos, y el hecho de que muchos de nosotros la estemos aplaudiendo, es apenas el recordatorio más reciente de lo bajo que este demagogo populista está haciendo caer a este país.

Por Andrés Oppenheimer

13 comentarios en “Las denuncias de Donald Trump sobre fraude electoral en EE.UU.”

  1. Trump, China y la trampa de Tucídides

    Por Carlos Alberto Montaner (*)

    Me parece bien que el presidente electo Donald Trump le respondiera la llamada a Tsai Ing-wen, presidenta de Taiwán. Lo cortés no quita lo prudente. Se trata de una mujer educada e inteligente. Taiwán, pese a todo, es una isla aliada de Washington con la que existen vínculos históricos muy fuertes en el orden económico y militar.

    En realidad, ese gesto de cortesía no pone en peligro la política de “Una China” proclamada desde tiempos de Jimmy Carter. El presidente de Estados Unidos tiene derecho a hablar con quien desee y la diplomacia china no debiera ser tan quisquillosa y sensible por asuntos simbólicos.

    No obstante, resulta mucho más peligroso amenazar a ese país con sanciones económicas y tarifas arancelarias debido a la balanza comercial favorable que China posee con relación a Estados Unidos, como si las transacciones comerciales arrojaran una suma-cero en las que uno gana todo lo que el otro pierde. Francamente, yo pensaba que Donald Trump tenía una mejor comprensión de los fenómenos económicos.

    A Estados Unidos, en números grandes, no le perjudica contar con una enorme fábrica en el Pacífico que les suministra bienes a los consumidores norteamericanos, entre un 30 y un 40% más baratos que si fueran productos equivalentes fabricados en Estados Unidos, a cambio de un papel moneda totalmente hegemónico que no tiene otro respaldo que el inmenso prestigio del país emisor.

    Es verdad que algunos trabajadores norteamericanos pierden sus empleos debido a la competencia china, pero el ahorro por los bienes adquiridos en ese país se transforma en otros empleos creados en Estados Unidos. No en balde el nivel de desocupación de la fuerza laboral norteamericana es de apenas un 4,6%. La globalización de la economía es una bendición general, aunque pueda ser una maldición particular. Si hay un país que no debe quejarse de ella es Estados Unidos.

    La preocupación por la balanza comercial es una manía mercantilista que fue descartada desde fines del siglo XVIII por pensadores como Adam Smith. Una parte sustancial de los beneficios que obtienen los chinos (o las compañías norteamericanas que allí fabrican) los emplean en la adquisición de bienes norteamericanos, en la compra de bonos del tesoro de Estados Unidos y en sostener a decenas de miles de estudiantes asiáticos en el sistema universitario norteamericano.

    China es el mayor tenedor extranjero de deuda norteamericana: cerca de un billón y un tercio de dólares (trillón y un tercio si lo decimos en inglés), seguido de cerca por Japón. Si comenzara una guerra comercial entre Washington y Pekín y los chinos pusieran a la venta sus bonos o una parte de ellos, Estados Unidos deberá hacer más atractiva su deuda aumentando los intereses, lo que repercutiría terriblemente en el pago total y obligaría al país a aumentar los impuestos para hacerles frente a las obligaciones, dado que la deuda norteamericana ya sobrepasa el 106% del PIB.

    Existe, además, la soberanía del consumidor que el señor Trump, el señor Sanders y todos los proteccionistas deberían aprender a respetar. Si a un consumidor le da la gana de adquirir una camisa o una computadora china, alemana o canadiense, es totalmente injusto y arbitrario obligarlo a desistir de su elección mediante la aplicación de aranceles que encarezcan el bien en cuestión.

    Como también es una perversión de la economía de mercado que Trump llame al CEO de Carrier y le ofrezca ventajas económicas para permanecer en Estados Unidos. Esos subsidios, que salen del bolsillo de todos los contribuyentes, son contrarios a la esencia de un sistema basado en la competencia en precio y calidad.

    El presidente de Estados Unidos no es un monarca absolutista que elige a los súbditos y cortesanos que desea premiar en detrimento del resto de los productores. Esa nefasta práctica es contraria a las reglas de la Organización Mundial del Comercio que Estados Unidos contribuyó a crear.

    Es absurdo y peligrosísimo que Donald Trump vea a China como un enemigo y que en el pasado le haya parecido razonable que países como Japón y Corea del Sur fabriquen armas atómicas para defenderse de un hipotético ataque nuclear. La proliferación aumenta exponencialmente el riesgo de guerra.

    Graham Allison, profesor de Harvard, le ha llamado La trampa de Tucídides al riesgo de que una gran potencia pretenda aniquilar por temores infundados a una potencia emergente. Fue así, según el general e historiador Tucídides, como Esparta desató contra Atenas la Guerra del Peloponeso hace 2.400 años. Ojalá Trump no caiga en esa trampa contra China. Sería devastador para todos.

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  2. Trump y la diplomacia petrolera

    La decisión del presidente electo Donald Trump de nombrar a Rex Tillerson, el CEO de Exxon, como secretario de Estado ha causado alarma entre los grupos de derechos humanos. Y hay buenas razones para ello.
    Tillerson, de 64 años, quien –como Trump– no tiene experiencia alguna en el gobierno, es conocido sobre todo por sus estrechos vínculos con el presidente autoritario de Rusia, Vladimir Putin, quien le otorgó el premio “Orden de la Amistad” del Gobierno ruso en el 2013.

    Como funcionario de Exxon desde hace cuatro décadas, Tillerson ha cultivado amistad con algunos de los peores violadores de derechos humanos del mundo, incluyendo –además de Putin– a los regímenes totalitarios de Arabia Saudita, Qatar y Guinea Ecuatorial.

    Según un viejo dicho, los ejecutivos de las compañías petroleras no se guían por la ideología, sino por la geología, y Tillerson podría ser el mejor ejemplo de ello.

    Amnistía Internacional, el grupo de defensa de los derechos humanos, dijo que la nominación de Tillerson es “profundamente preocupante”. Human Rights Watch, otro grupo de defensa de los derechos humanos, dice que –bajo Tillerson– Exxon trató de esquivar leyes estadounidenses que exigen a las compañías que sean transparente y respeten normas de derechos humanos.

    Gran parte del ascenso de Tillerson al estrellato corporativo se debió a sus estrechos vínculos con el Gobierno ruso. En el 2011 firmó un gigantesco contrato con la petrolera rusa semiestatal Rosneft, y Putin asistió a la ceremonia de la firma.

    Trump ha dicho que “para mí, una gran ventaja –de Tillerson– es que conoce a muchos de los jugadores. Y los conoce bien. Ha hecho acuerdos enormes con Rusia”.

    Pero ¿las habilidades que ayudaron a Tillerson a ascender en Exxon, cultivando la amistad de Putin, servirán al Departamento de Estado a la hora de implementar las sanciones contra Rusia por la invasión de Crimea de 2014? ¿Y sus lazos con las familias reales de Arabia Saudita y Qatar serán una ayuda o algo contraproducente en el Medio Oriente?

    Incluso, algunos legisladores republicanos clave están preocupados por la nominacion de Tillerson. “Ser un amigo de Vladimir no es un atributo que espero de un secretario de Estado”, tuiteó el senador Marco Rubio, el 11 de diciembre.

    El hombre fuerte ruso no solo es objeto de sanciones internacionales por invadir Crimea, sino que está siendo acusado por las agencias de inteligencia estadounidenses de hackear las recientes elecciones estadounidenses, plantando noticias falsas y robando mensajes de la campaña de Hillary Clinton para filtrarlos a Wikileaks.

    El congresista demócrata Eliot Engel, el segundo a cargo de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, me dijo que la conexión de Tillerson con Rusia también plantea serias dudas sobre cómo este manejaría la creciente influencia de Rusia en América Latina. “Me temo que el secretario Tillerson podría reducir nuestra visión de la región diversa a un enfoque limitado a la producción de petróleo. Esto nos haría retroceder muchos años”, me dijo Engel.

    Mi opinión: Lo que más me preocupa es que Tillerson no ayudaría a contrarrestar el desprecio de Trump por los derechos humanos como un principio de la política de los Estados Unidos, que ha sido mantenido por las administraciones demócratas y republicanas durante las últimas cuatro décadas.

    Trump manifestó el 20 de junio en una entrevista con The New York Times que “no creo que tengamos el derecho de dar lecciones” a otros países sobre derechos humanos. Al preguntarle específicamente si eso significaba que no haría de la democracia y la libertad una piedra angular de su política exterior, Trump respondió: “Necesitamos aliados”.

    La idea de una política exterior norteamericana impulsada por intereses corporativos, cuyo único objetivo sea maximizar las ganancias de las empresas no importa a qué costo, ha sido intentada antes.

    En el siglo XIX y a comienzos del siglo XX, condujo a cuestionables intervenciones de los Estados Unidos en América Central para defender los intereses de compañías estadounidenses. Pero eso creó una reacción que provocó la Revolución cubana de 1959 y una ola de gobiernos antiamericanos en la región. Sin un secretario de Estado consciente de la importancia de los derechos humanos, Trump podría repetir los errores del pasado.

    Por Andrés Oppenheimer

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  3. Las creencias religiosas deben cambiar

    La revelación de Dios, creas o no creas, debe adaptarse al poder. Punto. Ese parece ser el nuevo “dogma” como fin del camino para la democracia liberal, en donde el significado de la libertad es lo que la coactividad del poder decide. Y los que tienen mayoría apoyan sin importar si existen frenos, contrapesos u objeciones de conciencia.

    Precisamente esto último. Si la objeción significa que alguien, un ciudadano creyente replica a una imposición fundado en una creencia religiosa o blandiendo su libertad religiosa conforme a su propia experiencia, esa actitud será dejada de lado. Es lo que se infiere de informes de la administración Obama sobre libertades civiles y principios de no discriminación.

    La libertad religiosa sería una suerte de “arma” que socava los derechos de las minorías. Es así como frases como libertad religiosa no serían sino formas ocultas de expresar sexismo, homofobia, intolerancia, racismo e islamofobia, algo similar a lo que anteriormente se utilizaba para justificar la esclavitud.

    Todo esto no sería sino una cuestión de mera “política pública” si no tuviera como meta reinterpretar uno de los valores fundamentales, el fundamento de la república de los Estados Unidos.

    Fundamento que ha garantizado el ejercicio de la libertad religiosa de aquellos que escapaban de la Europa moderna destruida por guerras de persecución religiosa. Libertad de ejercicio que se ha entendido, conforme a la vida de los creyentes, conforme les ha sido dado en sus propios credos. Y no sería incluso preocupante sino no fuera que la próxima presidenta del país sería la senadora Hillary Clinton –las encuestas ya la dan como ganadora–, quien ha declarado que las “creencias religiosas” de las comunidades deben cambiar.

    ¿Para qué? Para adaptarse a la nueva ortodoxia de la democracia liberal de puro procedimiento y nada de contenido (a menos que sea el de su propia ideología laicista), pues la religión, cualquiera que no se adapte, socavaría los “nuevos derechos” (aborto, eutanasia, manipulación embrionaria, matrimonio homosexual); y eso es intolerante. A menos, por supuesto, que se trate del islam.

    Y esto es más de lo mismo. Es la falsa noción de que la fe religiosa es pura adoración o rito y no debe inmiscuirse en la realidad pública del creyente. Es la esquizofrenia de la fe. Reducción de la fe como cuestión privada. Eso sí, pues ahí el creyente no molesta a la ideología oficial. Así, solo las ideologías del mundo secularista que, en mayoría abrumadora, deslegitiman la humanidad como persona del ser vivo por nacer, serán las reinantes.

    Dentro de este contexto, no es extraño el haber leído las afirmaciones filtradas por Wikileaks, desde la campaña de la senadora Clinton y encabezados por el actual jefe de campaña de la candidata presidencial del Partido Demócrata contra los católicos, caricaturizándolos como atrasados, intolerantes, creyentes de una religión medieval y llamando a infiltrar la Iglesia, creando una “Primavera Católica” para cambiar sus creencias.

    La nueva ortodoxia de la democracia liberal, rígida e implacable, parece no detenerse. El problema son las creencias que chocan con los nuevos derechos. Se debe limitar la libertad religiosa a, tal vez, libertad de culto y nada más. ¿Será esa la última meta? Yo lo dudo, pues la lógica interna de este liberalismo es que todos se adecuen a sus pretensiones.

    Es el paraíso de la democracia “blanda”. Blanda por suave, invocando “tolerancia”, hablando de “derechos”. Y también blanda, pues, en un mundo en donde la mayor parte de los ciudadanos ya no vive una experiencia religiosa o la vive de manera superficial, la victoria, parecería, fácilmente asegurada. Todo sería cuestión de tiempo.

    ¿Fin de la democracia? Ciertamente no de la democracia de mayorías, secularizada y hostil al hecho religioso, respaldada por el apoyo y el dinero de organismos internacionales.

    ¿Muerte de la república? Ciertamente, pues las minorías serán obligadas a negar sus convicciones religiosas, a menos que las “guarden” en su conciencia y permanezcan callados. Hoy, lastimosamente, el temor y la ignorancia juegan un papel fundamental.

    Y la supuesta defensa de Trump de ciertos valores ha sido lamentable. Al final, todo se reducirá al poder. Es que seamos honestos: cuando unas democracias que se llaman liberales se entretienen en hacer que el aborto sea un derecho humano, algo huele mal en Dinamarca, como diría Hamlet.

    Es el preanuncio de la muerte lenta de la república, como expresión auténtica de la democracia liberal, que, sin valor sustantivo y solo de puro procedimiento, deviene en un totalitarismo encubierto. Solo espero que la historia me desmienta.

    Por Mario Ramos-Reyes

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  4. ¿Trampas en USA?

    24 OCT 2016

    El último debate rumbo a las presidenciales de noviembre en EEUU estuvo salpicado por expresiones altisonantes por parte del candidato republicano que obligaron a Hillary Clinton, su adversaria demócrata, a extremar recursos para no quedar a la zaga y, eventualmente, perder puntos tres semanas antes de los comicios.
    Donald Trump descargó su munición más gruesa al decir que el sistema electoral norteamericano está preparando un fraude monumental para cerrarle el camino. Luego, a lo largo de la semana siguiente, profundizó su acusación anunciando su propósito de desconocer los resultados de los comicios. ‘‘Aceptaré totalmente los resultados de estas grandes e históricas elecciones, si gano’’ dijo con su estilo desafiante, aunque luego intentó dulcificar una expresión tan políticamente incorrecta agregando que sólo reconocería el triunfo de Hillary si se da por un margen claramente amplio.

    Esta última expresión no parece haber sido hecha al azar o por mero capricho. En la historia de las elecciones presidenciales norteamericanas hay precedentes de resultados tan apretados que tuvieron al país en vilo por horas, y hasta semanas, echando además sombras de duda sobre la limpieza del acto electoral.

    En 1960 John Fitzgerald Kennedy, enarbolando el emblema demócrata, enfrentó en las urnas al candidato republicano Richard Nixon, quien venía de ser vicepresidente del máximo héroe de la Segunda Guerra Mundial, Dwight Eisenhower. Los resultados hicieron que 200 millones de norteamericanos retuvieran la respiración hasta conocerse las cifras definitivas. En una jornada en la que votaron más de 68 millones de ciudadanos, Kennedy se quedó con la Casa Blanca por una diferencia de apenas 112.000. Se habló de fraude, sobre todo en los estados de Texas e Illinois, este último, sede de una de las redes mafiosas más poderosas de EEUU regenteada por el “don” Sam Giancana. En el 2000 el demócrata Al Gore disputó la presidencia al republicano George W. Bush. Los resultados finales le daban el triunfo a Gore con el 48,38% de los votos quedándose Bush con el 47,87%. Pero un recuento de votos ordenado en Florida por la Corte Suprema corrigió ese resultado otorgando a Bush una ventaja de 537 sufragios sobre los seis millones emitidos. Así, los votos electorales de Florida fueron todos a Bush que pudo revertir su derrota inicial. También en este caso se denunció fraude pero ante la inapelable intervención de la Corte Suprema no se volvió a hablar del asunto.

    Trump está usando recursos extremos ante lo que la mayoría de los norteamericanos vislumbra como un triunfo de la candidata demócrata. En las controversiales elecciones que consagraron a Kennedy y Bush, las cúpulas políticas de entonces acordaron no judicializar los reclamos.

    “El sistema constitucional no lo resistiría” fue el consenso. Si la experiencia se repite el 8 de noviembre, habrá que ver si los protagonistas de hoy adoptan el mismo criterio. Trump ya anunció que no.

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  5. Hillary no ganará la elección: la perderá Trump
    24 Oct 2016

    Por Roberto Izurieta

    Luego de ver el tercer debate confirmo algo que he experimentado siendo consultor político más de 30 años: la estrategia que usa un candidato está más en relación a su carácter y temperamento que a la recomendada por sus consultores luego de un exhaustivo análisis de información confiable como son las encuestas o los estudios de enfoque.

    En este último debate Donald Trump afirmó que con sus nominaciones para la Corte Suprema piensa cambiar el existente derecho de las mujeres a decidir qué hacer con su cuerpo; que está en contra de una reforma migratoria integral; que no acepta un básico control para la posesión de armas; y que no podría garantizar no disputar el resultado de la elección de noviembre.

    Todas y cada una de estas posiciones son contrarias a lo que piensa la mayoría de los votantes en los EUA.

    Entonces, por qué toma esas posiciones? Porque su instinto es para pelear, porque no tiene paciencia o tolerancia para escuchar críticas, porque reacciona más rápido de lo que piensa y porque es narcisista y no tolera que su supuesta autoridad pueda ser cuestionada (sobre todo por una mujer). Todas estas son características clásicas de líderes populistas.

    Aunque debemos reconocer que si bien Manuel López Obrador nunca aceptó ninguna de sus derrotas, pero solo luego del resultado electoral y no antes como lo hace Donald Trump.

    Donald Trump tuvo una enorme posibilidad de ganar esta elección. Hillary Clinton tenía negativos tan altos que en algunos momentos de la campaña eran del mismo nivel que los de Donald Trump (ahora y en general, Donald Trump tiene más). Pero más importante Hillary Clinton personifica la vieja política y la política en sí misma.

    Desarrollar una estrategia donde el centro del mensaje sea el claro contraste entre la política y el antipolítico habría sido muy fácil y efectivo para Donald Trump, pues hay muchos más votantes que quisieran votar por un candidato que represente la antipolítica y por lo tanto el cambio político en Washington.

    A estos votantes Donald Trump sumaría los que consolidó tan bien durante su elección interna del Partido: aquellos que creen en las teorías de la conspiración; aquellos que todavía les incomoda (por usar una palabra suave) que haya un presidente negro en EUA; aquellos que sienten que el país que existía y del cual era la fuerza dominante (ciudadanos blancos del interior) se le fue de las manos con el surgimiento de inmigrantes prósperos, los derechos de las personas del mismo sexo a casarse y los derechos de la mujeres. “Bring my country back”, “yo les haré recuperar su país” era un mensaje muy poderoso para esas bases.

    Y si a eso les sumamos que muchos de esos ciudadanos blancos del interior (los mismos que le dieron el triunfo al Brexit) perdieron sus empleos (por el cierre de manufacturas o mineras de cobre) y que se sienten frustrados con su situación y molestos porque sienten que nadie los defiende o representa.

    En definitiva si Donald Trump desarrollaba una estrategia que motivaba a esa base electoral e iba por más, al conquistar a los ciudadanos que han sido “dejados atrás” estos últimos años por la crisis económica o acuerdos de comercio, y si además, sumaba a todos aquellos que cansados de todo esto, buscaban a un antipolítico, podría haber ganado esta elección con un muy buen margen. Pero no.

    Donald Trump pierde esta elección por su mal temperamento, porque no se puede controlar, porque no es disciplinado, porque su ego nubla su razón, porque actúa antes de pensar y por una historia empresarial y personal llena de cuestionamientos que el mismo no ha querido aclarar. En esta elección se confirma una gran regla electoral (y de las matemáticas): más campañas se pierden de las que se ganan. Esta, la pierde Donald Trump.

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  6. Trump divide al mundo

    El próximo 8 de noviembre se realizarán las elecciones norteamericanas entre dos candidatos impopulares que promete la polarización de una gran minoría que será la gran electora.

    Hablar de Hillary Clinton es más de lo mismo, un voto a su favor será un voto gatopardista o el cambio para no cambiar nada. Por lo tanto, hacerlo es perder el tiempo.

    En tanto, su oponente, Donald Trump, a pesar de ser una especie de anticristo con todos los defectos expuestos, y sin embargo ese bagaje de defectos es un condimento para ganar las elecciones del país más poderoso del mundo.

    Trump es un demagogo racista, bravucón, machista y hasta le podrían agregar los 7 pecados capitales, pero todos estos defectos lo convierten en un profeta para millones de personas. Ese grupo humano descontento y frustrado ve en Trump a un mesías salvador y ese grupo es un votante seguro.

    Mientras los demócratas tratan de remover el avispero latino, la prensa habla pestes de Trump, sin embargo, él insiste en una frase nacionalista que cautiva a una buena parte de fanáticos norteamericanos: “América es un gran país, con grandes posibilidades, y vamos a volver a ser el país que queremos, con empleo para nuestra gente y un futuro mejor, reemplazando en el gobierno a esa clase dirigente que se ha olvidado de los norteamericanos”.

    Su discurso racista entusiasma a sus fanáticos seguidores que irán, sin duda, a las elecciones decididos a votarlo, en tanto que el resto de los electores estará marcado por la desidia y el desgano y, por lo tanto, buena parte de ellos no votará.

    Por eso Trump podrá ganar, a pesar de todas las encuestas, a pesar de la publicidad en su contra de la mayoría de los medios y a pesar de haber perdido en dos de los tres debates presidenciales.

    Juan José Migliori

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  7. A Trump lo derrota su propio carácter

    Por Carlos Alberto Montaner (*)

    La noche posterior al tercer debate presidencial, Hillary Clinton y Donald Trump participaron en una cena de gala dedicada a recoger fondos para fines caritativos organizados por la Iglesia Católica. Se sentaron muy próximos, solo separados por el arzobispo de New York.

    Trump aprovechó la oportunidad para continuar atacando a Clinton. La audiencia lo abucheaó. Eso no se hace. Nunca había ocurrido nada semejante. La tradición era que los candidatos utilizaran el humor, se rieran de ellos mismos y mostraran un rostro humano, es decir, frágil, contradictorio. Hay que cuidarse de las personas que no saben burlarse de sí mismas. Como Stalin, como Fidel Castro, como Mao.

    Eso hubiera estado muy bien. Riendo se entiende la gente. Aunque en la historia política norteamericana no han faltado riñas, y hasta duelos a muerte (cuando tal cosa era lícita), la tónica general ha sido el trato respetuoso. Uno no tiene que amar a su adversario, pero sí debe tratarlo con cortesía. Es posible que algunos califiquen esa actitud de hipocresía, pero se equivocan.

    Dos de los grandes presidentes republicanos, Abraham Lincoln y Ronald Reagan fueron famosos por su sentido del humor. Reagan no lo perdió ni cuando supo que padecía Alzheimer. Cuentan que se quedó callado, como asimilando el diagnóstico, sonrió y dijo: “bueno, no es tan mala la noticia. Conoces gente nueva todos los días”.

    Hace muchos años me lo explicó Adolfo Suárez, primer presidente de gobierno durante la transición española: uno de los secretos de su éxito era la “cordialidad cívica”. Fue así como logró sentar en la mesa a los comunistas y a los franquistas, a los republicanos y a los monárquicos, a los socialistas y a los liberales. “Los ataques personales les cierran la puerta a los compromisos y una buena parte de la política es hacer o solicitar concesiones”.

    En política las formas son tan importantes como el fondo. Acaso eso explica el creciente rechazo al candidato republicano. Tras afirmar en ese tercer debate que no había nadie más respetuoso con las mujeres que él mismo, le llamó a Hillary Clinton “nasty lady”, algo así como “señora asquerosa” en español. Volvió a repetir la expresión en la cena de marras. Previamente la había amenazado con encarcelarla si llegaba a la presidencia.

    Lo que ha descarrilado la candidatura de Trump son las formas: sus insultos, sus exabruptos, su gesticulación intimidatoria, siempre a punto de propinarte una bofetada. Tras el tercer debate, CNN hizo la clásica encuesta sobre ganador o perdedor y el 52% le otorgó el triunfo a Hillary, mientras solo el 39 opinó que Trump había sido el mejor. Trece puntos de diferencia.

    Sin embargo, cuando se contrastaban las opiniones de ambos en la mayor parte de los temas (“quién ha estado mejor en economía, inmigración, salud, etc.”) los dos contendientes estaban muy próximos. A veces ganaba Hillary y otras Trump. Incluso, él obtuvo un punto más en materia de sinceridad.

    ¿Por qué, no obstante, la visión general resultaba más favorable a Hillary? Evidentemente, por las formas. Ella parecía más presidenciable, más fiable, más educada. Mucho más prudente, que es una de las mayores virtudes que puede tener una persona con mando, especialmente si está a su alcance la destrucción del planeta.

    Casi nadie ponía en duda que había mentido innumerables veces, o que hubiera borrado miles de emails, pero sus formas eran correctas, y consiguió convencer a los espectadores de que era un peligro depositar en manos tan irascibles como las de Trump la posibilidad de desatar una guerra nuclear. No en balde 50 estrategas republicanos y otros tantos excongresistas habían declarado que Trump no era apto para ejercer la presidencia de Estados Unidos.

    Tras estas elecciones, que está a punto de perder, aunque las hubiera ganado con casi cualquier otro candidato, el Partido Republicano tiene una tarea muy urgente que realizar. Antes que buscar a un nuevo líder tiene que recuperar el sentido del humor. Sin cordialidad cívica es muy difícil vivir en democracia. [©FIRMAS PRESS]

    *Periodista y escritor. Su último libro es la novela Tiempo de Canallas.

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  8. Hillary no puede confiarse en las encuestas

    Tras los sorpresivos resultados del plebiscito de paz en Colombia y el voto del “Brexit” en Gran Bretaña –en que casi todas las encuestas se equivocaron–, hay que preguntarse si algo similar podría ocurrir en las elecciones de Estados Unidos. Y la respuesta es sí.

    La razón por la que sigo nervioso ante la posibilidad de que Donald Trump gane a pesar de la actual ventaja de cuatro puntos de Hillary Clinton en las encuestas –sí, adivinaron bien, creo que Trump sería un presidente mentalmente inestable, errático y peligroso– es simple: las encuestas no son lo que solían ser.

    “Cada día es más difícil encuestar científicamente y conseguir resultados que sean confiables, sobre todo cuando hablamos de encuestas telefónicas”, me dijo el veterano encuestador Sergio Bendixen, fundador de la firma encuestadora Bendixen & Amandi. “La gente está harta de recibir llamadas de encuestadores, y muchos ya no responden”.

    Bendixen dice que el porcentaje de personas que contestan las llamadas de los encuestadores ha disminuido dramáticamente en las ultimas décadas. Mientras que un 80% de los estadounidenses respondía a las llamadas de los encuestadores hace cincuenta años, solo un 30% hoy responde a llamadas realizadas por encuestadores de carne y hueso, y solo un 10% contesta llamadas automatizadas, afirma.

    “El proceso de las encuestas está en crisis en todo el mundo”, me dijo Bendixen. “Incluso aquellos que dicen que son probables votantes a menudo no lo son. A mucha gente le da vergüenza decirle a un encuestador que no va a votar”.

    Nate Silver, el experto en estadísticas que predijo los resultados de los 50 estados en las elecciones del 2012 para el New York Times y que ahora es el editor de Five-

    ThirtyEight.com, admitió el año pasado que “encuestar se esta volviendo cada vez más difícil”.

    “El porcentaje de gente que responde a encuestas telefónicas ha estado declinando durante años, y está a menudo en menos de dos dígitos. Las relativamente pocas personas que responden a las encuestas pueden no ser representativas de la mayoría”, escribió.

    En Colombia, las más importantes firmas encuestadoras –Gallup, Ipsos Napoleón Franco y Cifras y Tendencias– pronosticaron que el acuerdo de paz ganaría por un margen de entre 24 y 30 puntos porcentuales.

    Después de la votación en Colombia, muchos analistas dijeron que el voto en contra de los acuerdos había ganado porque la complacencia entre los votantes de “sí” condujo a que muchos de ellos se quedaran en sus casas el día de la votación. Además, un alto abstencionismo, el hecho de que los partidarios del “no” estaban más motivados que sus rivales y el mal tiempo en las zonas costeras donde el voto de “sí” era fuerte, también condujo al resultado inesperado, dijeron. Pero pocos mencionaron que las encuestas son cada vez menos fiables.

    Cuando le pregunté a Bendixen si lo mismo podría ocurrir en Estados Unidos, me dijo: “Sí, aunque la diferencia es que en Estados Unidos hay muchas más encuestadoras profesionales que en otros países, que buscan a muestras representativas de la población”.

    Hay unas 15 grandes firmas encuestadoras en Estados Unidos, y cuando la mayoría de ellas muestra resultados similares, uno puede suponer que tienen razón, agregó.

    “Hoy, la mayoría de las encuestas muestran que Clinton está adelante”, me dijo Bendixen, quien ha trabajado principalmente para candidatos demócratas. “¿Pero podría ganar Trump? No es probable, pero es posible”.

    Mi opinión: Estoy de acuerdo. Como en Colombia, existe la posibilidad de que el 8 de noviembre veamos una tasa de abstención mayor que la normal, y una complacencia generalizada de los votantes de Clinton que llevaría a muchos de ellos a quedarse en casa.

    A eso hay que sumarle el hecho de que los partidarios de Trump están más motivados para salir a votar que los de Clinton, y que las encuestas de hoy sean menos precisas que en el pasado porque hay menos personas que respondan a las llamadas de los encuestadores. A pesar de que Clinton esta arriba en las encuestas, no se puede descartar que gane Trump, y que el próximo presidente de Estados Unidos sea un payaso egomaníaco y autócrata.

    Por Andrés Oppenheimer

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  9. El problema de los republicanos: ¿mujeres sí, latinos no?

    Por Andrés Oppenheimer

    Hay algo muy preocupante sobre las decenas de prominentes republicanos que han dicho que no votarán por el candidato de su partido, Donald Trump, después de conocerse el escandaloso video en el que hacía comentarios repugnantes sobre las mujeres: esos mismos republicanos habían apoyado a Trump durante todo el último año a pesar de sus cotidianos agravios contra los hispanos.

    Algo está muy mal dentro del Partido Republicano. Desde un punto de vista práctico, el partido –que ha sido secuestrado por nacionalistas blancos de extrema derecha azuzados por Fox News– ha ignorado sus propias conclusiones tras la derrota de 2012.

    En un documento de 100 páginas del Comité Nacional Republicano publicado en marzo del 2013, el partido llegó a la conclusión de que su derrota del 2012 se debió en parte a que había alienado a los votantes hispanos al apoyar políticas antiinmigrantes.

    El documento recomendó apoyar una “reforma migratoria integral”, como se conoce en Washington la propuesta del presidente Obama de ofrecer a los indocumentados un camino a la legalización bajo ciertas condiciones. Agregaba que “si no lo hacemos, nuestro partido continuará reduciéndose a su base mínima”.

    De hecho, los republicanos han estado perdiendo cada vez más votantes hispanos en los últimos años.

    George W. Bush, el último republicano que llegó a la Casa Blanca, obtuvo el 40 por ciento del voto hispano en 2004. El excandidato republicano John McCain obtuvo 31 por ciento en 2008, Mitt Romney consiguió el 27 por ciento en 2012 y Trump –según la última encuesta de Centro Pew, realizada antes de conocerse el video en el que el candidato republicano se ufana de agredir sexualmente a las mujeres– tiene 19 por ciento este año.

    Pero lo que es mucho más preocupante es que el Partido Republicano ha abandonado sus principios morales más elementales.

    Desde que Trump anunció su postulación para la presidencia a mediados de 2015, ha basado toda su campaña en la premisa de que la mayoría de los inmigrantes mexicanos son “violadores” y “criminales”. Ha insultado constantemente a todos los musulmanes, y se ha burlado públicamente de los minusválidos. Y con algunas notables excepciones, los republicanos se hicieron los distraídos.

    ¿Dónde estaban el senador McCain, la exsecretaria de Estado Condoleezza Rice y los demás prominentes republicanos que no rompieron con Trump hasta el 7 de octubre cuando se conoció el video de Trump en el que presumía sobre sus ataques sexuales a las mujeres?

    La mayoría de ellos, como McCain, explicaron que tomaron su decisión porque “tengo hijas”. ¿Y no tienen amigos hispanos?

    ¿Dónde estaban cuando Trump dijo que el juez federal Gonzalo Curiel, nacido en Indiana, no estaba calificado para presidir un caso sobre la fallida Universidad Trump debido a su ascendencia mexicana?

    ¿Dónde estaban cuando Trump propagaba la falsedad de que Obama no nació en Estados Unidos, y que podría ser un musulmán, hasta que finalmente admitió a regañadientes el 16 de septiembre que el presidente nació en este país?

    Grupos afroamericanos habían estado denunciando desde hace años que la teoría conspirativa de Trump era un ataque racista para deslegitimar al primer presidente negro de Estados Unidos.

    ¿Dónde estaban cuando Trump –quien nunca ha servido en las fuerzas armadas– menospreció a la familia Khan, los padres musulmanes del soldado estadounidense que murió en Irak mientras trataba de rescatar a sus compañeros heridos, y que recibió una estrella de oro póstuma por el acto de heroísmo?

    ¿Dónde estaban cuando la ex Miss Universo Alicia Machado, de Venezuela, le dijo al mundo que Trump la había llamado “Miss Piggy” y “Miss Mantenimiento” –o empleada doméstica– después de que ella aumentó de peso?

    Mi opinión: si Trump pierde la elección –como ahora parece probable– y Estados Unidos evita convertirse en una república bananera con su propio líder autócrata narcisista, el Partido Republicano deberá hacer mucho más que un autoexamen crítico.

    Deberá crear un mecanismo para expulsar de sus filas a quienes no se rijan por principios básicos de decencia humana según los cuales no se debe demonizar a otros por su origen étnico, religión o género. Si no lo hace, el Partido Republicano debería disolverse, porque seguirá cayendo en picada.

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  10. Las revelaciones de Wikileaks sobre Hillary Clinton

    He leído algunas de las revelaciones de Wikileaks sobre las supuestamente escandalosas declaraciones de Hillary Clinton en sus discursos a puertas cerradas a grupos de banqueros. Y, para ser honestos, lo que dijo la candidata no merece más que elogios.
    Lo que dijo Clinton en sus discursos pagados a banqueros de Wall Street es parte de los miles de correos electrónicos robados del buzón electrónico de John Podesta, presidente de la campaña de Clinton, y dados a conocer por Wikileaks con posible ayuda del gobierno ruso, según funcionarios estadounidenses. La campaña de Clinton dice que Wikileaks está ayudando abiertamente al candidato republicano Donald Trump.

    Una de las revelaciones que Wikileaks y la campaña de Trump habían presentado como más vergonzosa para Clinton fue su declaración sobre el libre comercio supuestamente hecha en un discurso a un banco brasileño en el 2013.

    En ese discurso, según Wikileaks, Clinton dijo: “Mi sueño es un mercado común hemisférico, con libre comercio y fronteras abiertas, en algún momento del futuro”. Clinton agregó que “necesitamos un plan concertado para aumentar el comercio” hemisférico, y que “tenemos que resistir el proteccionismo”.

    ¡Bravo! No podría estar más de acuerdo. Dicho sea de paso, esa ha sido la posición de todos los recientes presidentes republicanos y demócratas desde Ronald Reagan hasta George W. Bush. Y es una postura que también ha sido asumida parcialmente por el presidente Obama, quien apoya el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, que facilitaría el libre comercio entre Estados Unidos y 11 países de Asia y América Latina.

    Desafortunadamente, Clinton no dice eso en público en estos días. Desde que ella dio ese discurso en privado hace tres años, Fox News y la campaña de Trump han convertido las palabras “fronteras abiertas” en un sinónimo de destrucción, crimen y terrorismo.

    Hoy día, Clinton tampoco habla mucho a favor del libre comercio porque teme perder votos en estados industriales como Ohio. Durante su segundo debate, Trump repitió la aseveración de que el Tratado de Libre Comercio entre EE.UU., Canadá y México (NAFTA) “es quizá el acuerdo comercial más desastroso de la historia mundial”.

    En rigor, NAFTA ha sido en gran parte un éxito para los tres países. Al igual que en cualquier acuerdo a gran escala, ha habido ganadores y perdedores, pero en general ha sido beneficioso.

    En primer lugar, aunque algunos empleos manufactureros estadounidenses fueron trasladados a México, se crearon otros, mejor pagados, en Estados Unidos. Las exportaciones de EE.UU. a México hoy día respaldan alrededor de 6 millones de empleos estadounidenses, según un estudio del Wilson Center.

    En segundo lugar, los empleos manufactureros de EE.UU. seguirán desapareciendo en gran medida por la automatización, y no por México. Tratar de restaurar los empleos manufactureros de la década de 1950 –en lugar de crear nuevos y mejores empleos– es una ilusión política.

    En tercer lugar, si Trump implementara su propuesta de imponer impuestos del 35 al 45 por ciento a las importaciones de EE.UU. procedentes de México y China, sus medidas proteccionistas provocarían una guerra comercial. La última vez que hubo una guerra comercial a nivel global fue en 1929, y su resultado fue la Gran Depresión.

    En cuarto lugar, si no fuera por NAFTA, México sería más pobre, y más mexicanos tratarían de cruzar la frontera. Por otro lado, habría mucho menos inmigración ilegal si un nuevo acuerdo comercial facilitara las cadenas de suministros industriales en las Américas que beneficiara a todas las partes, y convirtiera el continente en un centro de exportaciones hacia el resto del mundo.

    Cuando estas elecciones hayan terminado, y –esperemos– Trump pase a la historia como lo más cerca que estuvo Estados Unidos de convertirse en una república bananera con su propio autócrata narcisista, Washington debería revivir la idea de un acuerdo de libre comercio hemisférico.

    Está claro que nada de esto es políticamente correcto en estos días, en medio del populismo aislacionista de Trump y del voto del Brexit en Gran Bretaña. Pero lo que Wikileaks y la campaña de Trump describieron como una revelación explosiva de Clinton sobre un nuevo acuerdo comercial de las Américas es una excelente idea que debería ser resucitada.

    Por Andrés Oppenheimer

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  11. Inquilinos del Salón Oval

    La irrupción de Donald Trump en la política norteamericana con sus brulotes y exabruptos ha causado tal revuelo que todo el mundo tiende a pensar en el magnate de la hotelería, los juegos de azar, el mercado inmobiliario y los concursos de belleza como la cumbre de la excentricidad y, no pocos, de la inestabilidad.

    La irrupción de Donald Trump en la política norteamericana con sus brulotes y exabruptos ha causado tal revuelo que todo el mundo tiende a pensar en el magnate de la hotelería, los juegos de azar, el mercado inmobiliario y los concursos de belleza como la cumbre de la excentricidad y, no pocos, de la inestabilidad. “No es alguien a quien se le pueda confiar los códigos nucleares” se planteaba Hillary Clinton en algún tramo de su campaña hacia la Casa Blanca. ¿Será tan así?. Los estadounidenses han sido cortejados electoralmente por todo tipo de personas a lo largo de su historia. Warren G. Harding, presidente entre 1921 y 1923, llenó la administración pública de amigotes y aliados políticos en tal proporción que avergonzaría a los más avezados políticos paraguayos practicantes del nepotismo. Se dice que Trump es un absoluto ignorante en materia de economía. Eso estaría por verse, si gana las elecciones. Pero ya tiene un antecesor que sí probó su incompetencia. Herbert Hoover (1929-33) fue uno de los pocos empresarios que llegó a la Casa Blanca y que, paradójicamente, fue impotente para evitar que el país se precipitara en la Gran Depresión luego del negrísimo crack del ‘29. “Es una crisis pasajera” dijo el empresario minero de Iowa mientras millones de norteamericanos se quedaban sin empleo, abarrotaban las “hooverville” (villas miseria) y hacían cola en los comedores públicos. ¿Trump loco?. Si eso es cierto, no sería el primer aspirante a la Casa Blanca con esa particularidad. En 1952, el obispo Homer Tomlinson creó el Partido Teocrático y se nominó para la presidencia con el lema de “tener a Jesús en control de Estados Unidos y a mí como Rey del Mundo”. Tampoco Hillary Clinton es la primera mujer que tienta quedarse con el salón oval. En 1872, cuando la mujer aún no podía votar, Victoria Woodhull se autoproclamó candidata para la presidencia asegurando que no necesitaba un hombre que tomara decisiones por ella y que disponía de “todo un gabinete de consejeros en la sombra”, idea que, aunque revolucionaria para su tiempo, le granjeó la repulsa de la machista sociedad norteamericana.

    Excéntricos, inestables o locos, la más variada colección de personalidades ha ocupado la Casa Blanca o intentado hacerlo a lo largo de más de dos siglos de democracia. Donald Trump es una variante más aunque el mundo comienza a preguntarse cómo el pueblo norteamericano lo ha dejado ir tan lejos. De cualquier manera, en la hipótesis de que gane el sillón más poderoso del mundo, Trump no estará solo en la toma de decisiones. Ningún presidente de ese país lo ha estado nunca. El verborrágico empresario podrá tener el “botón nuclear” al alcance del dedo índice pero hay otros que deben participar de la decisión final. Los norteamericanos podrán poner un loco en la Casa Blanca pero no le entregarán el futuro del país y del mundo. A tanto no llegan.

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  12. Votemos con los yanquis

    Posteado por Ilde Silvero el 18-10-2016

    Claro que no votaremos con los estadounidenses en noviembre, pero sería un buen ejercicio hacerlo mentalmente. Si usted votase por Trump, yo pediría socorro. No queda otra, la única opción es Hillary.

    Los comicios presidenciales de Estados Unidos siempre han despertado interés en todo el mundo, incluyendo a nuestro pequeño y desconocido país. Prestar atención al tema se justifica porque se trata de la nación económica, política y militarmente más poderosa del planeta y que, de paso, históricamente ha considerado a América Latina como su patio trasero.

    En términos sencillos y bastante simplificados, los republicanos tradicionalmente han representado a la derecha norteamericana, el segmento más conservador de la gran nación, en tanto que los demócratas, a los cuales pertenecen el anterior Clinton, Obama y la Clinton actual, tienen una tendencia más centrista y más cercana a los derechos sociales de las personas más necesitadas.

    Aunque sea por dichos antecedentes históricos y posicionamiento ideológico, es comprensible que en nuestra América morena, los conservadores se identifiquen más con los republicanos y los progresistas con los demócratas, aunque los fanáticos de izquierda dirían que los dos son la misma cosa repudiable con distinto olor.

    Esta vez, sin embargo, la opción adecuada aparece con mucha nitidez. Donald Trump ha venido realizando una fuerte campaña destacadamente conservadora y hasta extremista de derecha, por sus críticas hacia los inmigrantes ilegales, sus fanfarronadas de que va a aplastar a los terroristas, sus opiniones machistas y la manera vulgar de atacar a su contrincante electoral.

    Como política profesional, Hillary tiene un lenguaje mucho más cuerdo y respetuoso y no se aparta del esquema de continuar con la política interna y externa de los demócratas.

    Con Clinton, uno tiene una idea bastante clara de lo que se propone y puede hacer. En cambio, Trump es un enigma porque sus propuestas no parecen pasibles de convertirse en realidad.

    En términos de show televisivo, Hillary luce aburrida y un poco cansada. En cambio, Donald es un personaje a medida hecho para el show, por las actitudes agresivas que asume y las pavadas que dice.

    Por ello, aunque sea imaginariamente, en noviembre próximo, si queremos un comediante televisivo de medio pelo, elegimos a Donald; si necesitamos un presidente de la república, solo tenemos a Hillary. Cerremos los ojos, crucemos los dedos y roguemos porque los norteamericanos no se equivoquen.

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