Las bombas no eliminan el fanatismo, lo atizan

Francia, Estados Unidos, Turquía, Afganistán, Alemania, nuevamente Francia… El terrorismo ha desarrollado la demoníaca “virtud” de “acostumbrar nuestra vista al horror, ejercitar nues­tra complaciente indiferencia hacia las atrocidades más espeluznantes y exci­tar el mórbido afán de destrucción con­natural de la naturaleza humana”, como escribió alguna vez Augusto Roa Bastos. Dos, treinta, cincuenta o trescientos muertos ya parecieran no decirnos nada nuevo. Vivimos inmersos en la liturgia satánica del espanto.

Revisando mi archivo personal el pa­sado fin de semana, encontré por ca­sualidad un comentario que escribí el lunes 8 de octubre de 2001, bajo el título “Los misiles no alcanzan”. Aún no había pasado un mes de los atroces atentados terroristas contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Todavía ni siquiera in­tuíamos cuál sería la devastadora reac­ción del Imperio, que actuaría acorde con las dimensiones de su potencia y de su orgullo malherido: la ocupación de Afganistán y la ilegal invasión a Irak, más tarde.

Leyendo mis notas de hace casi quince años, descubro azorado su plena vigen­cia. Las preguntas son exactamente las mismas, y aún continúan sin ser res­pondidas. Advertía entonces, haciéndo­me eco de las consideraciones que Paul Kennedy, profesor de historia de la Uni­versidad de Yale, había volcado en un escrito publicado entonces por el diario francés “Le Monde”, que las armas no servirían para aminorar las causas de la inestabilidad del mundo actual, ni para frenar a los kamikazes determinados a destruir, ni erradicar la amenaza terro­rista.

Estos quince años de historia reciente nos demostraron que los misiles no han servido para erradicar el odio ni el fana­tismo; muy por el contrario lo han exa­cerbado y expandido. Ya no es solamen­te Estados Unidos el objetivo de la furia fundamentalista, sino todos y cada uno de aquellos lugares en los que los hijos de una lectura integrista del Corán, ati­zados por el fenómeno de la marginali­dad y la exclusión, han decidido unirse a la yihad contra los “cruzados”.

La solución, todo lo demuestra, no está –al menos no de manera fundamen­tal- en la sola reacción militar. Por cada bomba que Occidente hace explotar en Oriente, habrá cien, mil, tres mil hijos de un Corán mal leído y peor interpreta­do dispuestos a hacer volar por los aires a sus nuevos “enemigos”, dondequiera que ellos estén.

Mientras las causas del mal no sean atacadas, mientras la paz no sea enca­rada en Siria, negociada y sellada entre Israel y Palestina; mientras los afganos y los iraquíes no resuelvan sus pujas internas sin intervención foránea, será difícil suponer que el panorama de de­solación al que el terrorismo nos está acostumbrado vaya a cesar siquiera en el mediano plazo.

Al ritmo que vamos, el fantasma del odio, del extremismo religioso, de la venganza y de la muerte seguirá reco­rriendo el planeta, hasta que casi nin­gún lugar pueda encontrarse a salvo de la barbarie y la destrucción.

Por Adrián Cattivelli

http://www.5dias.com.py/48417-las-bombas-no-eliminan-el-fanatismo-lo-atizan

 

 

 

3 comentarios en “Las bombas no eliminan el fanatismo, lo atizan”

  1. Sin referentes claros, la violencia se impone

    Amigos, yo no sé ustedes, pero me interroga el aumento de la violencia. Lastimosamente, hasta los “no violentos” se vuelven impositivos, cínicos y crueles en sus luchas. Parece que el EPP está lejos en el bosque, que los radicales islamistas solo viven en Siria o en Francia, parece que por acá no nos afectarán esos desquiciados que salen a las calles a matar compatriotas o a secuestrar niños y que si nos deshacemos de algunos ya basta. Parece que los violentos son solo los que penan en la cárcel. Pero no es así. La violencia está entre nosotros.

    La sociedad enferma tanto con el consumismo y la corrupción como con las ideologías con lenguaje buenista, porque en estos sistemas reina la mentira, y la mentira está en la raíz de la violencia. Pero lo peor de estar enfermos es no saberlo o si se sabe no admitirlo, mirar a otro lado y hacer como que no pasa nada. Así vemos que en Facebook mucha gente anda con la carita feliz, con mil fotitos y mil mensajes light, pero en casa, en la escuela, en el colectivo, en la cancha, en la plaza, andamos todos exasperados, inflamables, por así decirlo.
    Imagínense para los educadores, padres, maestros, líderes religiosos, periodistas, que son los nuevos educadores del pueblo, lo difícil que es sembrar realistamente esas semillas de equilibrio social que se llaman REFERENCIAS SANAS. Me explicaba una sicóloga amiga que muchos de sus pacientes sufren a causa de la ausencia de referentes sanos: padres ausentes, egoístas o permisivos, pastores distraídos, maestros alienados… así se genera un sistema enfermizo. Sí, leyó bien, no estoy hablando de la suba del dólar o la baja del Pilcomayo. Hablo de un clima moral que estamos generando los de arriba y también los de abajo al no ser claros. Es un sistema o una red de sistemas insanos que provocan víctimas reales, concretas. La raíz se puede asociar a la falta de referencias, certezas elementales custodiadas como un bien por todos.

    La primera de ellas es que la vida de cada persona es valiosa porque posee una dignidad. Si no somos capaces de encontrar, reconocer y valorar las certezas elementales, se expande la incertidumbre que es hermana del miedo y este es padre de la violencia.

    Muchos nos dicen que la clave es controlar la conducta, algunos hasta hablan de una reingeniería social para lograrlo, pero erróneamente ametrallan con un “enfoque de derechos” malinterpretado, donde el individuo y su ego se sienten los únicos protagonistas, mientras las otras personas no poseen ya un valor absoluto, sino que su existencia se considera potencialmente peligrosa, un obstáculo, algo de lo que hay que defenderse.

    En contraste, pulula un lenguaje políticamente correcto que parece tratar de emparchar la realidad reduciendo los límites, los imprevistos y el riesgo de la libertad. El control total es tan insano como el desorden. Lo sano es saber profundizar en lo que es verdadero, bello y bueno, pero para ello necesitamos referentes valientes, sencillos y claros. Así de intenso.

    Por Carolina Cuenca

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  2. Un mundo cada vez más intolerante

    El mundo sorprende diariamente con noticias que atentan contra la vida y la convivencia democrática, tal como la conocemos por estos lares. El ciudadano asiste atónito cómo, en vertiginosos tiempos de redes sociales, organizaciones terroristas en nombre de Dios asesinan a mansalva, decapitan en vivo y en directo, matan con sádico placer sin discriminación alguna: hombres, mujeres, niños, amigos o enemigos.

    Dicen que es la guerra santa. La venganza musulmana contra los infieles de Occidente que siempre han profanado sus tierras y exterminado a sus habitantes.

    Unos ya advierten que es la tercera guerra mundial en capítulos.

    Otros aplauden las masacres como venganza contra los imperios de EEUU y la vieja Europa por sus intervenciones militares y su soberbia intención de inocular su visión del mundo en una cultura totalmente distinta. Que Occidente sufra la muerte de sus ciudadanos inocentes como ellos sufren, dicen las justificaciones que tendrán visos de realidad, pero que carecen de fundamento moral. No se puede aplaudir la muerte de inocentes como venganza por la muerte de inocentes.

    Hoy estos grupos terroristas se denominan Estado Islámico o Isis, que suplió el terror del Al Qaeda, que a su vez suplantó a otro grupo terrorista. Desaparece uno, entra en escena otro. Muere el terrorista, pero no desaparece el terror.

    El Isis es un grupo de exterminio cuya marca es la crueldad. Ejecuta en público, degüella niños, entierra o quema vivas a sus víctimas. Quizá nada nuevo en la historia de la humanidad, pero en pleno siglo XXI, cuando la ciencia busca afanosamente paliar en dolor con sus descubrimientos, o el ser humano busca fórmulas para una mejor convivencia, el método horroriza e intimida al mundo.

    Los países no saben cómo pelear esta guerra porque los soldados son anónimos y aparecen en cualquier parte con su misión asesina. ¿Será nuevamente París? ¿O Londres? Tal vez Nueva York, o Madrid. ¿Buenos Aires, quizá? ¿Golpearán en los Juegos Olímpicos de Río? ¿Estará Asunción en su agenda sangrienta? No hay mapas ni estrategias militares que detecten el próximo objetivo.

    LAS CONSECUENCIAS. Europa, orgullosa de su modelo democrático, de su unión que tantas guerras ha evitado en sus propias entrañas, hoy es el blanco principal del terrorismo islámico. Entonces sucede lo peor: no tanto lo que sus gobiernos piensan o hacen basados en sus objetivos políticos y militares, sino cuando los ciudadanos empiezan a mirar con sospecha e incluso a odiar a los extraños por la simple portación de nacionalidad. Es cuando la democracia se debilita y el autoritarismo recupera terreno.

    No son casuales la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea o el preocupante crecimiento de la ultraderecha en varios países del Viejo Continente.

    Ya no es el discurso de la tolerancia la bandera que agitan los candidatos. No son los derechos sociales o el rumbo económico. Es la seguridad y la necesidad de obstruir fronteras, aumentar la militarización y el control tecnológico de los ciudadanos los temas que marcan la agenda.

    Donald Trump en Estados Unidos es otro ejemplo de cómo el país democrático más poderoso del mundo puede crear monstruos con posibilidades reales de llegar al sillón presidencial. Porque si bien George Bush será recordado como el peor presidente de la historia norteamericana no solo por su pésima administración, sino por haber arrastrado al mundo occidental en su delirante guerra global contra el terror con pruebas falaces, Trump promete ser peor. Y lo dice con todas las letras, sin la menor intención de maquillar su prédica.

    La ultraderecha recorre las venas de los países más democráticos del mundo. La crisis económica es también caldo de cultivo para alimentar el crecimiento de la derecha o los movimientos fascistas. De hecho, fueron clave para triunfos electorales.

    LOS DÉBILES, LOS MÁS AFECTADOS. Esta guerra del terror que Occidente, a través de sus guerras o intervenciones en Irak, Irán, Siria y otros países árabes, despertó los monstruos más horrorosos que hoy responden con barbarie.

    Sin duda, la extrema derecha no es la mejor respuesta a estas realidades, pero qué se puede reclamar a la población que sufre estos atentados. Seguirá al líder que promete seguridad, mano dura y protección.

    Le Pen, Trump, el brexit, el neonazismo se alimentan de estas situaciones para convencer con sus ideas centralizadas que implican menos democracia, más racismo, menos tolerancia; fronteras cerradas, migración cero. Todo lo contrario de lo que antes se enarbolaba orgullosamente como valores occidentales.

    Y aunque parezca que estas guerras son problemas en otros continentes, sin embargo, afecta nuestras vidas, a veces directamente a través de nuestros migrantes. Y lo menos visible o perceptible cuando se negocian los derechos civiles por más seguridad, cuando se rechazan migrantes por la simple portación de nacionalidad o cuando reducen el mundo a la protección de su mundo, excluyendo a los que no pertenecen a él.

    La complejidad de esta crisis económica, moral y política obliga a los líderes mundiales a buscar una solución en conjunto. Los estereotipos solo alimentan el odio, pretexto para que los mesiánicos se adueñen de nuestras vidas.

    Por Estela Ruíz Díaz

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  3. Europa en un vaporoso vapor

    A fines de 1895, el escritor inglés Arthur Conan Doyle llegó a El Cairo en búsqueda del clima seco que necesitaba su esposa enferma de tuberculosis, Louise Hawkins. Egipto comenzaba a ser un destino turístico, todavía excepcional y minoritario. En enero del año siguiente, el creador de Sherlock Holmes —al que había lanzado en las cataratas de Reichenbach dos años antes, a pesar de las protestas de su madre, y al que resucitaría unos años después— hizo una travesía hasta Wadi Halfa, en la frontera sudanesa. Allí se encontró con un temeroso grupo de turistas occidentales, quienes no poseían escolta y temblaban ante la posibilidad de ser atacados por milicianos islamistas inspirados en Muhammad Ahmad (1841-1885), el líder nacionalista que luchaba contra los soldados sudaneses —y quien un siglo después influiría en Osama Bin Laden—, cuyos gobernantes títeres estaban manejados desde El Cairo por los compatriotas del escritor.

    El episodio no fue ajeno a la impronta literaria de Conan Doyle. En 1898 publicó La tragedia del Korosko. Es una obra apenas recordada, como casi todo lo que no es parte del “ciclo Sherlock Holmes”. Pero creo que es dos veces relevante en la literatura europea: aun con algunos precedentes de Julio Verne y de Emilio Salgari, nadie como él escribió antes una novela tan política sobre un grupo de personas víctimas de un entorno exótico y hostil hoy familiar para nosotros: el mundo árabe; su visión sobre el europeismo, el nacionalismo islámico y el cinismo de Occidente respecto a su proyecto civilizatorio resultan hoy absolutamente actuales. Su ironía de Sir que no firmaba con ese título es evidente.

    Cuatro ingleses, tres norteamericanos, dos irlandeses y un francés son capturados por milicias islámicas luego de bajar del vapor Korosko. Lo que sigue es una narración trepidante de unas vidas blancas y cristianas en manos de fanáticos religiosos que, a su vez, llevan a cabo una guerra de liberación nacional que los secuestrados —demasiado turistas— no alcanzan a dimensionar. Pero lo verdaderamente simbólico ocurre antes del secuestro: todos se sienten seguros en el vapor y analizan el sucio mundo exterior que van a conocer, pero que ya sienten como suyo por ser oriundos de países imperialistas. Todos se sienten inocentes y provenientes de una civilización que impone orden y progreso en el África árabe. Monsieur Fardet critica a los ingleses, pero cuando mencionan la presencia francesa colonial en Argel se indigna: “¡Argel pertenece a Francia!”.

    A veces creo que los simples ciudadanos de Europa y de los Estados Unidos se sienten en sus países como si estuvieran en el apacible Korosko de Conan Doyle. Hasta que el integrismo ubica su terror dentro de la tranquilidad solo aparente del vapor hogareño. Ese terror comenzó en el siglo XIX, cuando Europa (y luego lo harían los Estados Unidos, como bien predice la novela) sacudió al islam y su cultura en nombre de intereses políticos y económicos. Los mismos de hoy. Se me hace lógico que mientras estos existan, habrá tragedia del Korosko para rato.

    Por Blas Brítez

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