El nuevo look de la derecha latinoamericana

La victoria de Macri, el probable juicio político a Dilma y la eventual derrota de Maduro en las elecciones parlamentarias indican un giro a la derecha en América Latina. Es complejo aceptarlo dada la diversidad de las izquierdas continentales, que van desde proyectos moderados y reformistas a liderazgos personalistas y populistas. Tampoco la derecha es homogénea. Allí predominan los planteos democráticos, pero también hay reductos del pensamiento autoritario.

Tampoco es simple definir derecha e izquierda, aunque sea práctico diferenciar ambos conceptos en la concepción de la igualdad. Por lo general, la derecha asume que la mayoría de las desigualdades entre las personas son naturales y que poco puede hacer el Estado para corregirlas, mientras que la izquierda piensa que las mismas son construcciones sociales artificiales que deben ser modificadas.

Digamos que durante la guerra fría era más fácil distinguir ambas posturas. Cuando el fantasma del comunismo se debilitó, el discurso de las dos partes perdió la nitidez que había tenido durante el medio siglo anterior. Las derechas tradicionales latinoamericanas tuvieron que apartarse de su vieja asociación íntima con regímenes fuertes y dictaduras militares. Pero encontraron en la globalización del capitalismo una vía segura de salvaguardar sus intereses. Al quitarle al Estado las facultades para intervenir en la economía, hubo libertades ilimitadas para que inversionistas y especuladores hagan negocios. Solo que dos décadas después del consenso de Washington una América Latina pauperizada y desigual abrió paso a gobiernos progresistas con gran énfasis en lo social.

Bien aprendidas las lecciones dictadas por la realidad, la restauración conservadora tiene hoy el tono de soluciones modernas, que ya no abominan las políticas de inclusión social, sino que prometen superarlas y profundizar los logros. Sí, esta nueva derecha tiene una cara social, una estética joven y renovadora, y tilda a la izquierda de jurásica. Y allí, desde la izquierda, escuchan ese discurso con el estupor de ver la apropiación de sus antiguas consignas. Para peor, el adversario ideológico tiene un talante democrático y pone la misma cara de asco que ellos al escuchar palabras como neoliberalismo y capitalismo.

Esa nueva derecha apela a outsiders provenientes de las oligarquías empresariales, con un mensaje antipolítico y vaciado de contenido, conciliador y cercano al ciudadano común. El problema es que casi siempre se trata de un maquillaje marketinero, de una máscara, pues el mantenimiento de políticas sociales con medidas neoliberales de ajustes fiscales es una convivencia complicada.

Se le vienen tiempos difíciles a la izquierda de la región. Tendrá que competir con una derecha nueva –aunque quizás solo en la forma y los métodos– que ha encontrado un ropaje electoral seductor.

Por Alfredo Boccia Paz

6 comentarios en “El nuevo look de la derecha latinoamericana”

  1. La crisis brasileña

    El gobierno de Dilma Rousseff enfrenta el más temido escenario político: se inició el proceso que puede desembocar en el juicio político a la jefa de Estado. El diputado Eduardo Cunha, presidente de la Cámara Baja y dirigente del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), aceptó el pedido de enjuiciamiento que habían presentado dos destacados juristas brasileños en octubre último. Todo empezó pocos días atrás cuando el Partido de los Trabajadores (PT), socio del PMDB en la alianza oficialista, reveló que votaría en la Comisión de Ética de la Cámara de Diputados a favor de que se investigue a Cunha, sospechado de varios delitos, entre ellos el cobro de múltiples sobornos en el marco del escándalo de corrupción de Petrobras. Inmediatamente después, Cunha se apresuró a anunciar oficialmente que dio curso favorable al pedido de juicio contra Rousseff. Conmovida por los hechos, la presidenta Dilma Rousseff explicó su posición ante la ciudadanía brasileña con una declaración desde el Palacio de Planalto: “Tengo la convicción absoluta de la improcedencia de ese pedido”, sostuvo. “No he realizado ningún acto ilegal”, destacó con énfasis.

    Las operaciones fiscales por las que se acusa a Rousseff son prácticas del Tesoro brasileño que consisten en mejorar artificialmente el estado de las cuentas públicas mediante el retraso de la transferencia de fondos para beneficios sociales y subsidios. El resultado son cuentas artificialmente equilibradas que exhiben menos gastos. En los hechos, no se demoraron los pagos de los servicios sociales, sino que fueron cubiertos por los bancos públicos, que luego le cobraron intereses al Gobierno. Tales maniobras configuran, según la acusación, operaciones de financiamiento o préstamo de los bancos públicos al Gobierno, lo cual está prohibido por la ley de responsabilidad fiscal. A este procedimiento se le llama en Brasil “pedaleada” y representa, en principio, una transgresión a la ley, aunque esa transgresión también fue cometida por todos los gobiernos que precedieron al actual, desde el de Fernando Henrique Cardoso en adelante.

    Una enorme incertidumbre política se cierne sobre Brasil. En simultáneo, su economía va de mal en peor. Según acaba de revelar el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), la recesión se profundizó durante el tercer trimestre de este año. El dato llega cuando el gobierno de Dilma Rousseff hace todo tipo de esfuerzos políticos para que la base aliada del PT supere sus divisiones y el Congreso apruebe un demorado paquete de ajuste fiscal que consiga equilibrar las cuentas públicas. Mientras tanto, otros indicadores económicos que afectan directamente a la población continúan en franco deterioro: depreciación, inflación y desempleo. El propio IBGE reconoció que la incertidumbre política que vive el país, en medio de escándalos de corrupción y de pedidos de juicio político a la cada vez más impopular mandataria, afectó sustancialmente el desempeño económico. Con estos resultados, y luego de haber entrado en recesión técnica a mitad del año, Brasil acumula una reducción significativa de su Producto Interno Bruto. Los analistas prevén que la actividad económica mantendrá o agravará su mal desempeño hasta finales de 2015 y que el escenario continuará negativo durante 2016. En pocas palabras, la economía brasileña seguirá en caída y recesión.

    Creo que Brasil vive una de las crisis más graves de su historia reciente: una combinación letal de crisis política, ética y económica. La presidenta Dilma Rousseff debe adoptar cuanto antes las medidas necesarias para evitar que el país que ha producido uno de los mayores milagros económicos de las últimas décadas se precipite en una espiral de graves consecuencias para sus habitantes, para la región y para el mundo. Si es necesario, debe irse.

    Por Daniel Mendonca

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  2. Los imprescindibles pilares del cambio.

    El resultado electoral en Argentina ha ilusionado a muchos. Se abre una enorme ocasión no solo para el país, sino también para toda la región. Cierta visión simplista ha instalado la insensata idea de que una nueva gestión de gobierno lo puede resolver todo. Son los mismos que suponen que con un grupo de funcionarios honestos y profesionalmente preparados, resulta suficiente para poner en marcha a una nación.

    Eso es deseable que ocurra, pero la honradez y la idoneidad son solo una condición, que no garantiza casi nada. Es evidente que tantos años de anormalidad ocasionaron cierto acostumbramiento. Es por ello que algunos ciudadanos se conforman solo con tener gente honorable al frente del país.

    Claro que eso es saludable, pero de ningún modo una comunidad logra progresar exclusivamente bajo esas circunstancias. Al desastre económico e institucional que se percibe con absoluta crudeza, hay que sumarle ese daño casi invisible, que tiene que ver con demasiados malos hábitos, con tantas incorrectas posturas y con la destrucción de la cultura del trabajo.

    Diera la sensación de que esta sociedad espera que otro, un tercero, se ocupe de su prosperidad y bienestar. Es como si la eterna búsqueda pasara solo por encontrar a ese líder mesiánico, que se pueda encargar de todo.

    Esa fantasía no se corresponde con la realidad. En todo caso, los buenos dirigentes contribuyen de un modo decisivo generando las condiciones esenciales para que ese progreso se produzca pero siempre de la mano de los indelegables esfuerzos personales y las acciones ciudadanas que son las verdaderas herramientas para esa evolución positiva.

    Los liderazgos negativos han hecho mucho mal. Su capacidad de destrucción se ha demostrado empíricamente. No solo han sido pésimos administradores dilapidando inmejorables oportunidades, sino que además han fomentado el odio, el resentimiento y la envidia, instalando una perversa dinámica que desalentó a los mejores y aplaudió a los mediocres.

    La gente ha tenido la chance de elegir entre continuar de un modo parecido al que señalaba la inercia de ese tiempo, con sutiles matices e improntas personales, o apostar a lo nuevo, a lo que parecía más sensato, razonable y equilibrado. Ha tomado esa decisión con diferentes niveles de entusiasmo.

    Los unos y los otros han optado entre las alternativas disponibles y no necesariamente en sintonía fina con sus profundas convicciones. Después de todo eso es lo que ofrece el sistema democrático, un menú de variantes que no siempre se parece a lo óptimo sino solamente a lo posible. Los ciudadanos eligen entonces por preferencia, afinidad o hasta intuición.

    Lo que viene será importante y la gestión que se inicia tiene un gran desafío por delante. No solo deberá resolver complejos asuntos, sino que, al mismo tiempo, tendrá que sincerar variables mientras intenta dimensionar el tamaño y la dificultad de los problemas que deberá abordar en el futuro.

    No será fácil esa etapa. Muy por el contrario, será un tiempo de idas y vueltas, de tropiezos y avances, pero siempre que el rumbo elegido sea el razonablemente adecuado, el tiempo se ocupará de ir buscando equilibrios en cada una de las cuestiones. Habrá que tener paciencia.

    Pero no se agota ahí la cuestión. Lo más difícil tendrá que ver con la capacidad de la sociedad para protagonizar ese cambio. No todo depende de lo que el gobierno de turno pueda hacer, sino de cuan dispuesta esté la ciudadanía para operar los cambios sobre sí misma.

    Si cada habitante, sigue haciendo lo mismo de siempre, de idéntico modo, y no se compromete con una mejor versión de sí mismo, es poco lo que se puede esperar de esta etapa que tantas expectativas ha generado.

    El prestigioso escritor y filosofo Henry Thoreau decía que «las cosas no cambian, cambiamos nosotros». Por eso aparecen las grandes dudas sobre el período que se inicia. Si la sociedad no ha cambiado y no está dispuesta a hacerlo ahora mismo, difícilmente todo se acomode como se espera.

    No es necesario encarar una transformación gigante, sino solo algo mucho más modesto, tangible y cotidiano. Cuando los ciudadanos sean más respetuosos con las determinaciones de los demás, puedan consensuar en vez de imponer, decir «por favor» y «gracias», darle valor a la palabra empeñada, es probable entonces que ese cambio sea posible.

    Mientras impere el desprecio por el otro, la desconfianza serial, la confiscatoria rutina de quedarse con el fruto del esfuerzo ajeno, la violenta reacción frente a cada pequeño incidente irrelevante, la revancha sea moneda corriente y la ira le gane a la concordia, nada bueno surgirá de allí.

    El próximo gobierno tiene mucho por hacer, pero más importante será la tarea de los ciudadanos para lograr su propia reconversión y desplegar esa capacidad de desaprender para empezar de nuevo, intentando ser mejores, para que la sociedad en la que vive pueda ser distinta a la actual.

    El reto es convertirse en agente de cambio, liderando ese proceso, intentando que otros imiten las buenas conductas sin justificarse aduciendo que los demás no reaccionan. Si cada ciudadano se anima a dar ese trascendente paso, a empezar la jornada con esos pequeños gestos en su comunidad, entonces si existe una verdadera oportunidad de cambio.

    La nueva gestión podrá ser mejor o peor, pero importa mucho más que los ciudadanos hagan la necesaria contribución en el sendero adecuado. Si se pretende vivir en un lugar mejor, no se debe esperar que solo el gobierno acierte con sus decisiones, también la gente tiene en sus manos el porvenir. Es necesario comprender cuales son los imprescindibles pilares del cambio.

    Alberto Medina Méndez

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  3. Sorpresas, trampas y 7K en Venezuela

    Nicolás Maduro advirtió que en las elecciones del 6 de diciembre habrá una sorpresa en Venezuela. (Tiene razón, pero no es la que se figura). Esta vez no se lo dijo un pajarito, sino sus laboriosos expertos electorales. Aunque pierda claramente, declarará que volvió a ganar los comicios por un estrecho margen, como sucedió en el 2013. Veremos si puede.

    Si logran trampear las elecciones, piensa, el Congreso seguirá siendo suyo o casi suyo. Hay chavistas que aseguran que no existe peligro en conceder el Parlamento por una mayoría simple. Diosdado Cabello, en cambio, no quiere arriesgarse a perder la mayoría y con ella la presidencia de la Asamblea Nacional. Le parece peligroso tras las acusaciones de narcotráfico que le han hecho. Con el poder no se juega, les repiten los Castro incesantemente.

    Menuda sorpresa si ganara Maduro. Si ocurriera en buena lid demostraría que los venezolanos no pertenecen a la raza humana. Algo muy extraño, porque se parecen muchísimo a los otros bípedos. Comen, beben, bailan, cantan, se enamoran y se pelean como el resto de la gente.

    No obstante, según los chavistas, no castigan ni reemplazan a los gobernantes que los han perjudicado al extremo de elevar el porcentaje de pobres del 40 al 78% del censo, mientras millón y medio de almas en pena han decidido emigrar porque ya no tienen esperanzas.

    Es curioso. Donde los comicios son realmente libres, las personas, excluidos los venezolanos, rechazan de plano a los políticos y funcionarios corruptos, dilapidadores del tesoro público y culpables de la inflación más alta del mundo. A lo que se agrega un brutal desabastecimiento de bienes de consumo, y una sangrienta violencia social que se ha llevado por delante a más de 200.000 personas en medio de una orgía de atracos y extorsiones.

    No hay duda de que la victoria de Maduro sería una inmensa sorpresa. Si ocurriera, sería la prueba de que millones de personas no sólo votan de manera diferente a como lo hacen los demás mortales, sino que los venezolanos son unos mentirosos patológicos que les mienten a todos los encuestadores que previamente les han preguntado por quiénes van a votar.

    Aseguran, masivamente, por una diferencia que a veces supera al 30%, que lo harán por los candidatos contrarios al inmenso desbarajuste creado en el país por los dieciséis años de vandalismo chavista, y luego traicionan ese compromiso y lo hacen por el adversario que decían detestar.

    ¿Se trata, acaso, de oscuros problemas psicológicos? Si los venezolanos nos dieran la sorpresa, y en realidad votaran mayoritariamente por el chavismo, se verificaría que son masoquistas. En ese caso, el problema no sería político, sino psiquiátrico. El 82% opina que Maduro y su gobierno son pésimos, pero los respaldan en las urnas. El 76% piensa que la situación va a agravarse, pero quieren que se prolongue. ¿Quién los entiende?

    La sorpresa que anticipa Maduro demostraría que a los venezolanos les gustan la pobreza, la corrupción, las pandillas armadas, tener miedo de salir a la calle, no poder comprar comida o medicinas y ser colonizados y explotados por “los cubanos”. Extraño proceder.

    Seamos serios. A los venezolanos no les sucede nada. Son como todos. El chavismo gana haciendo trampas. Esto es así desde el referéndum revocatorio de 2004, cuando se negaron de plano a abrir las cajas con las papeletas y hacer un recuento manual de los sufragios. Sólo accedieron a examinar las cajas que ellos escogieron, algo que vergonzosamente aceptaron los expresidentes Carter y Gaviria.

    ¿Cómo lo hacen? Todo comienza con la declaración de una encuesta. Poco antes de la votación algún encuestador asegura que se ha invertido la tendencia y ha comenzado a aflorar el voto prochavista. Luego acomodan los votos a los resultados previstos para darle verosimilitud al fraude.

    Esto acaba de denunciarlo el experto Joaquín Pérez Rodríguez en una persuasiva carta abierta. ¿Cómo y por qué la hundida popularidad de Nicolás Maduro 72 horas antes de los comicios mejoró súbitamente un 11%? No es creíble.

    El video anónimo 7K que circula profusamente por internet explicaría el resto. Me ha dejado intrigado. 7K son las siete mil personas que supuestamente esta vez van a evitar el fraude. Según afirman, el gobierno dispone de 2.500.000 cédulas falsas –muertos, emigrantes, desplazados, pertinaces abstencionistas– que introduce en miles de mesas controladas por el chavismo en las zonas afines a ellos o alejadas de la oposición.

    7K asegura que esta vez no se va a dejar arrebatar la victoria porque podrá contar todos los votos reales, de todas las mesas reales, en tiempo real. Dice que llegarán hasta dónde sea necesario para que se respete el voto del pueblo. Los demócratas, con los siete mil conjurados al frente de la operación, están decididos a demostrar que los venezolanos son seres humanos iguales al resto de la especie y no contradictorios masoquistas. Necesitan, eso sí, que salgan a votar masivamente. Ellos harán el resto. Esa es la sorpresa.

    Por Carlos Alberto Montaner (*)

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  4. La hora de Venezuela

    Toda América observará hoy con mucha atención y expectativa la evolución de los acontecimientos en Venezuela, donde se realizan unas cruciales elecciones legislativas.

    Por primera vez surge con nitidez la posibilidad de que el chavismo pierda su mayoría en el Congreso, lo que sería un duro golpe para el gobierno encabezado por Nicolás Maduro. Los comicios se producen en un ambiente de extrema tensión: el propio presidente Maduro ha insinuado con claridad que podría no reconocer los resultados y anunció que no dudaría en “echarse a las calles” junto a sus seguidores si se registrara un revés en las urnas.

    Que un mandatario –de quien se espera mesura y amplitud de miras– formule semejantes declaraciones no hace sino derramar combustible al fuego. No es extraño que un importante sector del chavismo llame a la abstención, retirando su respaldo a los candidatos del oficialismo. Existen además fundadas sospechas acerca de la limpieza y confiabilidad de las elecciones, considerando que el mismo gobierno venezolano rechazó una misión de observación electoral de la OEA.

    No es un detalle menor que el secretario general de esta organización, el uruguayo Luis Almagro, pertenezca a una agrupación de izquierdas supuestamente afín al presidente Maduro y a su sector político. Pese a ello, el mandatario venezolano no solo no tuvo reparos en prohibir la presencia de enviados de la OEA en las elecciones, sino que además calificó a su máxima autoridad como “basura”.

    Observadores de la OEA recorren el continente acompañando los procesos electorales, inclusive municipales, con frecuencia a pedido de los propios estados. No solo reciben denuncias y verifican que los incidentes no alteren el curso de las votaciones, sino que además ofrecen sugerencias y diagnósticos de mucha utilidad. De ahí que la actitud de Maduro despierte justificada desconfianza y recelo.

    Los elementos de tensión no acaban allí. Hace poco, el fiscal que llevó el caso que condujo a la condena de casi 14 años de prisión al líder opositor Leopoldo López reconoció públicamente que las pruebas fueron fraguadas. Se trata de un claro indicio de manipulación de la justicia y las instituciones en función de una persecución política.

    Así las cosas, este país latinoamericano y miembro del Mercosur está caminando al borde del abismo, ya que no es insensato pensar que este complejo proceso pueda derivar en la instalación de un régimen definidamente dictatorial o en el inicio de una espiral de violencia de consecuencias imprevisibles.

    El rasgo más dramático del panorama político venezolano es la extrema polarización de su sociedad. Da la impresión de un país partido al medio en el que una mitad no escucha a la otra y todos los puentes de diálogo están irremediablemente rotos. Es una dinámica de exclusión iniciada hace ya varios años por quienes hoy siguen en el poder y que puede llevar a escenarios muy peligrosos para la paz y la vida institucional de esa nación.

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  5. La oposición venezolana puede ganar y debe cobrar

    El Gobierno venezolano se encuentra entrampado entre su incapacidad y su viveza. Cualquier gobierno del mundo, con la producción y los precios estratosféricos del petróleo, hubiese manejado la crisis de escasez de alimentos con mayor eficacia. Y es de elemental lógica electoral que los alimentos no pueden faltar cuando el pueblo va a las urnas.

    Pero así está pasando. Este próximo domingo 6 de diciembre (6D) se eligen los 167 diputados de la Asamblea Nacional y las colas del pueblo buscando cualquier cosa, desde medicinas hasta comida, vaticinan la avalancha de votos con que el pueblo muy molesto castigará al gobierno.

    Así lo dicen las encuestas, incluidas las que recibe directamente el presidente Maduro.

    Las encuestas nacionales indican que los candidatos de la oposición duplicarán en votación a los del gobierno. Pero como es una elección de circuitos, este escenario no es el real. Para conocerlo hay que encuestar en cada circuito. Las encuestadoras que así lo han hecho indican que la oposición alcanzará o superará el número de 110 diputados. Esta cifra está muy cercana a los 111 diputados que le daría las tres quintas partes de los votos, lo que en la práctica sería cogobernar.

    A sabiendas de esto, el gobierno ha hecho cuanto ha podido para mitigar la derrota. Vaya aquí un rápido ejemplo fácil de entender: para elegir un diputado en Delta Amacuro, zona tradicionalmente chavista de muy poca población, solamente hacen falta cincuenta mil votos. Para elegirlo en el estado Miranda, feudo antichavista y segundo en población, hacen falta doscientos cincuenta mil votos. Delta Amacuro elige 3 diputados y Miranda 12. Miranda tiene 14 veces más población que el Delta.

    Estos comicios tienen la particularidad de ser en todo el país, por circuitos electorales, y con candidatos que serán electos directa o indirectamente en cada uno de ellos. Lo que hace que el interés porque los resultados sean los reales es mayor. Cada candidato es el doliente de su circuito.

    Para hacer trampas el día de las elecciones, el gobierno ha tratado de mantener aislados colegios electorales donde la oposición no entra o le será muy difícil entrar. Por ejemplo, en zonas de guerrillas colombianas, en cuarteles de los colectivos armados chavistas, o en las casas comunales, financiadas por el gobierno. Allí podrán sumar votos a su antojo. Pero tienen dos problemas: el primero es que la oposición se ha organizado y estará presente en casi todos los centros de votación así sea muy arriesgado hacerlo; el segundo es que los que asistan a votar, aún en esos lugares, lo harán por la oposición en una proporción de siete a tres, de acuerdo con todas las encuestas de hace pocos días.

    No tendrá la oposición que movilizar votantes, pero sí tendrá que cuidar los votos. Tendrá que saber el resultado del proceso y hacerlo público antes que el gobierno lo haga. No tiene otra opción porque el gobierno se juega el todo por el todo. Hasta se ha negado a permitir testigos internacionales. Los testigos serán los propios venezolanos, sin ayuda efectiva de nadie.

    ¿Qué opciones le quedan al gobierno? Le quedan pocas.

    Pueden tratar de forzar los resultados a su favor. Con resultados de menos de 10 puntos para el ganador, se pueden hacer trampas, pero con diferencias mayores les será muy difícil. Una diferencia de 20 puntos en un circuito se siente en la calle. La gente la percibe.

    Otra opción sería soltar los demonios militares. El alzamiento de aquellos altos oficiales que ven desaparecer sus prebendas económicas. O que presientan serán castigados por los delitos de lesa humanidad que algunos han cometido, o por el descarado manejo de narcotráfico. Pero allí también estarán pendientes, y con poder de fuego, aquellos militares de menores grados que no se han salpicado, ni por el robo, ni por el narcotráfico y que sufren en su carne y en la de sus familias el desabastecimiento, la inseguridad y la escasez de productos.

    Por último, puede ser que el chavismo, por mantenerse en el poder, minimice de hecho esta derrota y pase a legislar a través de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo o a través del poder comunal, totalmente controlado por ellos.

    Pero hay un hecho cierto, la oposición venezolana, por primera vez, puntea sólidamente las encuestas y está preparada para cobrar.

    La derrota del chavismo, en las elecciones presidenciales de Argentina, será seguida por la derrota del chavismo en Venezuela, en Bolivia. A esto seguirá el proceso del Congreso de Brasil contra la presidenta Dilma Rousseff. En Ecuador, Correa, el más inteligente del grupo, ya advirtió, como si presintiera la debacle, que no se reelegiría. Y Raúl yace en los brazos del Imperio.

    Esperemos que esta pesadilla tenga un final feliz, porque si los resultados de las elecciones de este domingo 6D no son respetados, días muy negros le esperan a Venezuela.

    Por Joaquín Pérez Rodríguez

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  6. “Está todo preparado”, ¿para qué?

    “Está todo preparado”, ha dicho Tibisay Lucena, presidenta del Consejo Nacional Electoral de Venezuela. Todo preparado, ¿para qué? Esto es algo que sería bueno saberlo. Según la funcionaria chavista, todo está listo para los comicios parlamentarios del 6 de diciembre.

    ¿Es que van a aceptar observadores internacionales?

    Ya han sido rechazados los de la ONU, la Unión Europea y la OEA, y los de otros reconocidos organismos internacionales especialistas en la materia y de defensa de los DD.HH.

    Pero, por lo menos, ¿aceptarán los observadores internacionales cuya actividad facilita la oposición? A estos la funcionaria chavista dijo que “se les aplicará la ley”. ¿Cuál ley? La de Tibisay y Maduro, que solo aceptan el “acompañamiento” de Unasur, Mercosur, Parlasur, Alba, Parlatino y Celac, y al tiempo rechazan –al mejor estilo chavista donde campea la ordinariez, la mentira y el insulto–, los llamamientos de la Secretaría General de la OEA para que se den garantías serias y creíbles.

    Los antecedentes de los “acompañadores”, o compañeros, dejan qué desear. Ello es innegable. Además, si no fuera así, por qué los reclamos de la OEA y de tantas organizaciones y países. Se ve que no confían mucho en los nombrados, o creen que no bastan.

    El uruguayo Luis Almagro, secretario general de la OEA, a quien Maduro calificó de “basura”, –propio de sus formas y su nivel–, es un probado hombre de izquierda. En el Uruguay, algunos de sus correligionarios ahora lo critican; quizás para “no darle argumentos a la derecha”, (aquello de que el fin justifica los medios). Y, sobre todo, si esos argumentos son contundentes y reflejan la realidad y la verdad. Pero, se trata del mismo Almagro que siempre había sido considerado pro-Chávez y sobre el cual, cuando fue designado, la gran mayoría de los medios informó que era un “hombre” cercano al chavismo, y ninguno, que se sepa, habló de un títere o alguien funcional a las derechas y al imperialismo.

    Sucede que, contrariamente a lo que pasó con su antecesor, de triste memoria, Almagro asumió el rol que le corresponde y, vistas las cosas tal cual son y lo que el cargo le impone, le reclamó a Tibisay “dar las garantías exigidas”, tanto a los partidos de gobierno como de la oposición, “para asegurar que las elecciones se van a llevar a cabo de una forma justa y transparente”. Y le recalcó que esa es su (la de Tibisay) “obligación legal y moral”, de la misma manera que lo es para la OEA, y de ahí su planteo. ¿Es para eso que la CNE está preparada? ¿O será para alguna cosa diferente?

    Por si Tibisay no lo tenía bien claro, Almagro le enumeró, con pruebas al canto, una serie de hechos que demuestran que no se está cumpliendo un proceso democrático, a saber: falta de libertad de prensa, amedrentamiento a opositores, funcionarios y ciudadanos en general, –una buena parte de estos bajo “estado de sitio”–, ausencia de una plena igualdad para todos los participantes con “un terreno de juego desnivelado”, confusión de las papeletas electorales, uso de los recursos financieros públicos y cambio de las reglas del juego, todo ello a favor del oficialismo, más la inhabilitación de candidatos opositores, algunos hasta presos, e intervención de partidos políticos por parte de la Justicia. Y, por si fuera poco, se sumó el asesinato de un líder opositor, por lo cual también alzó su voz el secretario de la OEA, lo que generó las iras de Maduro.

    ¿Las organizaciones autorizadas al “acompañamiento” habrán tomado en cuenta todos esos elementos, y lo que dice la doctrina más recibida en materia electoral, cuando advierte que no solo puede haber fraude en el conteo de votos, sino que también puede haberlo en las instancias previas durante el proceso electoral? Por muy “eficiente” que sea el sistema de conteo, con ello no basta para hablar de elecciones democráticas. Y aún si ganara la oposición, que es lo que dicen todas las encuestas, habrá que ver si no se repite lo ocurrido en el pasado, en que el chavismo tuvo menos votos pero se alzó con el mayor número de legisladores.

    Se justifica, entonces, la existencia de una cierta intranquilidad, como también la interrogante del principio: Está todo preparado pero, ¿para qué?

    Por Danilo Arbilla

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